jueves, 8 de marzo de 2012
Biden y López Obrador
Adolfo Sánchez Rebolledo
Durante la visita del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, Andrés Manuel López Obrador fijó su postura en torno a la relación con nuestro poderoso vecino del norte. Y lo hizo con mesura y cuidado, fijando sus palabras en una carta escrita con ese propósito. Gracias a eso, más allá de los ecos mediáticos del encuentro, la reunión Biden-López Obrador trasciende el encuentro privado y los argumentos adquieren relevancia pública (no podemos decir lo mismo de lo expresado por los otros dos candidatos, que se dieron por satisfechos con las entrevistas de banqueta). Creo que López Obrador hizo bien en tomarse en serio la reunión con Biden para marcar los lineamientos de lo que, en su opinión, podría ser la relación bilateral con Estados Unidos fundada sobre los viejos principios de soberanía e igualdad jurídica de los estados. Asume, como no podía ser de otro modo, la asimetría existente entre ambos países, pero con el mismo sentido de la realidad pone por delante la necesidad de la cooperación, surgida de la geopolítica pero también de la integración, vista menos como el destino fatal de la economía y más como la oportunidad para el desarrollo y el bienestar de los dos pueblos.
Debo admitir que en este punto me sorprendieron varias de las informaciones publicadas en la prensa nacional, toda vez que, so pretexto de rechazar la “pasarela” como un acto de sumisión, en ocasiones se redujeron los asuntos de la agenda al gran tema de la violencia criminal o a una visión trivial, indecorosa, de la “ayuda”, donde México aparece como un eterno e insatisfecho pedigüeño que malgasta todo lo que tiene. Creo, por el contrario, que la visita del vicepresidente Biden es la señal de que también para la Casa Blanca el ciclo electoral mexicano ha comenzado y, por tanto, la cuenta regresiva del actual presidente Calderón, cuyo peso –y los amarres de poder de este sexenio– declinará de aquí en adelante. Por eso fue importante que López Obrador obtuviera del vicepresidente Biden la promesa de que Estados Unidos no intervendría en la sucesión presidencial en curso.
El leit motiv de la carta es la necesidad de darle un giro completo a la política bilateral en consonancia con los cambios que el país requiere para salir de la situación de crisis en que se halla, y escribe: “Estamos preparados para convencer y persuadir a las autoridades de Estados Unidos de que, por el bien de las dos naciones, es más eficaz y más humano aplicar una política de cooperación para el desarrollo que insistir, como sucede actualmente, en dar prioridad a la cooperación policiaca y militar”. No obstante, algunos observadores de la política nacional, ensimismados en las encuestas, desdeñaron dichos planteamientos, sin reconocer la racionalidad que los anima, y prefirieron atacar al candidato de la izquierda conforme a los viejos prejuicios de la campaña pasada. Pero no hay en la carta viso alguno de radicalismo. Por el contrario, el planteamiento lopezobradorista es muy cuidadoso para no sembrar falsas expectativas con tintes ideológicos. La oferta de López Obrador no consiste en derribar el modelo capitalista ni se propone tampoco impulsar una reforma de gran calado para sustituir algunas de sus piezas angulares en busca de una alternativa “antisistema”. Su propuesta incluye, sin duda, nuevas estrategias y un replanteamiento general de los fines del Estado en los términos fijados por la Constitución, pero, como lo dice con toda claridad en la carta a Biden, no pretende debilitar la disciplina de las finanzas públicas ni se propone suprimir la autonomía del Banco de México. Por el contrario, reconoce que “se mantendrán los equilibrios macroeconómicos y el crecimiento se alcanzará sin inflación ni endeudamiento. Tampoco habrá aumentos de impuestos en términos reales ni nuevos impuestos”.
López Obrador piensa en la economía, en la necesidad de reorientar las acciones del gobierno para favorecer el crecimiento, la creación de empleo, la justicia para los más pobres, en fin, el programa social que justifica y define a la izquierda, pero si el desarrollo es el objetivo estratégico, el acento para lograrlo está en otra parte, en la política y, particularmente, en la lucha contra la corrupción, que es el eje para un gobierno alternativo. La tesis de López Obrador se reitera con todas sus letras en la carta a Biden, cuando escribe: “El desarrollo se financiará de tres maneras: se reducirá 15 por ciento el gasto corriente, bajando los sueldos de los altos funcionarios públicos y suprimiendo todo el gasto superfluo del gobierno; se combatirá a fondo la corrupción, y se eliminarán los privilegios fiscales. Con ello se podrá aumentar al doble la inversión pública, que se utilizará como capital semilla para atraer inversión privada y social, en un modelo tripartita para el desarrollo y, en particular, para el desarrollo regional”.
Esa política de austeridad republicana, apoyada en la movilización popular-ciudadana, es la clave del proyecto de gobierno lopezobradorista, pues de ella depende la restauración de la confianza de los amplios sectores hoy desencantados con la vida pública. Luchar contra la corrupción y hacer un gobierno eficaz supone, en las circunstancias actuales, desplazar grandes grupos de poder dispuestos a defender sus privilegios por los medios a su alcance, pero también darle seguridad, confianza, a la ciudadanía, para ejercer sus derechos. Para ello, se deduce, es indispensable ganar la Presidencia, pues ninguna otra instancia puede barrer de arriba abajo los obstáculos que hoy se oponen a la transformación de México, objetivo primordial de la acción lopezobradorista. Es evidente que el programa esbozado por López Obrador es el punto de partida de una reflexión que debe seguir incorporando a todos los posibles sujetos del cambio, pues a decir verdad sólo se obtendrán respuestas claras en la medida que las propuestas sirvan para crear la gran corriente que se requiere para impulsar la verdadera transformación, como gusta decir Andrés Manuel.
Tal vez el candidato no expresó todo lo que podía decir en su carta al vicepresidente de Estados Unidos, pero nadie se puede llamar a engaño en cuanto a las posturas en ellas defendidas. Veremos, en cambio, qué pueden hablar sobre la corrupción Peña Nieto y Vázquez Mota. O qué programas de gobierno proponen para romper el círculo de la pobreza. O qué de nuevo acerca de la violencia criminal o la pérdida de toda una generación de jóvenes. Mientras, el PAN, desde la Presidencia, alentará el juego del miedo, el “no nos queda de otra” que rige el fatalismo mexicano.
PD. Ver para creer. Guillermo Ortiz hila reflexiones al filo del tiempo y pide “actuar ahora, no después”, para obligar a las subsidiarias de bancos mundiales a limitar el pago de dividendos y/o cotizar en las bolsas locales”. Es la crisis que aquí no apanica.
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