Al pararme ante un puesto de periódicos la palabra más destacada en los rotativos capitalinos es “terrorismo” con sus distintas variables: “acto terrorista”, “verdadero terrorismo”, etc. Es la síntesis del discurso que lanzó el presidente Felipe Calderón en cadena nacional tras conocerse las dimensiones de la matanza en el Casino Royale.
Las medidas específicas de ese discurso fueron pocas: tres días de luto nacional, el anuncio de la recompensa de 30 millones de pesos a los responsables de la tragedia del casino Royale y el viaje del primer mandatario a la capital de Nuevo León.
En la definición de lo sucedido en el Casino Royale, el gobierno federal se juega no sólo su viabilidad sino la eficacia del mensaje, el apoyo social en el combate al crimen organizado y el balance de lo que ha sucedido en 5 años de su sexenio.
El término “terrorismo” sólo se ha oficializado hasta ahora. Ni en los ataques del 15 de septiembre de 2008 en Morelia, Michoacán, ni en la matanza de Salvárcar en Ciudad Juárez, menos en el macabro hallazgo de cabezas arrojadas en bares, fiestas o en haciendas yucatecas o al encontrarse los 72 cuerpos de migrantes apilados en una fosa de San Fernando, Tamaulipas, las autoridades federales habían ensayado una definición cercana al “terrorismo”.
Fue Calderón quien lanzó la primera definición en su mensaje en Twitter la noche del jueves 25 de agosto: “acto de terror”, lo denominó. Minutos después su vocero del Consejo de Seguridad Pública, Alejandro Poiré lo divulgó. Y el viernes en la mañana, en mensaje en cadena nacional, el mandatario mexicano lo fraseó de la siguiente manera:
“Es evidente que no estamos enfrentando a delincuentes comunes. Estamos enfrentando a verdaderos terroristas que han rebasado todos los límites, no sólo los de la ley, sino del elemental sentido común y de respeto a la vida”.
En ese mismo discurso insistió en redoblar esfuerzos y las medidas adoptadas desde el inicio de su gobierno para combatir a las bandas criminales. Sin embargo, el mensaje presidencial no reparó en la involuntaria declaración de derrota que significa escalar la caracterización de la amenaza: ¿después de 5 años de decretada la “guerra” o “lucha” contra el narcotráfico, tras 50 mil muertos, y tras un despliegue militar fuera de la declaratoria de emergencia por qué hasta ahora admite que sí estamos ante un escenario de terrorismo?
Si llegamos al terrorismo significa que la estrategia original ha fallado. Si así fuera, ¿por qué no aclara Felipe Calderón qué medidas específicas se tomarán o pretenden adoptarse frente a una amenaza que implica, en esencia, una escalada mayor de violencia? ¿la clave está, acaso, en la Ley de Seguridad Nacional que Calderón urgió a aprobar en el Congreso?
Llama la atención que el presidente norteamericano Barak Obama no retomó el término colocado por Calderón para darle una dimensión a la tragedia de Casino Royale. Obama condenó “el bárbaro y reprobable ataque” en medio de una batalla para “terminar con criminales trasnacionales”. Tampoco Hillary Clinton se atrevió a denominar como “terrorismo” lo sucedido. Y eso que la secretaria de Estado había alertado meses antes sobre la configuración de una “narco insurgencia” en México. Término que indignó al gobierno mexicano.
Ni Obama ni Clinton reaccionaron al explícito reproche de Calderón contra Estados Unidos en su discurso: “también ustedes son responsables”. Paradójicamente, ésta fue la nota principal para rotativos como el español El País que tituló así la noticia: “Calderón carga contra Estados Unidos tras la matanza de Monterrey”.
La Jornada desplegó en su contraportada la nota divulgada por The New York Times en la que se documenta, con mayor detalle, la evidente y clara participación de militares y agentes estadounidenses en la batalla contra el narcotráfico. El rotativo habla de operaciones boomerang , cuyo objetivo es evadir la vigilancia y corrupción del crimen organizado en México, así como ofrecer sitios de alta seguridad para la colaboración entre los dos países.
Según The New York Times en los últimos 18 meses se han realizado dos de estos operativos, “con resultados poco significativos”.
¿Esto forma parte del guión de lucha contra el “terrorismo” que ha adoptado Calderón? ¿O simplemente se trata, una vez más, de una cesión mayor de soberanía para confirmar la tesis norteamericana de que vivimos frente a un Estado fallido que requiere de la “asesoría” de los organismos de inteligencia y de combate de nuestro vecino del norte?
La tragedia de Monterrey es peor por partida triple: en primer lugar, porque existían elementos suficientes para prever que un ataque o matanza de estas dimensiones se estaba preparando desde hace tiempo y las instituciones estatales y federales no hicieron nada para evitarlo; en segundo lugar, porque al endurecer su discurso Calderón da un salto todavía más peligroso y discrecional en una batalla que tenderá a polarizar más a la sociedad mexicana y no evitará nuevas víctimas civiles en esta escalada violenta; y, en tercer lugar, porque ni los reproches ni los berrinches presidenciales contra Washington han evitado lo que es un hecho: pasamos de la “colaboración” a la creciente “intervención” de los Goodfellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario