Una respuesta desde la izquierda, a los cuestionamientos de Luis Hernández Navarro en su artículo "Los claroscuros del diálogo de Chapultepec" publicado en el diario La Jornada
Luis Hernández Navarro escribe:
“Los medios de comunicación y los periodistas tradicionalmente afines al gobierno federal lo presentan como una muestra de la capacidad de Felipe Calderón de escuchar a sus detractores.”
Guadalupe Lizárraga escribe:
De acuerdo a la observación de Luis Hernández Navarro, La Jornada entraría en este grupo de medios. La publicidad gubernamental en un país como México donde se simulan las prácticas democráticas y las libertades, condiciona la postura de los medios de comunicación frente a los sucesos de la vida pública.
“Sectores importantes de la izquierda y el mundo intelectual lo cuestionan.” (a Javier Sicilia)
Hay que señalarle al colega Hernández que el cuestionamiento no es meramente ideológico. Pero si con ello pretende descalificar una de las posturas de la izquierda mexicana, tendría que sustentar que la estrategia militar está desprovista de una postura jurídico-política, es decir, ideológica.
Por otra parte, el cuestionamiento, es en primer lugar, por los resultados de la política de combate al narcotráfico adoptada durante todo este tiempo los cuales no sólo no han modificado la percepción de inseguridad, sino que además del saldo escandaloso de miles de muertos, no han sido consistentes con los objetivos anunciados por el gobierno. Por el contrario, se han elevado las ganancias para los miembros de los cárteles privilegiados, para los proveedores de armas, y para los cuerpos de seguridad a quienes se les han aumentado considerablemente sus presupuestos y beneficios laborales, en detrimento del bienestar del resto de la población. Se ha fortalecido la industria del tráfico y del consumo en el propio país. Así da cuenta el reporte de Naciones Unidas, por región, por droga, por fecha y por resultados. La estrategia de combate y militarización del país es pues un hecho de grave irresponsabilidad e injusticia, no sólo de quien se empecina en continuar la estrategia, sino en quienes la apoyan.
“No debiera ser una cuestión de principios, sino de correlación de fuerzas. Toda lucha que no sea insurreccional –e incluso ésta en ciertos momentos– está obligada a negociar con el gobierno. Más aún, una movilización que exige justicia, reparación de daños y modificación de políticas tiene el imperativo de dialogar.”
Cualquier lucha que denuncie la irracionalidad de las políticas gubernamentales, o la incapacidad del gobierno para atender las demandas ciudadanas y exigir un cambio de estrategia es insurreccional. El colega Hernández debería comprender que hay luchas pacíficas de ciudadanías que su principal fuerza es su negación a negociar con el opresor. El ejemplo más reciente es el del 15M de España, un movimiento que creció negándose al diálogo con los gobernantes. La rebelión ciudadana española es en contra del Estado que rescata a los ricos y que termina por endeudarse masivamente pasando el costo a los ciudadanos de a pie. ¿Es una correlación de fuerzas? Sí, de ciudadanos organizados contra gobierno y sus instituciones. ¿Es una cuestión de principios? Sí, están implícitos en la postura moral ciudadana que exige acciones congruentes del gobierno con los valores y principios de la democracia real. ¿Está obligado el movimiento a negociar con el gobierno? No, de ninguna manera. No hay un argumento o acción jurídicos, políticos o morales que obliguen a ello. Por el contrario, el ejercicio independiente y libre de su derecho ciudadano a protestar masivamente da mayor autenticidad y legitimidad al movimiento, pero lo más importante es la zona de incertidumbre que crea el movimiento para obligar al gobierno a cumplir con los objetivos publicados por la protesta. El diálogo en este caso, solamente, habría generado acuerdos parciales, y restado fuerza a Los indignados de España. En el caso mexicano, negarse al diálogo hubiese encarecido el movimiento de pacificación ante el gobierno.
“Dentro del movimiento hay quienes critican el diálogo argumentando que Felipe Calderón es un mandatario espurio, carente de legitimidad. Planteado así, el asunto se vuelve una cuestión ideológica sin salida.”
Dentro y fuera del movimiento hay quienes criticamos el diálogo, no porque Felipe Calderón carezca de legitimidad, situación que viene arrastrando desde ocupó la presidencia en 2006. Estuvimos en contra de este diálogo específico y lo criticamos:
1. Porque era dialogar con el principal responsable de la estrategia de una guerra simulada que ha cobrado la vida de decenas de miles de mexicanos,
2. Porque era dialogar con el responsable de magnificar un problema para reprimir políticamente a los opositores y activistas,
3. Porque era dialogar con el responsable de la campaña mediática para justificar la intervención estadounidense con la presencia de agentes militares,
4. Porque era dialogar con el responsable de estar pidiendo ayudas económicas extranjeras para continuar la guerra de terror en el país,
5. Porque era dialogar con el responsable del combate parcial contra los rivales del cártel privilegiado que surte de droga a ciertos mercados nacionales y de Estados Unidos,
6. Porque era dialogar con el responsable de una guerra que inició hace cinco años, y pese a que no ha habido resultados favorables para el grueso de los ciudadanos en materia de seguridad, empleo ni educación, está empecinado en que siga muriendo gente.
Dialogar con quien ostenta autoritariamente el poder del Ejecutivo y toma decisiones discrecionales e irracionales de un grave problema público como la violencia es ser indiferente al hundimiento de este país y aceptar esa violencia como parte de nuestra normalidad pública. Y ello es un problema de dignidad, de conciencia, sí de ideología, pero también de políticas y de congruencia moral. Además, liderar un movimiento de pacificación e imponer posturas a las víctimas, también es violento.
Con respecto a que “el asunto se vuelve una cuestión ideológica sin salida”, debemos recordarle a Luis Hernández Navarro que hay una derecha digna que también rechaza la violencia como consecuencia de esta guerra simulada en México. Hay una derecha conciente que rechaza contundentemente la intervención estadounidense. Que hay una derecha responsable e inteligente que sabe que la democracia está relacionada directamente con el bienestar público y que el autoritarismo genera violencia y miseria. Que estas tesis no son sólo de izquierda, sino de información y sentido común. No toda la derecha es ciega y sumisa con el gobierno de Calderón, ni todas las izquierdas están de acuerdo entre sí. Es simplista y tendencioso por parte de Hernández reducir nuestra crítica a un asunto de posturas ideológicas, cuando en ello va la salud de un país.
“Un grupo de víctimas que cuestiona radicalmente su política dijo al jefe del Ejecutivo lo que quiso delante de los medios masivos de comunicación y Felipe Calderón les respondió. Se trata de un hecho inusitado en el país.”
Hay que recordar que no es la primera vez que se cuestiona a Calderón sobre su política de terror. Desde hace tiempo, es una práctica común, no sólo dentro de México sino fuera, como sucedió en la Universidad de Stanford. Que no la difundan los medios tradicionales, no significa que no suceda. Basta echar un vistazo por las redes sociales, la prensa alternativa y por Youtube para ver la información y los videos de los ciudadanos sin poder cuestionan de frente a Calderón después de una tragedia o en alguna de sus visitas a las ciudades más golpeadas como Oaxaca, Tijuana, Monterrey o Chiapas, a parte de Juárez. Lo inusitado, ciertamente, es que Calderón haya tenido disposición para reiterar su irresponsabilidad en medio de la parafernalia mediática.
“Para muchos de quienes consideran que su presidencia es espuria, la reunión fue un fracaso total, y hasta una traición. Para ellos, lo central no es la reivindicación de las víctimas, ni que éstas hayan dicho su palabra, ni la dignificación de su causa, ni que ante la opinión pública hayan dejado de ser sospechosas de defender delincuentes para convertirse en damnificados legítimos. No. Lo importante, según su lógica, es que Calderón se legitimó.”
Ésta es una suposición superficial de Luis Hernández que ya se respondió antes sobre el asunto de la legitimidad. Sin embargo, los resultados del encuentro con Calderón tampoco pueden ser explicados únicamente desde la personalidad de Sicilia y de la manera en que influyó sobre la gente, después del asesinato de su hijo. Ni siquiera podemos asumir una culpa colectiva ni como izquierda ni como pueblo mexicano por no estar de acuerdo ni con el Poeta ni mucho menos con Calderón. Sería una manera muy eficaz de desviar la atención del problema real con el responsable de estas decisiones que sólo han arrojado víctimas.
“Sin embargo, es importante mirar el diálogo desde otra perspectiva. El Movimiento por la Paz es, fundamentalmente, una convergencia de víctimas que reclama justicia, con un programa que cuestiona al conjunto de la clase política y no sólo al Presidente. No pone en el centro de su acción la legitimación o deslegitimación de la figura presidencial. No es un movimiento que mire de cara a las elecciones de 2012, ni que rija su acción a partir del fraude electoral de 2006. Es otra cosa, tiene otros orígenes, otro horizonte y otro lenguaje. Querer que se comporte como un movimiento social de oposición tradicional es renunciar a comprender su naturaleza y su lógica.”
Luis Hernández sólo ve un conjunto de víctimas que reclaman justicia, sin distinguirlas. Sin embargo, diferentes grupos de defensores de derechos humanos sin poder se preguntan ¿porqué fueron ignoradas nuestras propuestas? ¿Por qué Sicilia dijo a los juarenses “no mamen” e impuso sus propuestas ya redactadas previamente y eligió a las víctimas de manera autoritaria? ¿Por qué no estuvo nadie de los Reyes, si fueron seis familiares los que asesinaron? ¿No es violento y contradictorio? ¿No es un asunto tan delicado y lastimoso para un lugar que él mismo califica de “epicentro del dolor”? No se trata de una acusación arrogante, que sólo desenfocaría el punto, sino de dudas algo más que justificable. Por otra parte, el reclamo a la clase política vuelve a todos los políticos culpables, y como diría Hanna Arendt en el caso de Hitler, “donde todos son culpables nadie lo es”. Es muy ambiguo hacer responsables a “todos los políticos” del hundimiento de México. Pero decir: usted, Felipe Calderón es responsable de la muerte de 40 mil mexicanos por combatir parcialmente el narcotráfico y continuar con una estrategia militar fallida, que favorece ganancias para unos cuantos, resulta ser un juicio ciudadano con nombres y hechos, al margen si Calderón es legítimo o no. La naturaleza del conflicto no es pues electorera, se comprende bien, sino de violencia selectiva por la militarización del país.
“Lo que la izquierda no quiso, no supo o no pudo hacer fue conseguido por el poeta y su equipo. Hablando desde una cultura católica radical y pacifista y desde las víctimas logró agrupar el descontento social contra la militarización.”
El colega Hernández, al parecer, pretende desconocer los movimientos y acciones colectivas que han surgido desde que se magnificara el problema del narcotráfico y la violencia política con Salinas de Gortari. Habla de los presuntos fracasos de la izquierda, como si ésta hubiese surgido a raíz del fraude de 2006. Más aún, ubica a Sicilia como el único en dar cauce a las voces de descontento social. Habrá que refrescarle la memoria a Hernández, por justicia y respeto al trabajo de miles de activistas y víctimas asesinadas que levantaron la voz, no con descontento, sino con coraje e indignación, por la militarización del país y la estrategia de guerra. Habrá que recordarle a Hernández que Josefina Reyes, en Ciudad Juárez, fue asesinada de un balazo en la cabeza, según las denuncias de su propia hermana, de un balazo de militares, por denunciar las violaciones sistemáticas de estos elementos presuntamente de seguridad. Habrá que recordarle que el mismo Andrés Manuel López Obrador ha denunciado cotidianamente la militarización y la corrupción que implica el combate al tráfico de drogas, y que ha reunido miles de víctimas para expresar su repudio a la estrategia de guerra de Calderón. Y que por cierto, el movimiento de López Obrador se ha multiplicado por el empecinamiento e irracionalidad de las decisiones de Calderón. Habrá que recordarle a Luis Hernández que el liderazgo de Doña Rosario Ibarra también surgió años atrás, precisamente, del dolor de un hijo desaparecido a manos de las fuerzas del poder. Y la lista la podemos seguir, sobre todo casos paradigmáticos como los de Chihuahua con la represión de los Rarámuris, con la desaparecida Alicia de los Ríos, o los zapatistas en Chiapas, y tantos casos que han dado pie a movimientos de protesta ciudadana. Llama la atención todos estos olvidos de un articulista como Luis Hernández Navarro en un diario que ha venido jugando la postura ideológica de “izquierda” y ha dado cuenta, al menos parcialmente, de todos estos liderazgos surgidos por el dolor y la represión política.
“En los claroscuros del encuentro es posible encontrar un hecho de gran relevancia: las víctimas se han convertido en sujetos de cambio. Eso tiene más importancia para el país y su democratización que el que Felipe Calderón se haya fortalecido a corto plazo.”
Las víctimas no son sólo las elegidas por Sicilia. Hay más de 40 mil familias que sufren la pérdida de un ser querido. Pero somos cien millones de mexicanos que perdemos día a día la posibilidad de tener una vida digna con nuestras familias. El que le den una compensación a una madre a la que le asesinaron a sus hijos, no resuelve esta situación de violencia y malestar contra los ciudadanos de a pie. Se beneficia parcialmente una familia, es decir, se genera un bien privado, no público, como sería lo racional para cualquier gobierno responsable. Además, ¿cómo podría fortalecerse la democratización del país con un diálogo donde el responsable impone sus decisiones y la víctima asiente? ¿Cuál es el ejercicio realmente democrático? En todo el artículo, Luis Hernández descalifica a la izquierda por cuestionar, según él, la legitimidad de Calderón. Pero concluye su exposición intentando legitimar con un grupo de víctimas la autocracia mexicana como si se tratase de una democracia “normal”. Una trampa ideológica que habría que ser muy ingenuo para pasar inadvertida. México no es un estado democrático ni siquiera formalmente, porque no tenemos en nuestra historia política unas elecciones donde no haya la sombra del fraude. Y si las elecciones periódicas con amplios márgenes de dudas sobre su legalidad, no legitiman a un estado como democracia ¿por qué habrían de otorgar esta legitimidad un grupo de víctimas de violencia?
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