Bernardo Barranco V.
Hace poco, un alto prelado del Vaticano me preguntaba cómo entender las reacciones y actitudes anticlericales de sectores importantes de la sociedad mexicana, siendo nuestro país de mayoría católica, con grandes tradiciones religiosas y ahora con un gobierno panista tan afín a la sensibilidad de la Iglesia. "ƑQué les pasa a los mexicanos?", me decía. La memoria y la historia pesan, respondí al monseñor. Efectivamente, la homilía del cardenal Norberto Rivera Carrera en la que hace un llamado a la de-sobediencia civil ha provocado opiniones polarizadas; por un lado, la jerarquía y católicos ilustrados se quejan amargamente de un anticuado anticlericalismo que coarta sus libertades religiosas y de expresión política en una sociedad que pretende ser abierta, plural y tolerante. Por otro lado, intelectuales y analistas han externado su extrañeza no sólo ante el llamado del cardenal Rivera, sino por el apoyo expresado por la Secretaría de Gobernación. Al respecto, Mauricio Merino concluye en su artículo titulado "Desobediencia sagrada" (El Universal, 29/10/05) que, salvo regímenes totalitarios, "quienes en la democracia se oponen a una ley o a una decisión gubernamental lo hacen sobre la base de los mismos procedimientos que provee ese régimen para defender las posturas propias. Así, aun oponiéndose, consolidan la democracia".
Diversas formas de anticlericalismo se remontan a la Ilustración; sin embargo, los conceptos clericalismo y anticlericalismo aparecieron en Francia hacia 1850. Dichas expresiones provenían de los liberales que reprochaban la intencionalidad política de las autoridades del segundo imperio de refugiarse y legitimar el apoyo de los obispos y de las estructuras católicas. Estamos bajo el pontificado de Pío IX, autor de Syllabus o la colección de los errores modernos, y del Papa que abanderaba tanto el antimodernismo como la intransigencia.
El anticlericalismo proviene del choque entre la modernidad y la Iglesia católica; el actual anticlericalismo es el rechazo a la alianza grotesca entre el clero y el poder. René Remond, en su clásico ensayo sobre el tema, define clericalismo y anticlericalismo como dos conceptos que marchan de la mano en la historia del catolicismo. El primero supone la existencia de una casta de clérigos que utilizan su autoridad religiosa como instrumento de presión espiritual para someter al pueblo y a los gobiernos a su voluntad y a sus principios. Es clerical el recurso de los canónigos para imponer a todos, aun al poder secular como al Estado, las creencias doctrinales y la conformidad con las normas morales dictadas por la autoridad religiosa. Clericalismo y anticlericalismo han sido a lo largo de la historia motivo de violenta confrontación no sólo política, sino también moral y social, con parejas tensiones en el seno de la conciencia individual.
En México reaparecen nuevas formas de anticlericalismo, y ya no son sólo las posturas liberares ni jacobinas que tuvieron su apogeo en el último tercio del siglo XIX hasta los cuarentas de siglo pasado. Las reacciones en México se han dirigido sobre todo contra ciertos obispos que han hecho manifiesta su fascinación por el poder político y económico. Actitudes anticlericales que se han provocado no son enemigas de la religión ni mucho menos del catolicismo son el rechazo al comportamiento poco religioso y oportunista de una pastoral del poder que ejercen algunos miembros del episcopado, como monseñor Onésimo Cepeda, obispo de Ecatepec.
El anticlericalismo -es importante destacarlo- no solamente proviene de actores seculares, sino que el más radical proviene de la propia comunidad de creyentes. Ahora bien, no sólo se construye en la versión negativa de clericalismo, también tiene su fundamento filosófico en el laicismo, en especial el anticlericalismo liberal, es decir, en la disociación de lo religioso y lo profano, en la independencia del Estado frente a las Iglesias, en la libertad absoluta de la conciencia individual para creer o para no creer, en la no injerencia del clero en las decisiones colectivas ni en la privadas.
Dichos fundamentos merecen ser discutidos a la luz de una nueva y moderna laicidad; sin embargo, el anticlericalismo también puede ser portador de semillas de intolerancia, derivando en un celo jacobino por contener cualquier manifestación o expresión trivial legítimamente religiosa. El cardenal Rivera debería revisar muy bien no nada más sus palabras, sino su trayectoria, y preguntarse hasta qué punto ha contribuido a desatar un nuevo anticlericalismo en México.
En otro momento nos gustaría desarrollar el anticlericalismo católico en México. Por el momento nos quedamos con la nostalgia de Fernando Savater en "Osadía clerical" (El País, 21/3/80):
"La izquierda va perdiendo sus más sanas tradiciones en un proceso de depauperación que no parece tener otro fruto visible que el reforzamiento de las tradiciones de la derecha. La ambigüedad y falta de convicción propias no pueden dejar de alentar la radicalización triunfal de los planteamientos de un enemigo que jamás contemporiza, salvo si ve real fuerza en su contra. Quizá la tradición izquierdista que uno más añora en la España de hoy sea el viejo, cuerdo y sabroso anticlericalismo. ƑCómo no sentir nostalgia de los feroces comecuras de antaño, al ver a los líderes progresistas actuales en respetuoso contubernio con los diversos especímenes de la raza frailuna y enarbolando ellos mismos maneras untuosas, paternalistas e hipocritonas en la mejor escuela teatral del clero? El hombre de izquierdas español había sentido siempre una inmediata y franca animadversión por las sotanas, así como por todo lo que tapan y propician; en esta repugnancia tan justificada se expresaba una memoria histórica que ninguna honrosa excepción personal puede borrar. Para cualquiera con una visión mínimamente crítica e ilustrada de la tragicomedia española, el anticlericalismo es una forma de higiene mental, una manifestación de cordura..."
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