viernes, 4 de marzo de 2011
De Paredes a Moreira Miguel Ángel Granados Chapa Periodista
Distrito Federal– Hoy concluye su periodo de cuatro años al frente del PRI Beatriz Paredes Rangel. Seguirá siendo diputada federal durante algunos meses y procurará después ser de nuevo candidata a la jefatura del gobierno de la Ciudad de México. Conforme a las encuestas, y al probable efecto de la campaña presidencial, tendría mejor suerte ahora que en 2006, salvo porque los escuálidos restos de su partido estarán manejados por una corriente que le regatea su apoyo y hasta se opone a su postulación.
La ex gobernadora de Tlaxcala buscó dos veces la presidencia priísta y sólo la alcanzó en su segunda candidatura. La primera vez fue derrotada por la poderosa dupla de Roberto Madrazo y Elba Ester Gordillo, y por las malas artes que desplegaron en su contra. Tuvo entonces un atisbo de rebeldía. Denunció las maniobras que la perjudicaron y pareció que no se resignaría a perder de esa manera la dirección del partido. Pero la dominó el pragmatismo (realismo lo llaman sus practicantes para sentirse menos incómodos) y se acomodó a la situación. Eso le permitió ser de nuevo candidata y ganar la elección de 2007, acompañada por el senador Jesús Murillo Karam (representante de Enrique Peña Nieto en la fórmula).
El partido estaba en situación de desastre cuando asumió la presidencia. Se había dividido en varios segmentos con motivo de la sucesión presidencial. Roberto Madrazo era en 2005, simultáneamente aspirante a la candidatura presidencial y dirigente del partido, ambigüedad de que lo hicieron salir los miembros del Tucom (el club de gobernadores Todos Unidos contra Madrazo) encabezados por Arturo Montiel. Madrazo fue sustituido contra su voluntad por Mariano Palacios Alcocer, no obstaste su impedimento, que resultaba de haber ocupado ya el cargo. Pero es que sólo de ese modo se evitó que subiera a la presidencia la secretaria general Elba Esther Gordillo, a la postre echada de su partido por la muy relevante razón de haber fundado otro. Esa fragilidad interior, la mala catadura de su candidato y la polarización entre el PAN y el PRD se reunieron para que el PRI sufriera la peor derrota de su historia.
En esas condiciones Beatriz Paredes fue una presidenta por temporadas meramente virtual, pues tenía que compartir sus facultades y decisiones con los coordinadores legislativos (Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa) y con los gobernadores, señaladamente Peña Nieto.
Quedó presa en las tensiones de uno y otro factores de poder, y terminó renunciando a su independencia y hasta a su posibilidad de aspirar a la Presidencia de la República. Integrada en los hechos al equipo del gobernador mexiquense contó con su apoyo para emprender campañas electorales ganadoras, que culminaron en 2009 con la recuperación de la mayoría (en alianza con el Partido Verde) en la Cámara de Diputados, perdida doce años atrás.
Como señal inequívoca de su adhesión a Peña Nieto, suscribió con César Nava, líder del PAN, un acuerdo que impidiera a este partido aliarse para contender contra el PRI. Por añadidura, el pacto firmado en la oscuridad fue finalmente revelado y se convirtió en su contrario, en una más acentuada rivalidad entre los partidos pactantes.
La política de alianzas surgida del incumplimiento del acuerdo atestiguado por Fernando Gómez Mont en nombre del presidente Calderón resultó en derrotas en entidades donde nadie imaginó nunca que el PRI perdería una elección.
El apoltronamiento en que incurrió la presidenta priísta que hoy deja de serlo, su rendición ante el conservadurismo de su partido (del que ella dijo durante mucho tiempo discrepar) la condujeron a admitir que prosperaran reformas constitucionales en dos tercios de las entidades, contrarias a la libertad de las mujeres para decidir sobre su propia vida.
Con su sucesor Humberto Moreira retornan al PRI modos y conductas que no se retiraron nunca del todo. Como en los tiempos del dedazo presidencial, que ponía y quitaba dirigentes priístas a capricho, fue candidato de unidad, es decir no tuvo que ganar una contienda interna (o, mejor dicho, la ganó en la discreción de las reuniones de camarilla). Ostenta, como principal título para su designación, un autoritarismo que le permitió dominar la escena política a sus intereses personales.
Confeccionó y sometió a las legislaturas con las que coincidió su gobierno y entregó el partido a sus hermanos, a uno de los cuales hizo candidato a sucederlo, lo que ocurrirá sin duda porque al poderío local de los Moreira se agrega desde ahora su preeminencia nacional.
Con ese dirigente, escogido en la oscuridad aunque se le eligiera clamorosamente, se apresta el PRI a volver a Los Pinos. Aunque se ha mitigado la noción que veía inexorable ese trayecto, existen posibilidades reales de que la alianza del partido con los poderes fácticos lo restablezca en el Poder Ejecutivo. Alimentan esa esperanza priísta los descomunales yerros, la insoportable incapacidad de los otros partidos de ofrecer y sostener proyectos de gobierno favorables a los intereses generales.
Dicharachero y simpático, virtudes idóneas para ganar una alcaldía, Moreira proviene de una cepa popular que acaso se transforme en una conducción partidaria capaz de renunciar al pragmatismo neoliberal que ha dominado al PRI durante más de 30 años. Si no es así, y ese partido vuelve al gobierno, retornará ni siquiera igual a sí mismo, sino empeorado. Podrá alegar en su favor el apoyo popular expresado en las urnas, legitimidad de que careció durante los años de su predominio excluyente.
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