martes, 22 de marzo de 2011

Dos perredismos

MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
22 Marzo 2011

Aunque el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que encabeza Andrés Manuel López Obrador aparece como organización al margen de los partidos, es inequívoca la presencia en su seno de miembros de los que lo postularon a la Presidencia de la República en 2006. Aunque la mayor parte de los integrantes de Morena sean apartidistas, es de suponer que una amplia porción practican la doble lealtad, a Morena y, respectivamente al PRD, PT y Convergencia. Esa dualidad se revela y refleja en los legisladores (el principal de los cuales es Alejandro Encinas, líder del grupo parlamentario perredista en San Lázaro) que acudieron el domingo a la presentación del nuevo proyecto de nación elaborado por políticos e intelectuales que perseveran en su cercanía y apoyo al ex jefe de Gobierno del Distrito Federal. Puede asegurarse, por lo tanto, que en Morena hay un perredismo, el sector lopezobradorista de ese partido.
Sin que recíprocamente existiera el propósito de estorbarse, ese perredismo participó en una reunión en fecha ya proverbial, próxima al 21 de marzo, tanto como la que ocurre en el Otoño en torno del 20 de noviembre, y en la víspera había comenzado la sesión del consejo político nacional del PRD, su máxima autoridad, De ese modo coexistieron en el tiempo, aunque no en el espacio, dos expresiones, dos modos de ser del partido, con fuertes contradicciones entre sí, con intensos antagonismos de sus fuerzas principales.

Con la elección de Jesús Zambrano como presidente del PRD se consolida el predominio de Nueva Izquierda en el control de los aparatos partidarios. Salvo brevísimos interregnos, desde 1996 no ha faltado un miembro de esa corriente en la dupla que dirige el partido. Sus tres o cuatro líderes principales han sido secretarios generales, y dos de ellos, los Chuchos que dan nombre al grupo, fueron por fin elegidos presidentes. Zambrano estará acompañado por su archiadversaria Dolores Padierna, secretaria general que explícitamente anunció que hará contrapeso a las decisiones del presidente.

El predominio de Nueva Izquierda en la organización perredista comenzó con la negociación a que arribaron en 1996 López Obrador y Ortega. Eran contendientes por la Presidencia, aquel con mayor posibilidad que éste de ganarla. Conforme a una de sus tácticas más fructíferas, cuando esa corriente se encuentra en desventaja, Ortega declinó a favor del tabasqueño y consiguió de esa manera el segundo puesto en el partido, que en cierto modo se convirtió en el primero porque a López Obrador la burocracia le estorbaba y delegó en Ortega su conducción. Cuando después de una doble elección Amalia García fue elegida en 1999, Zambrano fue el secretario general. En 2002, Rosario Robles ganó tan de calle la elección que uno de los dirigentes de los grupos que la apoyaba, Raymundo Cárdenas, quedó a cargo de la secretaría general pero a poco se fue, por decisión propia, y lo reemplazó el ahora senador Carlos Navarrete.

Su presencia en el comité nacional ejemplifica como en ningún otro caso cómo la rivalidad entre dos corrientes y sus personeros pueden inferir daños profundos al partido. Después de un sostenido hostigamiento a Rosario Robles, que no se detenía ante nada, y por la conjunción de otras circunstancias, Rosario tuvo que marcharse. Navarrete siguió siendo secretario en el interinato de Leonel Godoy. Cuando su tocayo Leonel Cota fue elegido presidente con el auspicio de López Obrador, se aceptó que la secretaría general continuara siendo patrimonio de los Chuchos, esta vez con Guadalupe Acosta Naranjo en ese lugar. En marzo de 2008, ante las vicisitudes de la elección que enfrentó a Ortega y Encinas, Acosta Naranjo asumió la presidencia interina. De modo que desde ese entonces Nueva Izquierda preside sin interrupción al partido, para desesperación de quienes le imputan una relación con el PAN y el Gobierno federal que contradice abiertamente el acuerdo del Congreso general perredista de no reconocer como legítima la presidencia de Felipe Calderón.

Zambrano y Dolores Padierna gastarán buena parte de la energía que debería dedicar a reposicionar a su partido en querellas interiores. Es remota la posibilidad de que las depongan en aras de la mejor suerte del conjunto. Su enfrentamiento es de tal naturaleza y de tan magnitud, concierne a cuestiones tan profundas, que si pudieran sus respectivas corrientes se exterminarían, serían excluidas del partido. No le es posible y por lo tanto deben coexistir, aunque a partir de ahora en condiciones cada vez más delicadas, porque el espacio para el enfrentamiento es la cabeza del comité nacional.

Hubo un tercer candidato entre Zambrano y Padierna. Su postulación quizá apostaba a que el repudio recíproco entre ambos fuera tan intenso que les fuera aceptable una tercería, un arreglo en que las dos posiciones extremas quedaran anuladas. El cálculo fue erróneo y el tercero en discordia quedó con un palmo de narices, aunque no fue inocua su presencia. Puesto que fue lanzado por Marcelo Ebrard, la alianza de éste con el Foro Nuevo sol de Amalia García significó el alejamiento de esta corriente respecto de los Chuchos.

Mientras el domingo por la mañana soplaban de nuevo los aires del futuro anunciado por López Obrador, que consolida por ello su condición de dirigente principal de la izquierda (pues cuenta con cuadros propios amén de los correspondientes a sus partidos), Ebrard sufriría por la noche la derrota de su intento de convertirse en supremo hacedor de decisiones en el PRD.

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