le es propia, independientemente de las fluctuaciones del resto del mundo (el entorno).
Y resulta que el entorno cambia. Adaptación es la capacidad para resistir los cambios
típicos de un entorno. Independencia (o adaptabilidad) es la capacidad para resistir
cambios nuevos. La adaptación se refiere a la certidumbre del entorno y la
adaptabilidad a su incertidumbre. No son la misma cosa. Incluso ocurre que a más de
la primera, menos de la segunda.
La incertidumbre del mundo es su más grande certidumbre. Así que, si hay una
pregunta que vale la pena, es ésta: ¿cómo seguir vivo en un entorno incierto? A lo
mejor resulta que la clave para comprender la evolución biológica no es el concepto
adaptación, sino el de independencia. La idea promete, porque la física y la
matemática, sus leyes y teoremas, no entienden de adaptaciones, pero sí de
independencias. Probemos.
Hay tres grandes familias de alternativas: La independencia pasiva. La manera más
simple y banal de ser independiente es aislarse. Es cuando la frontera es impermeable
a todo intercambio de materia, energía e información. Es la peor manera de ser
independiente, porque en ese caso el severo Segundo Principio de la Termodinámica se
aplica inapelable y el sistema resbala a un único estado posible, el de equilibrio
termodinámico: es la muerte. Hay muchas maneras de estar vivo, pero sólo una de
estar muerto. Con todo, la vida usa muchas y buenas aproximaciones de esta
alternativa: la latencia, la hibernación, las formas resistentes como las semillas, el
abrigo o el simple crecimiento (más inercia)... La idea es reducir la actividad o
mantener la simplicidad y cruzar los dedos a la espera de tiempos mejores. En la independencia activa el individuo se abre al mundo para mantener un estado
estacionario lejos del equilibrio. Las ecuaciones de la física de sistemas abiertos y de
la matemática de la comunicación explican cómo se consigue tal cosa. Si la
incertidumbre del entorno aumenta, se puede mantener la independencia del mismo
estado aumentando la capacidad de anticipación del sistema (mejor percepción, mejor
conocimiento...), o aumentando la capacidad de influir sobre el entorno inmediato,
esto es, con más movilidad (capacidad para cambiar de entorno) o con más tecnología
(capacidad para cambiar el entorno) como ocurre con la construcción de nidos o
guaridas.
Si la independencia activa fracasa y las fluctuaciones del entorno son tan caprichosas
que no hay manera de mantener el estado estacionario, todavía queda la posibilidad de
la independencia nueva. Es la evolución. Se logra por combinación de individuos
preexistentes. Estrategias de prestigio son la reproducción (especialmente la sexual,
claro), la simbiosis u otro tipo de asociaciones... En este caso, las ecuaciones son
claras: un aumento de la incertidumbre del entorno requiere un aumento de la
complejidad del sistema.
Progresar en un entorno es sencillamente ganar independencia respecto de él. Las
líneas progresivas y las regresivas no son ejemplo y contraejemplo de un mismo
evento contradictorio, sino dos casos particulares diferentes de otro más general. El
regreso se da en condiciones de hiperestabilidad y el progreso bajo la presión de la
incertidumbre ambiental. Podemos respirar aliviados y reconciliarnos con la fuerte
intuición de que, después de todo, algo ha ocurrido entre la aparición de la primera
bacteria procariota y, digamos, el nacimiento de Shakespeare.
Por Jorge Wagensberg
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