miércoles, 2 de marzo de 2011

Calderón y Obama Miguel Ángel Granados Chapa Periodista


La reunión que mañana sostendrán en Washington los presidentes de México y Estados Unidos ocurrirá en un ambiente de incomodidad si no de crisis en la relación entre ambos países. La imparable violencia criminal en México es el centro de la desazón que caracteriza hoy al vínculo diplomático entre los dos países.

Por prudencia o porque su repleta agenda no le permite seguir con puntualidad las relaciones con sus vecinos del sur, Obama no ha exteriorizado su parecer sobre lo que ocurre al sur de la frontera, y cuando lo hace emplea términos convencionales, relativos a la comprensión y apoyo de su gobierno al nuestro.

Ha llegado a corregir –indirectamente, sin mencionarla– a su antigua adversaria política, hoy su colaboradora, cuando la señora Hillary Rodham Clinton desliza alguna observación crítica sobre los vecinos del sur.

Ella misma, por su parte, oscila en sus expresiones sobre México, a veces poniendo énfasis en la inseguridad, a veces ratificando su confianza y aun admiración al presidente mexicano y a su estrategia contra el crimen organizado.

En cambio, su colega en el gabinete, la secretaria de seguridad interior Janet Napolitano endulza menos sus juicios sobre sus vecinos más allá del río Bravo.

Sus posiciones sobre ese tema –que llegaron a incluir una fantasía, la de la posible liga de al Qaida y Los Zetas– se han endurecido ante el asesinato del agente del ICE Jaime Zapata, a cuyo funeral se dio una dimensión desmesurada, una suerte de escenificación del creciente malestar en altos círculos gubernamentales sobre la libertad con que actúa en México el crimen organizado.

Ciertamente relevante, e inadmisible, la muerte del agente Jaime Zapata adquirió en los Estados Unidos una magnitud mucho mayor que la suscitada por alguno de los otros crímenes que privaron de la vida a personas que radicaban o estaban de paseo en México.

Por referirme sólo a casos recientes y semejantes, no tuvieron repercusión en el gobierno, y muy escasa en los medios los asesinatos de dos estudiantes de la Universidad de Texas, Manuel Acosta Villalobos y Eder Díaz Soltero, ocurridos en Ciudad Juárez en noviembre, y el muy próximo, allí mismo, de Juan Carlos Echeverría, un adolescente de El Paso que fue ultimado el 5 de febrero en compañía de dos estudiantes mexicanos.

Quizá el que esos homicidios se inscriban en el vasto y macabro escenario de la violencia cotidiana en aquella población fronteriza les hace perder tamaño, pero eso no explica suficientemente la diferencia de reacciones ante su muerte y la del agente Zapata.

En ninguno de esos casos la indignación oficial norteamericana llegó al extremo de encargarse directamente de la investigación penal respectiva, como sí ocurre con la averiguación del asesinato del agente Zapata.

Aunque se aborden otros, el de la inseguridad será el tema dominante de la reunión de mañana, la cual merecerá sin embargo escasa atención pública habida cuenta de que ese país y su gobierno centran en este momento su interés en Libia y en sus vecinos.

Ya ayer, la situación mexicana surgió en una audiencia del comité de relaciones exteriores de la Cámara de representantes, en que compareció la secretaria Clinton.

Ante una pregunta del congresista texano Michael McCaul sobre el desarrollo de la Iniciativa Mérida, la ex precandidata presidencial ofreció una respuesta cuyo contenido y tono muestran la naturaleza de la relación entre los dos países, al menos en ese aspecto. (McCaul es el diputado que difundió la primera versión sobre el modo en que ocurrió el ataque a Zapata, seguramente a partir del testimonio del compañero sobreviviente, Víctor Ávila).

Sobre los ritmos de entrega de fondos de ese plan bilateral explicó la secretaria de estado:

“Las complejidades, negociaciones, requerimientos técnicos con México, lo que esperamos a cambio de nuestro dinero, lo que esperamos cuando les damos nuestro dinero y la necesidad de aumentar nuestro personal para un programa de esta magnitud, ha tomado tiempo”,

A esta demora y aun a ese tono, percibido con anterioridad, pareció referirse el presidente Calderón al hablar con Roberto Rock, director editorial de El Universal en entrevista publicada el 22 de febrero.

Dijo que respecto de la inseguridad en la relación con Estados Unidos tanto con Bush como con Obama halló cooperación en este tema, “pero evidentemente la cooperación institucional termina por ser notoriamente insuficiente”

Tal vez no de modo directo, pero en las conversaciones de mañana estarán presentes los cables revelados por WikiLeaks y enviados por la embajada norteamericana a Washington en años pasados. Inocultablemente molesto, Calderón dijo a Rock:

“Ahí los embajadores o quienes generaron los cables le echaron mucha crema a sus tacos. Siempre querían levantar sus propias agendas ante sus jefes y han hecho mucho daño por las historias que cuentan y que, la verdad, distorsionan.

Hay muchos casos de los que no vale la pena habar”, aunque citó uno en particular, el de que habla de descoordinación entre las dependencias encargadas de combatir la violencia: “Yo no tengo por qué decirle (al embajador estadounidense cuántas veces me reúno con el gabinete de seguridad ni qué le digo, la verdad es que no es asunto de su incumbencia.

No acepto ni tolero ningún tipo de intervención. Pero la ignorancia del señor (se refiere al embajador Carlos Pascual, al que no quiere recibir) se traduce…en una molestia en nuestro propio equipo”.

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