Arnaldo Córdova
Para los estadunidenses el mundo es su casa y, como tal, en él pueden decidir y hacer lo que les venga en gana. Hace ya cuarenta años, el historiador Arthur Schlesinger (ya lo he citado antes) escribió que el gran mérito de Kennedy fue convertir la política internacional en política doméstica. Nada que ocurra en la Tierra podrá ser ignorado por el gobierno norteamericano; todo le interesa, porque todo le toca y sobre cada cosa tiene siempre un interés particular que debe imponer a toda costa. La doctrina de los intereses estadunidenses en el mundo, ahora junto con la de la seguridad nacional, es la brújula de su estrategia internacional.
Los que vivimos en otros países en el resto del mundo no tenemos más que apechugar y aceptarlo, por la sencilla razón de que no tenemos con qué enfrentar el descomunal poder económico, político y militar del imperio. Ya hemos tenido una prueba de que los gringos nos observan continuamente y siempre tenemos en nuestra vida nacional algo que a ellos les interesa en los documentos que ha dado a conocer Wikileaks. Nos conocen hasta el color de los calzones que usamos. No hay nada en nuestra política interior ni en nuestras relaciones con los demás que ellos no tengan registrado.
Estamos bajo la lupa y pretender que actuamos autónomamente y sin interferencias de otros es una idiotez. Los documentos de Wikileaks dicen muchas cosas que nosotros ya sabíamos o debíamos haber sabido y que ignoramos por simple comodidad. La virtud de ese destape documental es, ante todo, hacerlo público. Antes se rumoreaba o se suponía o se intuía, pero en todo caso se simulaba no saberlo o no darse cuenta de ello: los norteamericanos nos consideran parte ineliminable de su imperio y no están dispuestos a admitir o siquiera concebir que nosotros podamos oponernos a ello.
Con diferencia de sólo 24 horas, dos funcionarios norteamericanos, el subsecretario de la Defensa, Joseph Westphal, y Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interior del gobierno de Estados Unidos, produjeron declaraciones que nos obligan a reflexionar sobre el grado de dependencia estratégica en que nos encontramos con respecto a ese poder y la prepotencia que muestran en sus consideraciones sobre nuestro país, no importándoles un bledo que están hablando de un país soberano al que, por lo menos, deberían consultar antes de decir sus estupideces. Pero el respeto a los demás no es algo que caracterice a los gringos.
Westphal afirmó: “Como todos saben, hay una forma de insurgencia en México con los cárteles, que está justo sobre nuestra frontera. Esto no se trata sólo de drogas e inmigrantes ilegales. Esto es, potencialmente, sobre una toma de un gobierno por individuos que son corruptos”. ¿Quién es Westphal para hacer semejante diagnóstico? Tan sólo un pobre tonto. Lo peor vino cuando agregó que ello implicaría una respuesta militar estadunidense, vale decir una invasión de nuestro territorio. Realmente no es más que un estúpido que de inmediato fue obligado a desdecirse y justificar su dicho como una inocente opinión personal. La información es de David Brooks.
La Napolitano, otra descerebrada, afirmó un día después que “podría ocurrir” que se diera una alianza entre la organización terrorista Al Qaeda y el “cartel” de Los Zetas. Y, como si la estuvieran oyendo, advirtió: “no traigan esa guerra a Estados Unidos”, pues “responderemos muy, muy vigorosamente”. ¿Cómo?, pues de nuevo, pasando la frontera y haciéndose cargo de la situación como si México estuviera pintado o fuera su territorio. A los gringos, conceptos como el de soberanía nacional o país y patria para otros les resultan totalmente irrelevantes. Ellos, en México, se sienten como en su casa y, como en su casa, pueden hacer lo que quieran. También información de David Brooks.
La Napolitano dijo: “Tenemos a individuos en México trabajando sobre estos temas”. Y, en efecto, tienen a muchos agentes trabajando a la luz del día en nuestro país. La mayoría de ellos son mexicanos nacidos en Estados Unidos, que se prestan mejor a hacer el trabajo en una población mestiza y mayoritariamente morena. Pero eso no impide que los narcos también los identifiquen y, hasta hoy en muy contados casos, los ataquen. Poco después de las declaraciones que he citado, dos de esos agentes fueron agredidos en San Luis Potosí y uno de ellos murió. Los gringos deberían saber que a ellos también los infiltra el narco y que sabe de sus movimientos en México. Ahí tienen una prueba.
Dejemos de lado el hecho de que el gobierno norteamericano no hace nada para contener, disuadir o, incluso, reprimir el consumo de drogas entre sus ciudadanos ni, de igual modo, impide de ningún modo el tráfico de armas hacia México, lo que facilita y permite la labor de los cárteles de la droga. También el hecho de que el consumo de estupefacientes en Estados Unidos es un negocio fenomenal y el mucho dinero que circula en sus redes alimenta de modo directo la economía de ese país. El modo de actuar de los gringos respecto a México en el asunto del narcotráfico podría proyectarse a futuro para prevenir el comportamiento del gobierno estadunidense respecto a un cambio en la política mexicana.
Ellos están muy contentos con los gobiernos derechistas que el país ha padecido desde la época de De la Madrid. ¿Qué pasaría si en el futuro cercano un líder de izquierda tomara las riendas del poder político en México? Dan calosfríos de sólo rememorar la trágica experiencia del presidente Salvador Allende y su gobierno de Unidad Popular en el Chile de 1973. Es verdad que en las ocasiones que se han presentado con Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador ellos dijeron que no se metían en nuestra política interior y que era derecho del pueblo mexicano decidir quién lo gobernaría. Pero nadie podrá creerles, no después de lo que muestran respecto a los narcotraficantes mexicanos. Para ellos, México sigue siendo su corral trasero.
Todo mundo sabe cuál es el modo mejor para combatir al crimen organizado: atacar su sistema financiero y organizar un entramado de inteligencia que sea capaz de seguir todos los movimientos de los delincuentes. Tratar de aniquilarlos mediante la guerra a sangre y fuego, como estúpidamente lo ha hecho Calderón (con un saldo ya de cuarenta mil muertos), no hace sino avivar el conflicto. Es echarle gasolina al fuego. Supongamos que un candidato de izquierda gana las elecciones de 2012. Supongamos también que revierte la política de guerra y se dedica a operar sobre las finanzas de los narcos y conforma un mapa de inteligencia que logre ubicarlos en sus guaridas y en sus lugares de acción. ¿Cuál sería el comportamiento de los gringos frente a un gobierno semejante?
Sabiendo lo que han hecho con nuestro país y con los demás países de América Latina, sobre todo los del Caribe y Centroamérica, dudo mucho que sean los buenos chicos que dicen ser. Se impondría su estúpida doctrina de los intereses norteamericanos y de su seguridad nacional y harían de todo para derribar a un gobierno popular en nuestro país. México está en sus fronteras; Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil y Nicaragua están, por lo menos, un poco más lejos. ¡Pobre de México, tan cerca de Estados Unidos!
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