domingo, 20 de febrero de 2011

Cuidado con los nacionalismos Víctor Orozco


Nicolás Sarkozy y Felipe Calderón se han enzarzado en una disputa por la presa. Ésta no es Florence Cassez, sino el gran premio de una ola de nacionalismo y patrioterismo en sus respectivos países que apuntale sus maltrechos prestigios políticos y revierta la hasta ahora imparable caída que sufren sus bonos entre las mayorías francesa y mexicana. Ambos van por lo mismo: los preciosos sentimientos patrióticos que, está demostrado, pueden entregar el poder del Estado hasta a un tunante o a un criminal.

Para el presidente galo, la ocasión se le ofreció inmejorable: una bella compatriota condenada a prisión de por vida en una cárcel de México, cuya justicia se encuentra en sus más bajos niveles de prestigio y respetabilidad. Con otro valioso agregado: casi puede hacérsele aparecer como heroína, ya que se atrevió a desafiar al segundo hombre más poderoso de México, el ministro (empleando la terminología francesa) de seguridad nacional llamándolo mentiroso, ya que éste montó un descarado show mediático para adornarse con su captura, falseando los hechos. Si los propios mexicanos, razonan los estrategas franceses, no confían para nada en su justicia ¿No es fácil convencer a la opinión pública de su país que el ocupante del Elíseo no está haciendo otra cosa que defender el honor nacional y la vida de una desdichada víctima de estos corruptos funcionarios aztecas? ¡Ah, y el nacionalismo francés No hay otro que le aventaje en extremismo, quizá apenas el alemán en sus peores momentos del siglo XX. Él ha proporcionado la base social, cultural y política, a cuantas empresas expansivas o invasoras ha impulsado Francia en las dos últimas centurias. ¿Y acaso no sigue funcionando como tranca contra los morenos inmigrantes que llegan al suelo francés? ¿Por qué no ha de hacérsele reverberar aunque sea en un destello fugaz y apoyándose en una causa presuntamente humanitaria, para provocar el saludable efecto de garantizar el triunfo electoral de Sarkosy?

En la contraparte mexicana, los desplantes del presidente y la Cancillería franceses le vienen a Felipe Calderón como anillo al dedo para envolverse en la manta del nacionalismo mexicano, poderoso también como el galo, aunque aquí haya operado históricamente como escudo y no como espada. Es una situación paradójica, pero real: la administración del actual presidente se ha significado por el aumento increíble hasta hace un lustro del odioso crimen del secuestro y también de la impunidad de la que han gozado sus ejecutores. Por lo mismo, no hay acción delincuencial más reprobada y en presencia de la cual, la sociedad sea más sensible. ¿Quién puede salir en defensa de un secuestrador? ¿Quién puede perdonar a éstos que cercenan dedos y matan casi por matar, incluso después de recibir los pagos del rescate? Así que, ¿puede Florence Cassez, plagiadora convicta, inspirar sentimientos de compasión? No. Y de ello han hecho su agosto varios voceros de noticias y periodistas siempre adictos e incondicionales de Los Pinos, burlándose y caricaturizando a la Cassez. Igual, han recordado la batalla del Cinco de Mayo y junto con los estrategas oficiales, quieren montar un incendio de patriotismo que lleve al saludable efecto de garantizar el triunfo electoral del partido de Calderón.

Ya se han mostrado las fortalezas de cada posición. Veamos ahora sus debilidades. Las principales del príncipe (no lo es, pero a veces trata de parecerlo) galo estriban en sus pavoneos de arrogancia, como si una disputa con México pudiera ser apenas un paseo o divertimento para la experimentada diplomacia francesa, que debería terminar en una lección al país de segunda clase. Si así lo ven los tácticos del Quai d’Orsay, habrá que decir por lo menos que andan desubicados. Un estado con cien millones de habitantes y una economía ubicada entre las quince mayores del mundo, no puede ser tratado con la punta del pie, sin medir las consecuencias que puede traer consigo una escalada en el conflicto. Tampoco ayuda a la parte francesa la impopularidad de su presidente, a quien su frivolidad y alardes de joven del jet set lo alejan del tipo que puede poner tras de sí a la nación francesa encrespada, a la manera del general De Gaulle, último de sus dirigentes políticos que pudo consumar la hazaña. Ahora bien, ¿está convencido el hombre de la calle en París o en Lyon o en Marsella, que Florence Cassez es inocente? Hay demasiadas sospechas de que no es así: sus amoríos con el jefe de los plagiarios, su residencia en la casa donde ocultaron a las víctimas hacen difícil suponer que nunca se enteró del infierno que se desplegaba en su derredor.

El presidente mexicano entra por su parte a esta pelea con varios lastres de enorme peso. La policía mexicana y el sistema de procuración de justicia están probablemente en el peor momento de nuestra historia, marcados por el desprestigio, la corrupción y la ineficacia. Treinta y cinco mil muertes desde 2006 a la fecha es un dato mayor, que en manos de un publicista, aún mediocre, se convierte en una arma mediática letal. Aún concitando el apoyo de todos los partidos y garantizando el de las televisoras, el gobierno difícilmente puede convencer a la mayoría de los mexicanos de que Florence Cassez es inequívocamente culpable, a pesar de que fue juzgada en tres instancias del poder judicial. Los mexicanos saben de las pifias jurídicas que aquí se cometen, ahora puestas en evidencia y aún magnificadas por el laureado documental Presunto Culpable que en tan mal momento para la diplomacia mexicana llega a las salas. Saben también que el falsario de 2005, que simuló una espectacular aprehensión de Cassez fue ascendido en lugar de ser despedido. Se infiere que a partir de este fiasco todo pudo ser posible en el famoso proceso.

Los sentimientos nacionalistas han sido, como las creencias religiosas, un poderoso instrumento de cohesión de las masas. Aprovechando tales cualidades, también han sido un instrumento en manos de los tenedores del poder. No hay un gobernante en la tierra que no se envuelva o en la manta del patriotismo o de la religión y que de cuando en cuando busque provocar olas de fanatismo patriotero o de fervor santo, para llevar agua a su molino. Desde antiguo han sido las maneras más fáciles y efectivas de ejercer el dominio sobre los demás. Esto lo sabe casi todo mundo. En el actual affaire diplomático entre México y Francia, para nada conviene olvidarse de estas viejas enseñanzas.

Ambos pueblos deberíamos de tener un gran cuidado en no convertirnos en monigotes de manipulación y de ser engañados haciéndonos creer que cada quien defiende a su nación cuando en lugar de ello nos llevan a formar filas para salvar opciones electorales en bancarrota. Como siempre, existen salidas honestas y humanas para dejar atrás la crisis y reanudar y fecundar las antiguas relaciones entre Francia y México, sobre todo las culturales. Una de ellas es la transparencia. Debe ponerse ante los ojos de la opinión pública aquellas constancias fundamentales del proceso a Cassez, empezando por la sentencia de la última instancia. La justicia mexicana, si obró con imparcialidad y lucidez, no debe temer al escrutinio ciudadano. El expediente probablemente llegue a una instancia internacional, en donde la resolución judicial mexicana si es correcta, se defenderá por sí sola. No está en juego nuestra soberanía, lo que sí lo está es nuestro prestigio como país de leyes.

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