domingo, 23 de enero de 2011

Un peligro para México


Se presentó como el hombre que podía conjurarlo y en realidad lo atrajo. Sembró Felipe Calderón Hinojosa el miedo y la discordia anunciándolo como inminente para acceder al poder y hoy, cuando su mandato agoniza, ese peligro del que pretendía “salvar al país”, más que un lema propagandístico, un instrumento de la guerra sucia electoral, es una realidad multiforme y fuera de control que pone en entredicho a la, ya de por sí, maltrecha democracia mexicana.

Balas, trampas desde el poder y de los distintos actores políticos, aparición de nuevos e indeseados protagonistas, injerencia indebida y creciente de los poderes fácticos se ciernen sobre los próximos comicios en los Estados enturbiándolos y marcan, desde ya, lo que se anuncia como un complicado proceso de sucesión presidencial.

Nada más sagrado que la paz y nada más precario e inestable. No ha dado la democracia resultados, lo que la vuelve sólida y rentable para los pueblos y, además, desde el 2006, hasta como coartada parece haber desaparecido para muchos millones de mexicanos.

¿Cuánta tensión más aguanta la cuerda? ¿Cuánto desencanto acumulado, cuantos agravios, cuantas traiciones de una clase política que ha crecido dando la espalda a la gente puede resistir el país?. ¿Hasta cuando mantener la democracia, esa democracia que de poco ha servido, en lugar de irse por el camino –aparentemente efectivo- del autoritarismo, de la mano dura?

Ya se jugó con fuego en 1988 y después en el 2006 y entonces la violencia aun no se salía de madre en el país. Hoy sobran los hombres armados por todos lados y campean el miedo y la zozobra. Nuevos poderes, el del fusil criminal por un lado, el de los jefes de los miles de soldados desplegados a lo largo y ancho del país por el otro, se aprestan a reclamar su participación en las elecciones.

Impone el narco, con atentados, masacres y bloqueos, su poder de veto sobre candidatos y partidos. Con plata penetra donde puede. Con plomo donde se le resisten. Vota con balas, determina el comportamiento de los electores por el terror. Es la muerte ejemplar su forma de proselitismo.

Tampoco puede ignorarse que, desplegado casi en su totalidad, factor esencial de la lucha contra el crimen y de la precaria estabilidad del estado mexicano el ejército, que por tantos años se mantuvo fuera de la política activa, adquiere hoy un protagonismo que la virulencia de la acción criminal y los desaciertos gubernamentales no han hecho sino acrecentar.

Ninguna democracia latinoamericana sale bien librada cuando en su camino se cruzan los generales. Menos todavía si esta democracia y ese ejército son tan cercanos y dependientes de Washington y representan, hasta cierto punto, la primera línea de defensa del país más poderoso de la tierra.

País que, por cierto y a pesar de que desde ahí nos llegan los dólares y las armas y es ahí donde va la droga que tanta sangre produce en México, no habrá de quedarse con los brazos cruzados ante los comicios presidenciales. Lo del “estado fallido” y los deslices de Hillary es apenas el comienzo. Votaran los norteamericanos en nuestro país con sus dólares, el plan Mérida y también, claro, con los asuntos migratorios.

Malas noticias para la democracia que las elecciones se celebren en una situación tan inestable y explosiva. Peores que al protagonismo de los actores del conflicto armado en los procesos democráticos se sume, desmandada, la de los poderes fácticos que se aprestan a pasar la factura a un gobierno que se debe a su apoyo.

Envalentonada la alta jerarquía eclesiástica viene por sus fueros. Nada la contiene; ni la constitución, ni los medios, ni la clase política, menos todavía el gobierno federal, su deudor y para el que el laicismo es el indeseable lastre ideológico de los liberales.

La virulencia de su discurso, el descaro de los prelados no hace sino crecer en la medida que se acerca la contienda decisiva. Curas, obispos y cardenales hacen su juego; satanizan a sus enemigos ideológicos con los viejos argumentos de la cruzada anticomunista, incitan al linchamiento de sus adversarios y caen continuamente en la tentación de convocar a una nueva cristiada.

Y si la iglesia actúa impunemente peor hacen los barones del dinero y los dueños de los grandes medios electrónicos. Acreedores se saben de un gobernante que solo gracias a ellos llegó al poder y sólo gracias a ellos se mantiene en él. Hoy pasan también la factura a Calderón y al PAN al tiempo que hacen sus apuestas propias.

Y como a río revuelto ganancia de acreedores también Elba Esther y su sindicato se presentan a cobrar los favores del 2006. En las escuelas los maestros del PANAL, sin contención como la Iglesia, hacen campaña. Otros sectores habrá que, rotos los diques legales y con el mismo descaro, comiencen muy pronto a moverse.

Lo cierto pues es que en este ambiente enrarecido, sin árbitros, ni instituciones sólidas, México y su democracia navegan a la deriva. Ya está aquí ese peligro que Felipe Calderón anunciaba; con él llegó pero, desgraciadamente, no habrá de desaparecer con él cuando se vaya.

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