domingo, 23 de enero de 2011
¿Qué socialismo? Víctor Orozco
Los socialistas estamos en una gran desventaja cuando se trata de exponer argumentos a favor de un sistema fincado en la posibilidad de que todos los integrantes de la colectividad disfruten de igual oportunidad para desplegar sus propias individualidades y potencialidades. La primera objeción es que nunca, en ninguna parte, tal organización social ha existido. La segunda es que todos los esfuerzos para alcanzarla, con sus altísimas cuotas de sacrificios y dolor para los pueblos, han fracasado. Algunos piensan que la explotación y las inequidades se derivan de la propia condición humana y que por tanto no hay forma de evitarlas. Ésta, a su juicio, es la causa última por la cual todos los experimentos libertarios y niveladores se han frustrado.
Cavilo en ello cuando escucho a una señora reclamar en la fila de la panadería del estado en Camagüey. Uno de los clientes (seguro algún revendedor) recibe quince o veinte bolsas ante la desesperación del resto, que va por una sola. La mujer no se calla y grita con furia: “¡Esto no es el capitalismo Si así fuera, tú le puedes vender a éste todo el pan que quiera y dejarnos al resto sin comida. ¡Pero esto es el socialismo. Nos toca igual a todos”
Regreso a estas palabras y me sorprendo por cómo ellas condensan varias de las cuestiones capitales que seguirán estando en el corazón de la disputa ideológica y política de todos los tiempos y países. En el capitalismo, efectivamente, alguien puede apropiarse de la riqueza generada por el conjunto sin ningún límite y excluir hasta de los mínimos satisfactores a gruesas porciones de la sociedad. Pienso en lo aberrante que resulta el que en este sistema algunos “puedan comprar (y heredar) todo el pan que quieran”, esto es: tierra, máquinas, medios de comunicación y por último al Estado mismo, por la pura razón tautológica de que ellos son los propietarios. Al final, la única explicación en pie –descarnada y simple– es que son los dueños…porque son los dueños. Por siglos se enseñó que dios había dispuesto así las cosas, poniendo por separado a quienes nacen para trabajar en beneficio de otro y quienes nacen para vivir del trabajo ajeno. Pocas veces se acude ya a esta declaración, pero en punto a la irracionalidad de la misma, nada se ha avanzado. En el fondo no hay pues más que un dogma, como el de la supuesta naturaleza humana, con el cual se pretende justificar una opresión que tiene su origen en las puras circunstancias históricas.
La cubana indignada de la panadería devela otra cuestión: la dificultad enorme para vencer otros obstáculos internos en la construcción del socialismo. Se dice que durante los primeros años de la revolución rusa, el proyecto estuvo a punto de naufragar entre ríos de vodka y que siete décadas después, los soviéticos igual fueron invadidos por el alcoholismo. Nunca pudieron derrotar al vicio. ¿Y cómo extirpar la corrupción, el abuso de los agentes oficiales, la “transa” como decimos en México, el robo de los bienes públicos? Menudas tareas cuando se navega contra una corriente que lleva muchos siglos en este cauce.
Alberto Einstein, quien optó decididamente por el socialismo explicando que el capitalismo amputa la conciencia social de los individuos, siendo esta mutilación la más grave de sus fallas, planteó también las cuestiones que seguimos debatiendo y sobre todo los cubanos: “¿Cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?”
¡Ah, si la implantación del socialismo fuera sólo cuestión de conquistar voluntades, de persuadir a los pocos opulentos que abandonen sus sitiales para que los muchos queden a su altura. Pero no, ninguna aspiración en la historia de la humanidad, ningún movimiento social ha conjurado en su contra a fuerzas tan poderosas y despiadadas. Se puede expropiar a los expropiadores y como sucedió en términos generales en Cuba: hacer pública la mayor parte de la riqueza social: bancos, casas, tierras, empresas y tratar de repartir todos los bienes económicos y culturales por igual. Pero, el mundo desde hace varias centurias es uno solo. No hay economías aisladas, ni culturas aisladas, ni políticas aisladas, ni clases sociales aisladas, ni hábitos, ni creencias. La burguesía cubana abandonó el campo interno para reorganizarse allende el estrecho de Florida bajo la sombra protectora del gobierno norteamericano y éste ha puesto en juego todos los recursos a su alcance para pulverizar a la revolución.
En medio de este contexto radicalmente hostil y de sus propias fallas internas, el socialismo en Cuba enfrenta ahora una prueba inédita: el del recambio en la dirección política. ¿Podrá soportar el régimen las tensiones que se mostrarán en toda su magnitud apenas desaparezcan los hermanos Castro? Los cubanos se expresan ahora con mucha mayor libertad sobre el punto y sobre cualquiera de los temas políticos. Un joven con posgrado en economía, crítico radical del sistema, pero enemigo del regreso del capitalismo, proclamaba fuerte que la constitución cubana le garantizaba el derecho a la libre expresión y a ello se atenía para hablar sin tapujos. Me quedo pensando en estos dos personajes, la mujer de la panadería y en este partidario del socialismo, pero no del régimen político de su país. ¿Estarán entre los futuros y frustrados empleados de alguna empresa maquiladora como les ocurrió a centenas de miles de europeos orientales o serán los protagonistas de un nuevo impulso para edificar a la sociedad justa e igualitaria en Cuba?
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