Editorial EL UNIVERSAL
Como es costumbre, mañana, primer día del nuevo año, los mexicanos seremos recibidos con una cascada de aumentos en bienes y servicios, muchos de los cuales están contemplados en la Ley de Ingresos de 2011 enviada por el Ejecutivo federal y aprobada por la Cámara de Diputados. De esta manera, peajes carreteros, gasolinas, cigarros, cervezas, derechos por trámites, entre otros rubros que afectan al grueso de la ciudadanía, aumentarán, en promedio, por encima de la inflación esperada.
En los estados de la República la situación se replica de manera idéntica, con tenencias y gravámenes de la entidad al alza. En el Distrito Federal subirán también los bienes y servicios proporcionados por el gobierno del DF, todos los trámites, agua y predial, más aumentos colaterales, como el de 10% a taxis.
Este avance de precios suele justificarse como algo necesario para reponer los índices inflacionarios del año anterior, y no deteriorar la calidad de los servicios. Sin embargo, al ver con detenimiento el fenómeno, resulta que una gran parte proviene de cálculos macroeconómicos que se hacen en los gobiernos federal y estatales para compensar caídas de ingresos por otros motivos, como por ejemplo la producción petrolera a la baja o o las remesas en picada. Sólo este año, de enero a noviembre, México acumuló un déficit fiscal por 225 mil 046 millones de pesos, según datos dados a conocer ayer por la Secretaría de Hacienda.
Ante eso, la salida fácil es aumentar la carga fiscal a los mexicanos por los bienes y servicios que nos proporcionan los tres niveles de gobierno. En lugar de trabajar en una reforma fiscal de fondo, se opta por gravar el bolsillo de los consumidores cautivos. No se busca ampliar la base gravable; se dejan intocados los beneficios fiscales a empresas que al final del año subsidiamos todos con nuestros impuestos; se tolera el comercio informal en detrimento del formal, sujeto a innumerables obligaciones fiscales sin escapatoria.
Esta absurda carrera circular de precios a la alza que propician la inflación, que da como resultado más precios al alza el año siguiente ha de ser detenida.
Se puede entender que de manera cíclica o excepcional pueda darse un alza mundial en precios del maíz y el trigo, afectando al pan o la tortilla. También si los precios mundiales de hidrocarburos se desploman, es previsible que los ingresos por ese concepto se vean afectados.
Pero que año con año la política fiscal opte por meter siempre la mano en el bolsillo del mismo sector de los mexicanos para compensar sus desequilibrios habla de que ni siquiera hay un esfuerzo de imaginación o concertación con todas las fuerzas políticas para sacar adelante un nuevo pacto fiscal que haga menos nublado y amargo el inicio de año para los mexicanos.
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