jueves, 16 de diciembre de 2010

El beso de “El Chupacabras” Índice político


Francisco Rodríguez

December 16, 2010

HA VUELTO A las andadas. Y ahora nos receta un tercer mamotreto con el que trata de justificar su desastroso sexenio, en su momento tan aplaudido por los mismos que hoy se deshacen en elogios a la fallida Administración calderoniana.

“El Chupacabras” está de regreso. Vuelve disminuido, eso sí. Simulando tener un poder del que carece y cargando todavía con las recientes acusaciones de que “se robó la mitad de la partida secreta (muchos miles de millones de pesos)” cual acusó Luis Téllez Kuenzler, lo mismo que aquella otra que le escupiera un arrepentido Miguel de la Madrid quien lo incriminó por robar, corromper y permitir que sus hermanos Raúl y Enrique se involucraran con el narcotráfico… aunque después se retractara, presionado por ese otro innombrable que es Emilio Gamboa Patrón.

Carlos Salinas de Gortari es “El Chupacabras”. De eso no hay duda.

De acuerdo a la Wikipedia, este malévolo y maléfico ser es una “criatura pequeña (de 1 metro de altura o menor tamaño), que presentaría piel verduzca y escamosa, ojos grandes y saltones, y cabeza ovalada…”. Es él. ¡Vade retro! Lo hemos visto todos con sus corbatas color esmeralda.

Viene ahora a distraernos. Gran maniobra de diversión que nos provoca carcajadas.

Como en película de Juan Orol –aquella arrabalera de Gangsters Vs. Charros, por ejemplo– “El Chupacabras” se enfrenta ahora a los inteleituales mexicanos. Casi casi igual que el gangster Johnny Carmenta –personaje del film producido en 1947– se tiene que enfrentar a Pancho Domínguez, el charro del arrabal, quien ha impuesto su ley en la ciudad, mientras la rumbera Rosa transita del gangster al charro, encendiendo la ya de por sí enconada rivalidad entre ambos.

“El Chupacabras”, claro, es Carmenta.

Sólo para ejemplificar, el inteleitual Jorge Castañeda es Domínguez.

Y Rosa, ¡ah Rosa!, es nuestra veleidosa sociedad.

Melodrama verdaderamente de arrabal. Orolesco.

Todos muy divertidos, hilarantes. Se lanzan dardos gramaticalmente oropelescos. Pistoletazos de salva. Piales fallidos. Nos distraen de lo importante.

“El Chupacabras” es malévolo. Lo es más con los inteleituales a quienes alguna vez cargó por todo el orbe para que lo aplaudieran.

Viva está en la memoria de muchos aquella tarde en Nueva York, cuando al salir de una reunión con el Consejo de las Américas, a cuyos integrantes había “vendido” las bondades que sólo él veía en el Tratado de Libre Comercio, Carlos Salinas subió a la limousine –una camioneta tipo Van– en la que se transportaban periodistas de la fuente económica y financiera, para pedirles su opinión sobre sus palabras y los efectos de éstas sobre los asistentes al evento, entre los que destacaba el patriarca Rockefeller.

Y antes de que ningún colega pronunciara una sola palabra, uno de esos inteleituales –¿Cordera?– se apresuraba a elogiar, cuando fue tajantemente interrumpido por quien hoy encarna a “El Chupacabras”.

– ¡Tú cállate! Quiero la opinión de los señores. A ti te traje para que aplaudieras…

Salinas usó y abusó de los inteleituales. Cierto: los convirtió en orgánicos. Al servicio del poder en turno. El caso más escandaloso, sin duda, el de Héctor Aguilar Camín, quien luego lo abjurara y traicionara desde las pantallas de Televisa, empresa a la que comenzó a servir por intercesión de Salinas.

Divierte como se desnudan unos a otros. Castañeda, el más encuerado. Más veleidoso y cambiante que la sociedad misma. Lopezportillista, castrista, cardenista, salinista… de todos ha renegado, luego de servirles y presumir su amistad… Así, hasta quedar, ahora, reducido a simple foxista.

Salinas y los inteleituales divierten. Distraen. ¿Quién se acuerda de las masacres? ¿Del Estado fallido? Horas y horas de comentarios radiofónicos. Preciosos minutos de la televisión. Espacios y más espacios de comentarios escritos. Todo para un divertimento. Una distracción.

¿Qué nos importan Salinas y los inteleituales? ¿Qué aportan todos ellos para reencauzar el desmadre que es hoy el país que se le ha deshecho en las manos a Felipe Calderón? Nada. Eso y lo que se le unta al queso son lo mismo.

A final de cuentas, el único que de verdad debería estar preocupado por esta reaparición de “El Chupacabras” es Marcelo Ebrard.

Porque tienen razón los perredistas. Al jefe de gobierno de la capital nacional, ya lo besó Salinas. Y ese beso es peor que el beso de El Diablo. Es el beso de “El Chupacabras”.

¡Ay Dios!

Índice Flamígero: Y en otra pista del circo de los Hermanos Calderón –él, claro, y Cocoa–, el desafuero de Godoy Toscano. Risible. Sobre todo por las cómicas piruetas de los perredistas, ¿o no?

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