Desfiladero
El martes próximo, las autoridades del condado Imperial (Imperial County), en el estado de California, decidirán si aprueban la construcción de un centro de adiestramiento de paramilitares en el poblado de Ocotillo, a 20 kilómetros de la raya de México y a 130 de la ciudad de Tijuana. La base contaría con un aeropuerto para aviones no tripulados, que pueden lanzar bombas de 500 libras y dar en el blanco a 3 kilómetros de distancia.
El proyecto representa una inversión inicial de 100 millones de dólares y lo impulsa la firma Wind Zero Group Inc., fundada en 2006 por un ex marine y ex agente de la CIA llamado Brandon Webb, que hizo labores de espionaje en Pakistán y Afganistán, y fue socio de la empresa de seguridad privada Blackwater, con la cual, se sospecha, no ha roto.
Los habitantes de Ocotillo, una tranquila comunidad californiana en la que viven 300 personas, exigen que el condado rechace la propuesta de Webb, quien en su exposición de motivos, para justificar la razón de ser de su negocio, arguye: “México está muy cerca de una guerra civil... ¿y entonces qué? Tendremos un millón de mexicanos cruzando la frontera y es la misma situación que hay en Afganistán y Pakistán. ¿Qué vamos a hacer con eso?” (Véanlo en YouTube.)
Crear fuerzas irregulares, que ayuden a la marina y al ejército a frenar la invasión de refugiados, sería la respuesta que cabría inferir. Pero México no está cerca de ninguna guerra civil, sino de una dictadura. Por eso, cuando se examinan las características de la base paramilitar ideada por Wind Zero, se llega a conclusiones opuestas: de lo que se trata, en realidad, es de capacitar a mercenarios que realicen tareas de limpieza social dentro del territorio mexicano, e incluso puedan lanzar ataques aéreos “en el marco de la guerra contra las drogas”.
En otras palabras, sería el inicio de “un Plan Colombia a lo bestia” (Muñoz Ledo dixit), para combatir el caos creado por la irresponsabilidad extrema de Felipe Calderón, que destruyó la gobernabilidad en dos terceras partes del país, dando palos de ciego contra el narcotráfico. Juzguen ustedes...
Aeropuerto para zancudos
La base paramilitar de Ocotillo, que tendría un costo de 100 millones de dólares, de los cuales se invertirían 15 en una primera fase, ocuparía una superficie de 380 hectáreas al sur de la carretera interestatal 8, en una zona que, según los opositores a la obra, puede verse gravemente afectada por inundaciones y terremotos, ya que está en una hondonada del desierto sobre la falla de San Andrés. Pero, según Brandon Webb, contaría con las siguientes “facilidades”:
Un campo de tiro al blanco, para efectuar 57 mil disparos al día; una maqueta, a escala real, de un vecindario urbano para “prácticas de asalto” [¿como el secuestro de los nietos de Diego Fernández de Cevallos en Cozumel?]; una pista de carreras de coches para ejercicios de “manejo a la ofensiva y a la defensiva”; un área para acampar y un hotel de 100 cuartos “para alojar un pequeño batallón de guerreros”; un edificio de oficinas administrativas, una torre de vigilancia de 27 metros de altura, dos helipuertos y una pista de aterrizaje de mil 300 metros de longitud para aviones no tripulados, o “drones”.
Los drones, palabra que en inglés significa zancudos, pueden ubicar un objetivo a tres kilómetros de distancia y destruirlo con un misil Hellfire que contiene una bomba de 500 libras. Actualmente, los drones se utilizan en Pakistán y Afganistán. En 2008, Brandon Webb anunció que Wind Zero había suscrito un contrato por 198 mil 735 dólares con el Comando Especial de Guerra de la marina de Estados Unidos, para dar cursos de “entrenamiento táctico y prácticas de campo con aviones no tripulados” en la base naval de Coronado, California.
En fecha reciente, el diario Los Angeles Times dijo que en el sur de California “la industria de los aviones no tripulados emplea alrededor de 10 mil personas (y) el Pentágono ha invertido en ella 20 mil millones de dólares desde 2001”. Los intereses de Brandon Webb son obvios: si logra construir la base paramilitar de Ocotillo, sus relaciones comerciales con el Comando Especial de Guerra se expandirían en los próximos años, a medida que se agudice la catástrofe mexicana.
Quitarle un pelo a un león
Hace tres viernes, la policía decomisó 130 toneladas de mariguana en Tijuana. Anteayer, descubrió un narcotúnel, entre Tijuana y San Diego, donde había 25 toneladas más. Esto explica por qué los gobiernos de México y Estados Unidos se opusieron con tal denuedo a la legalización del consumo de la yerba en California. La exportación de cannabis al norte de Tijuana sigue siendo vital para la subsistencia de cientos de miles de personas en Chihuahua, Sonora, Sinaloa y Durango, pero también en Estados Unidos: si por culpa de la despenalización el costal dejara de costar 20 dólares en Los Ángeles y cayera a menos de la mitad de precio, muchedumbres enteras, que de eso viven, saldrían a saquear almacenes.
La droga mantiene a flote la economía del país (y de muchos países). ¿O si no por qué Calderón tiene como mariscales de campo, “dirigiendo” (?) la guerra “contra” (?) los cárteles a tres funcionarios disfuncionales como Francisco Blake, Arturo Chávez Chávez y Genaro García Luna?
Blake fue el estratega de la campaña electoral del PAN en Baja California y sus candidatos perdieron en todos los distritos. Al día siguiente, fue nombrado secretario de Gobernación. Chávez Chávez era procurador en Chihuahua, durante la etapa más sangrienta de los feminicidios. Jamás detuvo a nadie. Fue ascendido a procurador general de la República. García Luna pertenecía al gabinete de seguridad de Fox y fue corresponsable de todo lo que, según Calderón, éste no hizo contra el narco. Hoy es el superpolicía del país. Y las matanzas se multiplican.
La única promesa de Calderón que se ha cumplido invariablemente a lo largo de estos cuatro años de espanto es: “Habrá más muertos”. No lo dijo cuando era candidato sino cuando tomó el poder. Y desde entonces lo repite, cada vez con mayor frecuencia: “Habrá más muertos, habrá más muertos, habrá más muertos”. Sólo le falta reírse como los malos de las películas. “Habrá más muertos, ¡jo-jo-jo-jo-jo!” Pero nosotros, y sólo nosotros, tenemos la culpa por guardar silencio. La “correcta estrategia” ayuda a extender el control territorial de los cárteles en todo el país y, semana a semana, reduce la posibilidad de que haya elecciones en 2012. ¿Quién saldrá a formarse ante las urnas en ciudades donde en septiembre no se atrevieron a celebrar el bicentenario del Grito y ahora tampoco la fiesta de los fieles difuntos? Lo escribió Abraham Nuncio, en La Jornada, hace unos días: “Si las elecciones fueran esta semana y la gente no pudiera votar, la dictadura estaría a la vuelta de la esquina”.
Hemos llegado al límite y no parecemos dispuestos a actuar. Nuestra prioridad como ciudadanos es salir a la calle, exigir la renuncia del gabinete de seguridad y el cambio radical de la estrategia. ¿Para adoptar cuál? Que lo digan los expertos. Pero a nosotros nos toca movilizarnos para ponerle fin a esta pesadilla. A los únicos que por desgracia ya no podemos decirles que no permanezcan cruzados de brazos es a quienes en esa postura duermen para siempre en su ataúd. Es ahora o nunca. Los drones ya calientan motores. Los misiles Hellfire (“fuego infernal”) apuntan hacia acá.
jamastu@gmail.com
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