Esta frase acuñada por el poder imperial de la Roma decadente encerraba, por una parte una buena dosis de pragmatismo político y, por otra, el profundo desprecio por un pueblo envilecido. El Imperio era la Ciudad. Podía haber guerra en cualquier parte del Imperio, pero la Urbe debía permanecer en paz. La prioridad de los emperadores y el ampuloso Senado Romano era que la Urbe, el populacho, pues, estuviera en paz, es decir, satisfecho. De ahí que la política elemental a seguir era mantenerla bien aprovisionada de trigo y bien provista de diversión.
La rebelión de la Ciudad era más peligrosa para los Emperadores que la rebelión de las tribus bárbaras de las Galias, o la Germania o Hispania o cualquiera otra de las regiones aprisionadas bajo la dudosa categoría de Imperio Romano. Cuando comenzaba el desabasto o faltaban juegos y diversiones suficientes, el pueblo se enfurecía y no solamente el puesto, sino la vida misma del divino Emperador corrían serio peligro. Había que mantener activadas las vías de comunicación para traer trigo de todas las partes del Imperio, del norte de África que era el gran surtidor, de las Galias o del Asia Menor; había que mantener, también, reservas de fieras, gladiadores y demás curiosidades traídas de las tierras conquistadas que hacían las delicias y felicidad de los degenerados, apoltronados, vividores y viciosos ciudadanos de la Urbe. Para eso era Roma. El Imperio Romano era Roma. Aún en sus largas y penosas campañas, los Emperadores tenían que dejar bien abastecida y en paz la Ciudad porque corrían el riesgo de que a su regreso, y no obstante todos los triunfos y trofeos, se encontraran con la desagradable noticia de que ya no eran Emperadores. Había que mantener, pues, satisfecha, contenta y bien abastecida la ciudad, además de una buena red de soplones y policías y a los jefes de las legiones bien forrados para que no se les ocurriera encabezar algún levantamiento. Precauciones, pues.
No pocas veces las circunstancias de desabasto de alimento y la falta de diversión alentaban a los sectores enemigos para aprovechar la coyuntura y destronar y de paso asesinar al divino Emperador. De ahí, pues, que la política elemental estuviera dictada por la sabia frase ofensiva y pragmática: Panem et circenses». Hoy podemos traducir por pan y futbol. Ambos de pésima calidad; los romanos no lo hubieran tolerado.
Panem et circenses entrañaba sin embargo un amargo y hondo desprecio por el pueblo. El pueblo envilecido no era más que un medio para que la política, o mejor dicho para que los políticos realizaran sus muy personales planes. La frase pertenece al escritor latino Juvenal y con ella manifestaba el desprecio hacia un pueblo que había perdido su dignidad y que sólo necesitaba pan y diversiones obviamente gratis. Un pueblo que ya no se sentía protagonista de su destino, que ya no sabía exigir, que se contentaba con pan y juegos, que no sabía pedir cuentas; un pueblo que había claudicado y al que no le importaba ya lo que sucediese siempre y cuando tuviese trigo y diversión, sólo merecía el desprecio.
Decimo Giunio Juvenal, poeta latino de la decadencia que cabalgó entre el I y II siglo d. C., fustigó duramente a es pueblo apoltronado que se contentaba con pan y circo. Si el mundo en que vivimos con mucha frecuencia nos indigna, bien podría ser Juvenal un contemporáneo nuestro, dice uno de sus biógrafos. Irritado como pocos, sin embargo, Juvenal era corresponsable de las torpezas que lamenta, al menos tanto como nosotros, escritores o no, fascinados ante la protervia de los poderosos. Tal vez, la sociedad que nos nutre no es en el fondo peor que la de nuestros antepasados, pero sí que en el hombre existe el virus de la indignidad. (Juvenal. M. Ramous). Así fue para Juvenal.
Y es que no decaen sólo los gobiernos, es el pueblo todo el que se va hundiendo poco a poco en la indiferencia, en la apatía, en el abandono, y va renunciando también a su propia dignidad, a las cosas que le son propias y entonces, el final está cerca. Llega la hora de los grandes desórdenes, de la anarquía, de la obnubilación de los dirigentes; comienza la época de los emperadores de la decadencia; el pillaje, la delincuencia, la violencia sin bandera, la descomposición social se hacen presentes, ya no hay leyes, ya no hay quien organice, ya no hay guías y comienza la hora crepuscular. Quien dude al respecto vea el caso de Godoy Toscano; no hablo de partidos, casi ni de personas, sino de hechos de extrema gravedad que revelan el vaciamiento de la política y la indiferencia o impotencia del pueblo, Lea el artículo de Riva Palacio, –El Diario de este viernes–, y verá que el futuro de México está comprometido. Es más, vea la portada del Diario de ese día y pregúntese dónde estamos.
Es la hora también de los graves desórdenes sexuales. Un buen síntoma de esta hora es cuando el pueblo es manejado y conformado con panes et circenses.
Este martes sólo nos faltó una corrida de toros a las 5 de la tarde mientras los poderosos de la decadencia inauguraban un parque remozado, una canchita de futbol rápido y una cancha de basketbol. ¿Todo ese aparato para tan poca cosa? Toda esa movilización policiaca para impresionar –método usado también por los Emperadores Romanos– al pueblo. De nuevo la sabiduría romana: la fábula del Parto de los Montes, fábula genial de Fedro traducida al latín por Esopo. Una vez los Montes parieron; comenzaron los trabajos de parto y los montes rugían, jadeaban y pujaban manteniendo en vilo al universo. Todos esperaban un gran parto, pero los montes parieron un ridículo ratón.
Las reuniones sostenidas con el primer Mandatario del País y sus Ministros con diferentes grupos sociales de la ciudad me dieron la impresión de ser, más una terapia de grupo y un trabajo de tanteo y justificación, que una búsqueda sincera en la dirección correcta. Una suerte de que hablen para que se calmen. Siete mil muertos no le permiten ni a Juárez ni a los poderosos de la decadencia jugar esas bromas. Tiene razón la Carta de El Diario de Juárez de ese día. Siete mil vidas truncadas con todos los efectos colaterales no permiten superficialidades ni ligerezas ni siquiera el juego con el dinero del pueblo. ¿Dónde están los más de 3 mil millones destinados para rescatar y revitalizar a Juárez? Siete mil muertos, los hogares deshechos, las viudas, los huérfanos, los secuestrados, los extorsionados, los estudiantes amenazados, los médicos amenazados, los consultorios y las tienditas de barrio cerradas; siempre los eufemismos para hacer digerible la amargura: ahora vengo a saber que se utiliza la expresión “pago de derecho piso” para referirse a la extorsión. O pagamos la extorsión o a Hacienda y al IMSS, es la conclusión. Y es que la situación es tan inédita, tan intempestiva, que está modificando nuestro lenguaje. Y todo esto no es una simple percepción, Señor Presidente. No son percepciones, amén de que las percepciones se conviertan en realidad. También el lenguaje tiene que ser cuidado, medido, respetuoso. Los jefes, como Edipo, deberían llorar la suerte de su ciudad junto con los ciudadanos. «Ustedes lloran por su dolor cada uno; yo lloro por el dolor de todos ustedes», dice el desgraciado Edipo a los habitantes de Colono.
Suelo empezar temprano los trabajos. Este miércoles, mientras escribo, mandé por unos “burritos” (no venden de winnies) y me enteré que en esa pequeña cocinita, en ese puestecito casero, se vieron obligados a cerrar por la extorsión, ¡Hágame usted el grandísimo favor En otros estados es más espectacular la situación, aquí es terriblemente efectiva, demoledora; los asesinatos no cesan y las extorsiones y secuestros o “cobro de derecho de piso” van a la alza. La impunidad es tal que la tentación para convertirse en delincuente resulta demasiado atractiva. Llevas un 98% a tu favor si te decides. ¡Y cuántas quejas hay ¡Cuánta insatisfacción ¡Cuánto cansancio ¡Qué hartazgo ¡Qué ofensivo resulta ver esos despliegues de poder Y una vez más volvemos a la cultura latina, a los mejores momentos del Senado y oímos a Cicerón increpar a los presentes: Ubinam gensium sumus. In qua urbe vivimos. Quem rempublicam habemus. (¿Entre qué gente estamos? ¿En qué ciudad vivimos? ¿Qué República tenemos?). No quiero sin embargo ser profeta de desastres. No. Ojala, Dios quiera, que todas estas medidas den resultado, que las nuevas autoridades en nuestra Ciudad y nuestro Estado, perfectamente coordinadas encuentren el camino para revertir esta situación.
El Diario de Juárez nos da completa reseña este miércoles de lo sucedido el martes. Y a 8 columnas parece resumir el resultado final: Viene con las manos vacías….¡Y sólo deja promesas Bien puede ser la percepción de un medio pero parece que el discurso presidencial se mueve en esa dirección. En su anterior visita se destinaron más de 3 mil millones de pesos para rescatar Juárez. Las elecciones estaban en puerta. Meses después, la situación ha empeorado y esa descomunal cantidad de dinero tal parece que no ha dado resultado, lo cual me lleva a mí al convencimiento de que el asunto no es, al menos en primer lugar, una cuestión de dinero. En todo caso, de un manejo mucho más acertado, más delicado, más transparente, en el manejo del gasto social.
“El Ejecutivo Federal reconoció ante los sectores juarenses que la violencia ha aumentado, pero ante la situación y planteamientos expuestos, sólo se pronunció porque se rectifiquen los procesos seguidos hasta ahora, y reiteró que el problema también es de percepción de la ciudadanía, sin ofrecer respuestas concreta”, reporta El Diario. Que ha habido un aumento en cantidad y calidad de la violencia en nuestra ciudad, es una verdad del tamaño de una Catedral; no es una simple percepción, todos los juarenses conocemos de viva voz, conocemos a personas, familiares, amigos, que han tenido que afrontar esa dinámica terrible de la violencia. Los niños en las escuela están asustados, los estudiantes mayores, igual; los profesionistas huyen. A ellos hay que preguntarles si es realidad o percepción. A todos los que han tenido que abandonar la ciudad por las mismas causas, habría que preguntarles lo mismo. Más bien, habría que preguntarnos sobre la eficacia y eficiencia de las políticas organizativas y de las políticas del gasto social. De qué han servido más de 3 mil millones de pesos? ¿Dónde andan?
Pero no nos vayamos con la finta. Ya dijimos que la frase de Juvenal expresa el desprecio por una sociedad que ha abdicado. Sobre esto también llamo la atención de mi querido Güerito Valenzuela. Ha estado apareciendo la noticia recurrente de que se promoverá en las Prepas el uso del condón. ¿Qué queremos solucionar con los condones? ¿Qué refleja esa política? ¿Qué esta sucediendo en nuestras familias y a nuestros jóvenes? ¿Qué es de la educación sexual? ¿Quién gana con estas políticas? ¿No será esto una claudicación, un ir cediendo terreno mientras que por otro lado estamos hablando de valores? Esto, y no por los condones, sino por lo que el hecho refleja; revela un problema muy serio de autocomprensión y de antropología. La nota, también de El Diario, dice: En los 5 colegios de Bachilleres se promueve entre los alumnos una sexualidad responsable, indicó José Jesús Padilla Moreno, Coordinador Sectorial de COBACH en Ciudad Juárez”. La más elemental pregunta sería: A esa edad, ¿podemos hablar de actitudes verdaderamente responsables en nuestros jóvenes? ¿Qué es la responsabilidad? ¿Responsables ante quién o ante qué? ¿De qué vamos a responder? ¿Es esa la educación sexual? ¿Qué es una responsabilidad en lo sexual? ¿No estaremos vendiendo falsas seguridades, y peor aún, falsas ideas? Es, más bien, la banalización de la persona humana.
Porque, mire usted, la siguiente nota, también de El Diario. “Son adolescentes el 40% de las embarazadas”. Yo invito a cualquier sociólogo, a cualquier interesado en la cuestión humana y en la cuestión social desde las distintas disciplinas que abordan tan compleja realidad a que reflexione en este dato: 40% de los embarazos son adolescentes. Y si no reducimos la adolescencia a la edad sino que la juzgamos desde punto de vista de la madurez humana, vamos a encontrar bastantes adolescentes “remisos”, es decir, de 19, 20 ó 30 o más años. Sume a esto la disfunción familiar, sume a esto la cantidad de niños mono parentales, los divorcios, etc., y se va a dar usted cuenta del panorama que se nos presenta. Se trata de un problema de primer orden. Si no reconocemos que la integración familiar, la protección de la familia, la ayuda auténtica y efectiva a la familia son los presupuestos de una sociedad sana, (Hegel), vamos a estar en graves problemas.
La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la escuela primera de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma. Olvidar esto, nos puede resultar demasiado caro.
No es con ejército ni policías, al menos no únicamente, como vamos a solucionar nuestra problemática. Queremos que cambie todo, pero no queremos cambiar cada uno de nosotros y todos sabemos lo que tenemos que cambiar en nuestra vida. Nos parecemos mucho a la sociedad que fustigaba Juvenal.
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