viernes, 8 de octubre de 2010
La guerra sucia de Calderón. Epigmenio Carlos Ibarra
Acentos
.En los estertores de un mandato que agoniza, ayuno de logros y amenazado por pasar a la historia marcado por un descrédito sin precedentes, Felipe Calderón relanza su campaña de odio. La misma que en 2006, pulsando los más primitivos instintos de la población y gracias a la intromisión ilegal en los comicios de su antecesor Vicente Fox Quesada, los barones del dinero y la alta jerarquía eclesiástica, le permitió sentarse en la silla.
Aprovechando el eco que los medios hacen de las declaraciones de quien, “haiga sido como haiga sido” ocupa la primera magistratura, Calderón se mete y mete con el país entero, de lleno y desde el poder, a la guerra sucia. Desfonda así, con sus dichos, el tan reiterado y tan retórico llamado a la “unidad nacional” centro aparente, casi el único que le queda, de su discurso político.
Quiere unidad Calderón, al estilo tradicional de los jerarcas autoritarios, pero en torno a su figura y su proyecto político. Unidad que excluye a quien piensa distinto y lo sataniza. Unidad que descalifica al crítico y le convierte, a los ojos de los que a ese llamado acuden incondicionalmente, en un traidor, en un apátrida, en un peligro para el país.
En un México ya de por sí partido y ensangrentado se atreve Felipe Calderón, que echa más leña al fuego, a profundizar la discordia y a incitar, irresponsable e impunemente, al linchamiento de aquellos que han mantenido una oposición continua, pero siempre pacífica, a su gobierno.
No contento con el estado de guerra en el que habrá de entregar el país, se da el lujo de abrir nuevos frentes.
No es éste, sin embargo, sólo un arranque más producto de su proverbial “mecha corta”, sino una abierta declaración de hostilidades y la confesión de parte de que no habrá de quedarse, como la ley lo establece y siguiendo el camino de Fox, con las manos atadas en los próximos comicios estatales y obviamente en los comicios presidenciales de 2012.
Actúa además Calderón a sabiendas que si bien su campaña de odio, porque eso y no otra cosa es la caracterización del adversario como “un peligro para México”, operó con eficiencia siendo candidato, puede hoy, al ser lanzada desde el poder, salvarle de la debacle, sin importarle la preservación del más importante patrimonio del país: la paz social.
No ignora Calderón que en una situación de violencia generalizada como la que vivimos predicar la discordia es como apagar un incendio con gasolina. Al contrario, cuenta con eso. Sabe perfectamente que el miedo cunde en un ambiente como el que vivimos y que la definición del adversario político como “enemigo del país” lo convierte, a los ojos del que sufre ese miedo y de inmediato, en un objetivo.
A eso apostaron en 2006 y lograron entonces desviar el curso marcado con los votos. Reincidir en la campaña de odio, tal como está la situación en nuestro país, puede hacer que las cosas se quieran cambiar ya no por los votos sino por las balas. De la violencia verbal a la violencia física sólo hay un paso.
No es nuevo el método ni nueva la fórmula de comunicación del mismo. Ya la usaron en la Alemania de entreguerras los nacionalsocialistas.
Una sola amalgama hicieron Goebbels y los propagandistas nazis al servicio de Hitler y siguiendo las pautas por él marcadas, con sus opositores comunistas, socialdemócratas y demócratas.
Aprovechando el antisemitismo atávico del pueblo alemán los convirtieron a todos en judíos o servidores de los judíos y luego, sumando a la ecuación a los masones, en el enemigo a vencer, en el peligro que se alzaba tenebroso contra la integridad de la “comunidad del pueblo”.
Inspirados en ese ejemplo tan “exitoso” es que los propagandistas del PAN diseñaron la campaña de 2006, misma que hoy relanza Felipe Calderón.
Miedo, crisis económica, zozobra e incertidumbre, identidad nacional golpeada, necesidad urgente de una esperanza y de un enemigo que debe ser abatido y esté al alcance de las masas son los componentes esenciales para que una campaña de este tipo prenda.
Encuestadores, asesores de imagen pública y mercadólogos panistas —que son legión— saben que, hoy por hoy, esos componentes esenciales del caldo de cultivo para que campañas de odio operen con eficiencia abundan por estos lares y saben también, pero no lo dicen, que son en gran medida resultado de la pobre y fallida gestión del gobierno al que sirven.
Necesitan de nuevo, Felipe Calderón y los suyos, despertar al México bronco, oscuro y primitivo, sabiendo que ese México, al que han alimentado con sus yerros, cebado con su intolerancia, azuzado con su propaganda, está ahí listo para saltarnos al cuello.
Se equivocan, sin embargo, si piensan que pueden gobernar a su antojo los impulsos de un animal tan primitivo y peligroso como el miedo y se equivocan también, espero, creyendo que otra vez millones de mexicanos habrán de ser tan ingenuos como para caer de nuevo en la misma trampa.
Eso, claro, si el poder sumado de la pantalla, el púlpito y el dinero no nos avasalla de nuevo. Contra eso hay que luchar, claros del peso inmenso de ese poder y de la eficacia que la prédica del odio, por él respaldado, tiene en momentos como el que estamos viviendo.
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