El 27 de julio, tres días antes de su ejecución, Miguel Hidalgo fue despojado de su carácter de sacerdote por sentencia que pronunció D. Francisco Fernández Valentín, Canónigo de la Iglesia Catedral de Durango y comisionado por el obispo de aquella residencia D. Francisco Javier de Olivares.
De esta manera, de conformidad con los cánones eclesiásticos, perdía su inmunidad o fuero que le confería su calidad de ministro de la Iglesia católica.
Culminaba así la disputa entre el cura de Dolores y la jerarquía eclesiástica, que planteó desde el 24 de septiembre, una semana después del Grito de la Independencia, el culto Manuel Abad y Queipo obispo designado de Michoacán, al que pertenecía entonces el curato donde ejercía Hidalgo, cuando pronunció el decreto de excomunión.
Tanto en el decreto de excomunión como en la sentencia de degradación, la jerarquía hizo uso de toda la fuerza moral, política y religiosa de que disponía para denostar y condenar la persona del caudillo de la independencia.
También de toda la fuerza del lenguaje, que el castellano es pródigo cuando se trata de suministrar palabras para remarcar y enfatizar, de manera tal que nadie las olvide.
“Miguel Hidalgo y Costilla, cura de la congregación de Dolores en el Obispado de Michoacán, cabeza principal de la insurrección que comenzó en el sobredicho pueblo el 16 de septiembre del año próximo pasado, causando un trastorno general en todo este reino, a que se siguieron innumerables muertes, robos, rapiñas, sacrilegios, persecuciones, la cesación y entorpecimiento de la agricultura, comercio, minería, industria y todas las artes y oficios, con otros infinitos males contra Dios, contra el Rey, contra la Patria, y contra los particulares y hallando al mencionado D. Miguel Hidalgo evidentemente convicto y confeso …cuyos crímenes son grandes, damnables, perjudiciales, y tan enormes y en alto grado atroces, que de ellos resulta ofendida gravísimamente la Majestad divina, sino trastornado el orden social, conmovidas muchas ciudades y pueblos con escándalo y detrimento universal de la Iglesia y la Nación, haciéndose por lo mismo indigno de todo beneficio y oficio eclesiástico”.
En el curso de los siguientes años, no cesaron las condenas de la iglesia a las insurrecciones independentistas en todas las colonias americanas.
El obispo de Valladolid fue, en la Nueva España uno de los más prolíficos en la producción de pastorales orientadas a frenar a la insurgencia, junto con los de México y Puebla.
El 30 de julio de 1811 se fusiló, el último, a Miguel Hidalgo, cuya causa había ocupado el centro del proceso contra los insurgentes.
El documento final contiene la diligencia de ejecución de la sentencia de muerte.
Dice que puesto de rodillas, le fue notificado el auto de ejecución por Ángel Avella y enseguida, “...se le estrajo de la capilla del real hospital en donde se hallaba y conducido en nueva custodia al patio interior del mismo, fue pasado por las armas en la forma ordinaria a las siete de la mañana de este día, sacándose su cadáver a la plaza inmediata en la que colocado en tablado a propósito, estuvo de manifiesto al público, todo conforme a la referida sentencia y habiéndose separado la cabeza del cuerpo en virtud de orden verbal del expresado superior Jefe; se dio después sepultura a su cadáver, por la Santa y Venerable Hermandad de la orden de penitencia de nuestro seráfico Padre San Francisco, en la capilla de San Antonio del propio convento”.
Sirvió como paredón uno de los muros del que fue el patio del antiguo colegio que habían fundado los jesuitas y que después de la expulsión de esta orden de todos los dominios españoles en 1767, fue convertido en hospital.
Desde el seis de mayo de 1811, el comandante realista Félix Calleja, había ordenado al mariscal Bernardo Bonavia una pronta ejecución, en el caso de que no pudiese remitir a Hidalgo y tuviese que juzgarlo, “…pues no conviene que esta clase de reos exista mucho tiempo, sin imponerles la pena correspondiente a sus delitos, pues entretanto subsisten las vanas esperanzas de la plebe y trabaja la seducción para burlar nuestras precauciones, por lo que, ...espero que la ejecución sea pronta y que me remita su cabeza para fijarla en los parajes donde nació la insurrección.”
El 27 de mayo, sabiendo ya que los reos se encontraban en Chihuahua reiteró a Nemesio Salcedo, desde Aguascalientes, la necesidad de una rápida ejecución y la petición de las cabezas, ya no sólo la de Hidalgo, sino de todos los principales jefes.
Las testas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, fueron así clavadas en picas y colocadas una en cada esquina de la Alhóndiga de Granaditas.
Duraron allí hasta 1821 en que el comandante realista de Guanajuato, Anastasio Bustamante que abrazó el Plan de Iguala ordenó su retiro y el fin del macabro y amedrentador espectáculo.
El procedimiento cobró adeptos entre las autoridades españolas, pues el 12 de mayo, la sentencia que en Guadalajara le fue impuesta a José Antonio Torres estableció: “Se declara al mencionado José Antonio Torres, traidor al rey y a la patria, reo confeso en casi todas las sentadas atrocidades, condenándolo en consecuencia a ser arrastrado ahorcado y descuartizado, con confiscación de todos sus bienes, y que manteniéndose el cadáver en el patíbulo hasta las cinco de la tarde, se baje a esta hora; y conducido a la plaza nueva de Venegas se le corte la cabeza y se fije en el centro de ella sobre un palo alto, y descuartizándose allí mismo el cuerpo, y remitiéndose el cuarto del brazo derecho al pueblo de Zacoalco en donde se fijará sobre un madero elevado; otro en la horca de la garita de Mexicalzingo de esta ciudad, por donde entró a invadirla; Y otro en la de El Carmen salida al rumbo de Tepic y San Blas; y otro en la del bajío de San Pedro que lo es para el Puente de Calderón”.
Por barbarie no quedaba, tal era la usada para castigar a las brujas, herejes, rebeldes, apóstatas, enemigos o subyugados y contra sus hijos, padres o hermanos durante siglos. Sorprenden las grandes cantidades de maligno talento consumido y recreado en la búsqueda de los tormentos más capaces de causar dolor y servir de ejemplos aterrorizantes.
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