sábado, 18 de septiembre de 2010

Juárez, de cabeza - Arturo Mendoza Díaz

El acribillamiento de que fueron objeto dos fotógrafos de El Diario viene a ser como la absurda y oprobiosa cereza del pastel dentro de la situación que se está viviendo desde tiempo atrás.



Lo anterior, tanto si se considera el estado de violencia en general, como si sólo se toman en cuenta las agresiones que han sufrido algunos trabajadores de este medio informativo.

Por supuesto, las cosas que están sucediendo hubieran sido impensables hasta hará pocos años. Empero, ahora parece que nos hallamos en la vorágine de la peor pesadilla.

Si no, ahí están las muestras, con sucesos desacostumbrados, de los cuales el hecho de que millares de juarenses hayan acudido a escuchar el Grito a El Paso no es el peor. Ni siquiera es para asombrar.

En cambio, algo que por su gravedad no debe de haberse visto en ninguna etapa de la humanidad es la horrenda amenaza, con fines de extorsión, de degollar a los niños de una escuela primaria.

Ahora el ataque criminal en contra de los fotógrafos de este periódico se produce a modo de colofón, después de una serie de embestidas presumiblemente por parte del hampa organizada.

Los motivos, por cierto, dan lugar a las especulaciones: una confusión, el ataque a un derechohumanista, un intento de presionar o desestabilizar a través del caos y del terror. Nadie lo sabe.

Pero mientras son peras o manzanas, Luis Carlos Santiago Orozco, una joven promesa del periodismo gráfico, fue abatido por balas asesinas, mientras que un compañero suyo yace en un hospital.

Y la historia se repite una vez más, con las lamentaciones, el desgarramiento de vestiduras y el rechinar de dientes. Cada quien, desde diferentes instancias, echa su gato a retozar.

Después todo vuelve a ser normal, mientras los expedientes se acumulan, las promesas quedan en el olvido, y un periodista más, de los muchos que han sido asesinados, se convierte en una unidad estadística.

Eso es lo que ha pasado siempre que un trabajador de la información ha muerto por motivos de su oficio, como si los homicidios de esta índole cayeran dentro de la órbita de una inercia generalizada.

De ahí que, si por las vísperas se sacan los días, como aseveran, no han de ser alentadoras las perspectivas de un pronto esclarecimiento de este crimen, ni la posibilidad de que los responsables paguen sus culpas.

Tal es la razón de que la interrogante planteada en el editorial aparecido ayer en este medio encuadre a la perfección como el discurso más elocuente dentro de la realidad que prevalece: ¿A quién pedir justicia?

Mas eso no es todo. Aún cabrían otras preguntas por parte de una comunidad ahíta de ofensas, miedo y desesperación: ¿qué hacer?, ¿cuándo acabará esto?, ¿no habrá alguien que frene a los malos y restablezca el imperio de la ley?

Un sector social específico a quien se ha convertido en víctima recurrente por parte del crimen organizado es el de los médicos, quienes sufren, acaso más que el resto de los juarenses, extorsiones, plagios y asesinatos.

Los familiares de algunos de ellos incluso pagaron dos veces la cantidad de dinero que se les exigió como rescate, sin que se haya liberado a la persona que fue objeto de secuestro, y que después apareció muerta.

Por esa causa, después de la publicación de un desplegado periodístico en el que numerosas agrupaciones de profesionales de la medicina expresaron su sentir, trascendió que contemplaban la posibilidad de suspender labores.

Esta medida, con la particularidad de que sería general, se pondría en práctica para obligar a las autoridades a hacer algo con lo que se logre poner fin a la situación de inseguridad.

La reacción de los médicos es explicable, y aun justificada. Más todavía, no sería difícil que el ejemplo cundiera, y que otras agrupaciones, sumadas o por su cuenta, tomen las calles para exigir una solución.

Todo es posible, pero en este caso, a la búsqueda de la supervivencia social, nos parece hasta necesario. No puede ser que unos cuantos, valiéndose del temor y la violencia, mantengan secuestrada a la comunidad.

Ese estado de cosas resulta absurdo y oprobioso, por lo que los ciudadanos debemos manifestar nuestra exigencia de que ya se ponga término a este mal sueño que tiene rasgos de ilógico y antinatural

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