Tomado de : ¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Alberto Híjar
Luis Felipe Echenique March y Alberto Cue García han recopilado los documentos que hablan de Hidalgo, hurgando en archivos de otros historiadores de los siglos XIX y XX y en fondos documentales diversos. Echenique cumplió la tarea de fotografiar y capturar los textos recogidos en cuatro voluminosos tomos de más de 600 páginas cada uno. El primero de ellos, de 1750 a 1799, incluye una presentación del historiador y dirigente sindical de la delegación del INAH donde están los investigadores. Transcribe y comenta una larga cita de Luis González y González, escrita en 1992 para el libro Tres levantamientos populares: Pugachov, Tupac Amaru, Hidalgo. El título del panfleto es “El gran seductor”, apodo propuesto por el obispo Manuel Abad y Queipo, excomulgador del héroe y tiene la misma intención descalificadora también usada por Televisa al dar a conocer el lado humano del combativo cura transgresor. La cita importa porque González firma la autoría del folleto Viaje por la historia de México enviado por el igualado de Calderón a los hogares mexicanos con registro y bendición oficial acompañado de una carta donde tutea al remitente.
Dice González: “quizá antes de que termine esta década, empeñada en la desmitificación de la historia de México, el cura Hidalgo deje de ostentar el título de Padre de la Patria y se convierta, ante la opinión pública, en el principal estorbo que tuvo la guerra contra el despotismo español. Ya son muchos los reconciliados con Calleja, con el jefe de los ejércitos realistas quien le escribió al virrey Venegas desde Guadalajara el 29 de enero de 1811: los mexicanos (sic de Echenique) “y aun los mismos europeos están convencidos de las ventajas que les resultaría de un gobierno independiente; y si la insurrección se hubiera apoyado sobre esta base, me parece, según observo, que hubiera sufrido muy poca oposición”. La impopularidad del movimiento de Hidalgo fue producto del pueblo transformado en chusma. Pese a la historia de bronce canonizadora del remolino social que insuflo el Párroco de Dolores. Este se mantuvo en la retentiva de la gente como una calamidad pública más catastrófica que un temblor de tierra y tan terrible como una peste”.
La tendencia Quico que repudia al Chavo del 8 y a La Chilindrina con un pataleo y unos golpes de niña enojada mientras grita ¡chusma, chusma!, es la propia de la ideología caudillista del despotismo ilustrado, el mismo que reivindica a Iturbide en la serie humana de la Editorial Clío de Enrique Krauze, promotor del borrar de la historia al Niño Artillero de Cuautla, al Pípila, a los Niños Héroes y a todos los mitos como si éstos no fueran parte orgánica del imaginario histórico que hay que explicar y no repudiar como cualquier positivista primitivo. De otra manera, la historia queda reducida, como quería Carlyle, a los hombres egregios, esto es, decentes y cultos según la moral burguesa y su correspondiente colocación del estado como centro y fin de la historia. Por esto, la nota biográfica de González en la tapa del folleto regalado por Calderón anota al final que “don Luis formó con doña Armida de la Vara una familia ejemplar”.
Como no saben que hacer con Hidalgo, Calderón -el igualado- ni Krauze ni González, sólo les queda acentuar la inmoralidad de Hidalgo que en rigor es parte de su vida revolucionaria. La integridad de ella tiene que verse como tal: como rector del famoso Colegio Nicolaita donde fue formado por los jesuitas expulsados del Reino Español; como culto traductor del francés de los clásicos de la Ilustración y del teatro de Moliere, hablante del ñahñu, gestor de cientos de asuntos de sus curatos, conspirador exitoso al alternar el clandestinaje con la organización productiva de los campesinos contra los estancos virreinales, hasta ganarse lo mismo la militancia de ellos que de las señoronas, los oficiales progresistas del ejército enemigo y algunos altos funcionarios del virreinato y curas pobres. Contra esta integridad personal revolucionaria lo mejor es atacarlo sobre bases mojigatas, como si fueran desdoro personal los gozosos amoríos y las convivencias para afianzar a los compañeros. El afán descalificador es una prueba más de la miseria de los politiqueros confesionales y sus escritores sicarios.
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