martes, 24 de agosto de 2010

Nuevo León sin ley


Miguel Ángel Granados Chapa
Periodista

Distrito Federal– Aunque la violencia criminal se extiende prácticamente a todo el país, se ha concentrado en entidades norteñas y en esa región los acontecimientos más delicados, incorporados en una espiral de riesgo creciente, están ocurriendo en Nuevo León. Hace mes y medio la casi totalidad de sus municipios fueron rudamente golpeados por el huracán Alex y las inundaciones que dejó a su paso. En especial Monterrey y su zona conurbada resintieron los estragos del meteoro. Pero con toda su gravedad, la destrucción causada por la naturaleza no fue tan dañina y profunda como la provocada por la delincuencia, la organizada dedicada sobre todo al narcotráfico, sino también por la delincuencia común, en cuyo estéril combate se percibe claramente el pasmo del gobierno local. Porque a los efectos materiales de la inseguridad se agregan la frustración y el miedo que la impunidad acrecienta y dejan en la indefensión a los pobladores de toda edad y condición.

Más que una ola de violencia, Nuevo León vive un tsunami, frente al cual las autoridades de todo nivel se muestran incapaces. Hace ya una semana que organismos empresariales de ese estado demandaron específicamente del gobierno federal el envío de tres batallones militares y uno de marinos que se agreguen a los que ya operan en la comarca, y no han obtenido siquiera acuse de recibo. Si bien de modo formal no basta con que particulares formulen una petición de esa naturaleza para poner en acción a las autoridades, lo menos que podía hacer el vocero de las fuerzas armadas, el secretario de Gobernación es tomar nota de la preocupación empresarial e indicar que tan pronto lo solicite el gobierno local se daría respuesta a su demanda. Pero el gobernador Rodrigo Medina no parece sensible a esa petición, a pesar de que el viernes se acusaron las condiciones de riesgo mencionadas por las asociaciones que demandaron mayor presencia federal, luego del extraño ataque sufrido por personal de seguridad de FEMSA, el viernes.

La parálisis, o indiferencia del gobierno local ha contado entre las causas eficientes del incremento de la inseguridad. El gobernador anterior, Natividad González Parás no captó la peligrosidad que iba actualizándose en la entidad que gobernaba, o padecía limitaciones de diversa índole para hacerle frente. En julio de 2008, recibió una carta de Alejandro Junco de la Vega, presidente y director general del Grupo Reforma –que desde hace siete décadas publica en Monterrey el diario El Norte, matriz de ese consorcio informativo– que debió avivar su conciencia. El mensaje se explica por sí mismo. Lo reproducimos de nuevo –lo hicimos el 20 de octubre de aquel año– porque para infortunio de todos mantiene su vigencia, y parece estar dirigido hoy al heredero de González Parás:

“Estimado Nati: Sé que te enteraste de que mi familia y yo nos hemos cambiado de residencia a Texas. Estaba en un dilema: comprometer nuestra integridad editorial o cambiar a mi familia a un lugar seguro. Los problemas de inseguridad a eso nos orillaron. Perdimos fe. Y eso cuenta mucho en un país donde millones la han perdido y han emigrado. Yo aprendí de mi abuela lo que era perder la fe.

“Ella vio a su pueblo, Ciudad Guerrero, ser inundado por un enorme cuerpo de agua para el cual el gobierno había construido una gran presa, la Falcón. Me platicó cómo la parte más dolorosa de esa experiencia no había sido la inundación de su casa o de su iglesia o su relocalización a Río Bravo. Lo más doloroso había sido vivir la agonía de su pueblo natal durante los años previos a la construcción de la presa. Cuando la noticia primera cundió, toda mejora, toda reparación se dejó de hacer, ¿Para qué pintar una casa que iba a estar cubierta por el agua? ¿Para qué reparar un edificio cuando toda la villa iba a ser destruida? ¿Para qué preocuparse de los baches o la basura o arreglar el jardín y la puerta que rechina? Semana tras semana, mes tras mes, con la pérdida de la fe el pueblo se convirtió en la profecía que se autocumple: algo inhabitable.

“Ahora que estoy en calidad de refugiado y se me acerca gente para preguntarme si ellos también deben hacer lo mismo, que me piden consejo o un ‘raid’ para ir a ver casas para sus familias, he pensado en lo mucho que significa perder la fe.

“No te escribo esta carta para reclamarte o para compartirte las incomodidades o vicisitudes de hacer lo que estamos haciendo o el dolor de ver nuestras casas deshabitadas o a la abuela sola. Te escribo para pedirte que evites que a nuestro Monterrey se le inunde el espíritu y se convierta en otra Ciudad Guerrero. A muchas familias les ahorrarías mucho dolor. Con sinceridad y aprecio, Alejandro Junco de la Vega”.

Si le importó esa estrujante solicitud, González Parás no pudo satisfacerla siquiera mínimamente. Ocupado en otros menesteres, entre ellos asegurar que su sucesor fuera una persona de su confianza, asistió impasible al incesante deterioro de la seguridad en Monterrey, su zona conurbada y la comarca que rodea a ésta. La descomposición de las corporaciones policiacas se hizo patente en Santiago, que por eso optó por un alcalde panista, como esperanza de cambio. Se alegará en descargo del ex gobernador que un solo hombre no puede frenar una corriente impetuosa como la de la violencia que asuela a Nuevo León. Pero menos puede si ni siquiera lo intenta, si abdica de sus más altas responsabilidades, como está haciendo también su valido, que consisten en evitar dolor a los nuevoleonenses, en garantizarles un mínimo de tranquilidad.

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