Por Lilia Arellano
Estado de los ESTADOS
“Un Estado donde quedan impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo”.- Sófocles
Momentos antes de reunirse con los padres que perdieron a sus vástagos en el incendio de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, Felipe Calderón asistió a una reunión en la que, con gran cinismo, tuvo expresiones que ya dejan ver muy claramente que no es reciente que los efectos etílicos le están afectando el pensamiento. Dijo que el combate al crimen organizado no es una tarea como la han querido ver algunos; “porque ésta es una tarea que no sólo corresponde al gobierno federal y menos es una tarea sólo del Presidente, como la han querido ver o describir algunos”.
O sea que el haber decretado la “Guerra” contra la delincuencia organizada, del narco, ¿fue una decisión en la que todos tuvimos que ver? ¿Acaso garantizar la seguridad de los ciudadanos, de sus bienes, de su patrimonio, no es la obligación del gobierno federal? ¿Si no tienen esta responsabilidad y son tan ineficaces en muchas otras, por qué les pagamos? El inquilino de Los Pinos pone y quita a los miembros de su gabinete y de entre ellos está el de Seguridad Pública Federal, aunque también el Procurador, incluso los titulares de Marina y Defensa y ni que decir del de Gobernación, o sea que de todos los de su “flamante” gabinete de seguridad.
Visto así, el que los nombró tiene absolutamente toda la responsabilidad sobre las acciones, los errores, los abusos, las omisiones de cada uno de ellos, sobre todo cuando se les permite hacer y deshacer, cuando se les protege con mantos de impunidad, cuando se les hace cómplices. Es tarea de ese hombre que con un vaso con hielos y sonrisas permanente, sufre de grandes soledades producto de lo que comúnmente se llama “cruda”.
Calderón insistió en que no pide que el ciudadano enfrente al crimen sino su comprensión y apoyo; de las autoridades pide corresponsabilidad en sus tres niveles de gobierno. ¡Vaya que resulta cínico pedir comprensión y apoyo!; estas palabras deben haber sonado como bombas en los oídos de las viudas, de los huérfanos, de los jóvenes que pasaron a convertirse en un abrir y cerrar de ojos en jefes de familia. Pedir apoyo cuando son miles y miles los que lo necesitan porque sus familias se desintegraron es verdaderamente inhumano, incomprensible, absurdo.
Porque no se trata de viudas o familiares de quienes han pertenecido a los grupos mafiosos, sino las de los militares, de los marinos, los padres, hermanos, tíos de los estudiantes sacrificados en pleno campus de estudios superiores, o en las fiestas, o en los lugares de rehabilitación o los que pasaron a la hora menos indicada por el lugar inapropiado y perecieron víctimas de los enfrentamientos. Sí, es como decimos algunos, Felipe Calderón, él y solamente él es el único y total responsable de toda la masacre que se vive día con día, de la que se ha registrado desde su llegada a la residencia de Los Pinos y no hay otra porque por los demás nadie votó, porque son producto del dedazo del jaibolazo, de –como dice la canción- ese vicio de la piel que es lo prohibido. Y, más o menos, para ubicarnos desde qué fechas las alteraciones por las bebidas están haciendo tantos o más estragos que el famoso “Prozac” que ingería Vicente Fox, el periodista Fidel Samaniego recordó el pasaje en el cual Eduardo Medina Mora se despedía de Calderón agradeciéndole el cargo, la confianza, y la respuesta fue una interrogante ¿por qué se va? A lo que Medina respondió: “Porque hace dos días en la madrugada usted me pidió mi renuncia”. O sea que, en medio de los efectos, como lo sabemos los que bebemos, también Calderón perdió la memoria. Así que esas “crudas” se ve, también, que le vienen como a todos: algunas con carga moral, otras de incomprensión, algunas más logran que hasta los asesinos se sientan víctimas y la célebre “llorona” con todo y su respectivo dolor de cabeza.
Ante esas dolencias, bien puede uno explicarse que le agarren delirios de persecución, de tal magnitud que todo el Ejército se le hace de muy pocos para garantizarle que no le va a pasar nada. Por lo tanto y tal como se ve la vida tras las paredes del inmueble de Parque Lira, no hace falta mucha explicación para entender por qué el país está de cabeza, en plena borrachera y sin rumbo.
DOLOR QUE CLAMA JUSTICIA
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