Editorial EL UNIVERSAL
01 de marzo de 2010
2010-03-01
Desde el sexenio de Vicente Fox se volvió una moda en la Presidencia de la República gastar enormes cantidades de dinero para saber la opinión de la gente sobre el primer mandatario. A las encuestas elaboradas desde Los Pinos seguían decenas de miles de spots ensalzando los logros del gobierno federal. La práctica sigue hasta la fecha. Lo preocupante de este empeño, más allá del dispendio, sería que se tradujera en acciones de corte mediático o “golpes de timón” improvisados y no en estrategias que busquen la eficacia antes que la popularidad. Al final, la aprobación que tiene hoy el presidente Felipe Calderón, alrededor de 41%, se debe más a lo que la gente percibe en su vida diaria que a los anuncios transmitidos en cadena nacional.
Es cierto que la comunicación importa. Los mensajes a través de las conferencias de prensa y las campañas publicitarias pueden influir en el ánimo de la población en la medida en que las expectativas generadas son creíbles. Bajo ese principio la guerra contra el crimen organizado funcionó como elemento cohesionador en torno de un Presidente decidido, con autoridad. Sin embargo, con casi 20 mil ejecutados a cuestas, secuestros, extorsiones y una descomposición social generalizada como la de Ciudad Juárez, la percepción ha cambiado. Al anunciar un cambio de estrategia ¿el gobierno federal busca recomponer su imagen o realmente posee la convicción, estudios en mano, de que la ruta debe ser otra? La claudicación por temor a la impopularidad sería una salida fácil pero costosa. En contraste, la congruencia entre palabras y acciones ganaría de forma sólida y constante el apoyo ciudadano.
Ahora bien, de nada le sirve al Ejecutivo conocer el malestar de sus gobernados si culpa a las circunstancias de ser las causantes. El brote de influenza humana, la crisis económica mundial, la cerrazón de los partidos políticos en el Congreso, los intereses de los caciques estatales y los sesgos de algunos medios de comunicación son cosas que están fuera del ámbito de control del Presidente. Ya no es todopoderoso como a mediados del siglo pasado. En ese sentido, es entendible que reiteradamente Felipe Calderón llame a no buscar sólo en Los Pinos la solución a todos los obstáculos del país. El asunto es que la figura presidencial sigue siendo altamente simbólica, la única con el poder suficiente para aglutinar a todas las fuerzas alrededor de metas comunes. Ninguna convocatoria o ejemplo pesa más que el suyo. Por eso las expectativas en él son tan altas.
La evaluación presidencial es baja, pero únicamente se trata de una fotografía; las encuestas no proveen causas y soluciones. Si el gobierno federal busca recuperar la confianza de la población debe empezar por cambiar las circunstancias que explican el desánimo, en vez de perder tiempo y dinero en tratar de cambiar directamente las opiniones en sí mismas. El político serio usa las encuestas como termómetro, no como guía.
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