lunes, 16 de noviembre de 2009

México, enfermo hasta los huesos

Editorial de El Universal

16 de noviembre de 2009


2009-11-16


México es el país más afectado en Latinoamérica por la crisis económica, retrocede siempre desde hace un lustro en el índice mundial de competitividad, su PIB crece menos que el promedio del continente, se está quedando sin su principal fuente de ingresos: el petróleo y su peso en el escenario político internacional es cada vez más pequeño a la sombra de Brasil. Un diagnóstico claro de que México padece una mal crónico y degenerativo que ya no puede esconderse con paliativos disfrazados de grandes reformas.
Cuando una medición muestra a un país rezagado en cierto rubro pueden suponerse dos cosas: un cálculo erróneo o la necesidad de un correctivo en tal o cual lugar. China o India, por ejemplo, tienen cifras de pobreza muy graves, pero su perspectiva de crecimiento hacia las próximas décadas es tal que pueden asumir el problema como algo transitorio. México, en cambio, aparece a la baja en casi todos los indicadores sociales y económicos porque su problema no es de coyuntura, es estructural.

Presenta deficiencias en todas sus partes —desde el municipio hasta la Federación, desde la informalidad hasta los grandes monopolios— y de forma sistemática. Una situación que no puede remediarse con el hallazgo de un nuevo yacimiento petrolero o con la obtención de un préstamo millonario proveniente de la banca internacional.

Se pensó que con la pluralidad política y la transición en el gobierno federal la prosperidad llegaría de forma natural. Desde luego, no fue así. La versión descentralizada y democrática del país mantuvo intocados el egoísmo y la mezquindad de sus principales actores, inconscientes de que atender a los más desprotegidos, más que una necesidad moral, es una condición indispensable para mejorar la condición de todo el país, incluida la de los más privilegiados.

Nadie en su sano juicio puede recomendar el regreso del autoritarismo del siglo XX, pero los mexicanos sí debemos exigir un modelo solidario que, sin renunciar a los valores de la libertad y la pluralidad, garantice las necesidades básicas. Ni siquiera hace falta una enorme imaginación; varias naciones ya se encargaron de darnos el ejemplo.

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