Astillero
Julio Hernández López
Felipe Calderón rindió protesta ayer como candidato del PAN a la Presidencia de la República durante un acto masivo realizado en Palacio Nacional. Emocionado, el aspirante michoacano convocó a los mexicanos a un cambio profundo, a salir de la modorra y a elaborar una detallada agenda de transformaciones que necesita el país. En su discurso llamó a revisar, corregir y replantear los diversos tópicos de la realidad nacional, y para ello propuso un decálogo de acciones que en esencia ya habían sido planteadas en su anterior intento de hacerse del máximo cargo nacional, en julio de 2006. Crítico de lo que ha hecho el Poder Ejecutivo federal de entonces a la fecha (Calderón nunca mencionó por su nombre a la persona que durante este trienio perdido ha ocupado el cargo presidencial, acaso por considerarlo espurio), el punzante Felipe dijo que son necesarias nuevas reformas políticas, pues las habidas hasta ahora “no se han traducido aún en resolver los problemas de los ciudadanos o en garantizar mejores gobiernos (...) Hay que reconocerlo: los ciudadanos no están satisfechos con la representación política y perciben una enorme brecha entre sus necesidades y la actuación de sus gobernantes, representantes y políticos”.
La vibrante alocución del líder opositor señaló con dureza que “a la vista del México al que aspiramos, lo logrado es claramente insuficiente” y que “a este ritmo, tomaría muchos años, y quizá décadas, el poder vislumbrar en hechos concretos el México que queremos”. Nada de “administrar lo logrado” o instalarse en la inercia, lo que se necesitan son “cambios profundos” y, con su muy reconocido aire de valentía, advirtió que luchará por tales transformaciones “con todos los riesgos y con todos los costos que ello implica” (¿a la guerra contra el narco ahora querrá sumar una guerra por el cambio?). El histórico deslinde respecto de sí mismo también incluyó la mención de que las grandes posibilidades de éxito que aún tiene México no deben quedar “frustradas en sus posibilidades por la falta de visión de los actores políticos”, pues “es la hora de cambiar, y es la hora de cambiar a fondo”, pasando “de la lógica de los cambios posibles, limitados siempre por los cálculos políticos de los actores, a la lógica de los cambios de fondo, que nos permitan romper las inercias y construir, en verdad, nuestro futuro”. En sus nuevos cálculos políticos de posibilidades, el actor Calderón se lanzó contra mitos, tabúes, sombras y miedos colectivos, pues “las cosas no pueden seguir igual, y no van a seguir igual (...) Hoy tenemos que hacerlo, porque además ya no quedan otras alternativas porque el tiempo y los recursos se nos agotan, porque las necesidades de la población son cada vez más apremiantes” (nota del Astillero: se desconoce cuánto tiempo durará la campaña del candidato Calderón, aunque fuentes normalmente bien desinformadas, sus Gargantas Superficiales, aseguran a esta columna que será por el resto del sexenio, si es que éste no revienta antes).
Marcelo Ebrard aprovechó el jolgorio matutino de Palacio para avanzar en su estrategia de acercarse gradual pero inequívocamente a Calderón y de deslindarse de López Obrador con el menor ruido posible. El jefe del gobierno capitalino montó nuevamente su treta de rehuir la prueba específica de la fotografía cuando en los hechos políticos ha cumplido con creces el proceso concreto de reconocer legitimidad a Calderón y acoplarse físicamente a los ceremoniales de interés del panista. Ya antes Ebrard había ido a la reunión de seguridad nacional que forzaron las circunstancias del hijo asesinado del empresario Martí, y meses atrás se apersonó en una reunión calderónica aunque también echando mano de recursos escénicos como un tapabocas que supuestamente daba fe de que sólo por esas urgencias sanitarias se sentaba en el corro quemante que antes decía rechazar. Hoy, Ebrard ya no tuvo pretexto de emergencias o máximo interés nacional: fue a la fiesta privada de Calderón y aplaudió pasajes del discurso de complacencias del celebrante. En realidad, es un pasaje más de una historia sabida, pues Marcelo apuesta su viabilidad de 2012 al desgaste de la opción ríspida que representa López Obrador y la conversión de él, Ebrard, en la alternativa “civilizada”. Clic.
Un puñado de diputados federales, entre los que destaca Gerardo Fernández Noroña, fueron maltratados por policías federales y miembros del Estado Mayor Presidencial que les impidieron pasar a Palacio Nacional mientras Calderón pronunciaba un discurso personal sobre el informe un día antes presentado por escrito al pleno legislativo del que forman parte los cinco agredidos. El episodio pondrá a prueba la validez del fuero de los diputados frente a un Poder Ejecutivo asustadizo y la posición del presidente de la mesa directiva de San Lázaro, ampliamente conocidas en Jalisco sus credenciales de partidario de la represión y en el plano nacional su condición de dependiente político de Los Pinos, pues Ramírez Acuña deberá tramitar la discusión en la Cámara de Diputados sobre las agresiones de ayer a cinco de sus integrantes y la eventual presentación de una ejemplar denuncia penal contra los policías y militares involucrados en los hechos.
Y, mientras Jesús Ortega se ha declarado más que listo para entrarle a la alianza nacional que para remontar la crisis ha propuesto Calderón (siempre y cuando el ya reconocido como presidente plantee cosas por el bien de México, y no temas “gatopardescos”), y Guanito sigue deshojando la margarita de Iztapalapa que ya parece telenovela, ¡hasta mañana, en esta columna que ve a la PGR encarcelar a delegado y subdelegado en Quintana Roo (¿y por qué no en los demás estados?), a un subsecretario de seguridad pública de Michoacán ser asesinado (además de tres personas, dos de ellas escoltas del funcionario) y a Carlos Ahumada con una órden de reaprehensión en su contra!
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