miércoles, 19 de agosto de 2009

Narcopropaganda. Raymundo Rivapalacio

August 19, 2009
— 1:00 am
Un nuevo campo de batalla se abrió en la guerra contra el narcotráfico: los medios de comunicación. Hace un mes, un tercer nivel de La Familia Michoacana, Servando Gómez Martínez, se comunicó con Marcos Knapp, conductor del programa “Voz y Solución” de la empresa CB Televisión, para proponer al presidente Felipe Calderón un pacto del gobierno con el narco. Aunque la propuesta era retórica y el contenido propagandístico, desequilibró al gobierno federal, que tuvo que usar al secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, para responderle y evitar, como había sucedido durante largas horas ese día, que la palabra de un criminal fuera más poderosa que la de los voceros gubernamentales.

Hace semana y media, el periódico Milenio difundió una entrevista con el mismo delincuente, a quien se le conoce como “La Tuta”. El director de su edición en León, Pablo César Carrillo, dice lo buscó con ese fin, por lo cual Milenio lo cantó como un golpe periodístico. Varios comentaristas de radio le hicieron eco al postulado del diario, aunque rápido cambiaron posición. Si se le cree a Milenio que él pidió la entrevista, Carrillo fue una cándida víctima de “La Tuta”, que llevaba semanas pidiendo espacio en medios de comunicación. Cuando menos en Televisa y TV Azteca le habían dado un palmo de narices, negándose a abrir el micrófono a un narcotraficante.

Alberto Islas director de la consultora Risk Evaluation, a quien citan regularmente en la prensa extranjera como experto en seguridad, preguntó al final de una columna del especialista en medios Raúl Trejo en el periódico digital Eje Central: “¿Una entrevista con ‘El Chapo” tiene o no valor periodístico? Yo creo que sí… Un publirreportaje del Chapo o de cualquier otro personaje, creo que no”. Islas escribió en el contexto de la entrevista de “La Tuta” en Milenio, donde -como en CB Televisión-, sólo reprodujeron lo que deseaba expresar el delincuente. Estos episodios llevan a cuestionarse sobre la validez ética y profesional de una entrevista con un criminal, y sobre qué se podría esperar de un narcotraficante más allá de su dicho que, por más vueltas que se le quiera dar, no será más que propaganda.

Hace tiempo, dos editores consumidos por la ansiedad, comunicaron a su director que una reportera del diario en que trabajaban había recibido la oferta de entrevistar a Joaquín Guzmán Loaera, “El Chapo”. La respuesta automática fue no. “Sería un gran golpe periodístico”, dijo uno de los editores, con mucha anticipación a lo que señaló Milenio sobre su entrevista con “La Tuta”. ¿Golpe periodístico? ¿Por qué razón un criminal prófugo querría dar una entrevista? ¿Le preguntará el periodista por qué delinque? ¿Por qué envenena a la gente con las drogas? ¿Lo cuestionará sobre por qué asesina? ¿Lo interrogará sobre sus conexiones con los cárteles, a quiénes corrompe en los gobiernos y sus redes de protección? ¿Inquirirá sobre cómo se escapó de una cárcel de máxima seguridad? Es posible que alguien esté dispuesto a preguntarlo. Pero hasta hoy, no. Ni en la entrevista de CB Televisión, ni en la de Milenio, ni en la que publicó este domingo Proceso con la esposa de Vicente Carrillo Leyva, de la familia del Cártel de Juárez. En los tres casos se les permitió decir lo que quisieron.

En el caso de la anécdota sobre el ofrecimiento de la entrevista con “El Chapo”, hay un segundo nivel de responsabilidad, el de la seguridad del periodista. ¿Y si la entrevista es una trampa? ¿Cómo se garantiza su vida? Y aún garantizando su vida, se planteó como hipótesis, si en los días posteriores a la entrevista detuvieran a Guzmán Loaera o se viera involucrado en un enfrentamiento, ¿pensarían que la reportera lo había delatado? Y aún más, ¿qué pasa si no le gusta la forma como salió la entrevista? Y si le gusta, o sale bien para sus intereses, ¿qué pensarán sus enemigos? Cualquier pregunta llevaba a la misma respuesta: ese diario, por la vía de la entrevista, llevaría al narcotráfico y todo lo que significa, a las puertas de la empresa.

Esto no es un asunto de libertad de expresión, sino de sentido común. Abrir la puerta de un medio de comunicación a un criminal que tiene por modus vivendi matar para enriquecerse, es permitir que la delincuencia organizada aterrice tranquilamente en las redacciones, el corazón del motor de la máquina de opinión pública. Hay periodistas en las nóminas de los cárteles, y algunas ejecuciones de colegas en el país, ha sido resultado de haber cruzado la línea entre la profesión y el servicio de los criminales. No nos gusta hablar en los medios de esto, pero es una realidad de la cual no podemos, ni abstraernos, ni ignorarla.

En la guerra contra el narcotráfico, la arena en la cual se está dirimiendo el control del espacio público la proveen los medios de comunicación. Hay una observancia crítica, indispensablemente permanente sobre el actuar del gobierno en esta lucha sin fin. Pero el trato es inequitativo cuando se trata de abrir los micrófonos al crimen organizado. No nos equivoquemos ni caigamos en maniqueísmos. Estar contra la delincuencia organizada no es estar a favor del gobierno. En esta guerra sí hay bandos. No son los mismos donde se dirimen diferencias y se contrastan posiciones políticas e ideológicas con los poderes fácticos. No nos confundamos. Se puede discrepar profundamente del ejercicio del poder, pero el antagonismo nunca será suficiente para tomar el lado de los criminales.

Muchas veces parece que en los medios, salvo aquellos que se encuentran en las zonas de la guerra contra el narcotráfico, se piensa que los cárteles nunca tocarán a su puerta ni que son enemigos naturales de ellos. Se equivocan. Los narcotraficantes no son aliados de nadie -a veces ni de ellos mismos-, y en la medida en que se sientan más presionados, más ampliarán su teatro de operaciones. Los medios son la siguiente fase en la escalada de violencia. Si nadie piensa que esta lucha puede estar en el umbral de las grandes redacciones del país, sería bueno recuperar la historia de Guillermo Cano, director de El Espectador de Colombia, para que vean que en esta guerra, nadie está a salvo.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr. Raymundo, aunque coincido en parte de su planteamiento, también me genera otras dudas, ¿es realmente ese señor el narcotraficante que nos pintan? ¿por qué la PGR cuando anuncia con bombo y platillo que agarró a tal o cual capo de la droga lo tiene que arraigar 80 o hasta más días para tener elementos para consignarlo a un juez? Es decir, señalamos a ese señor porque la PGR dice que es un narco? ¿con qué pruebas legales o físicas asumimos que es así? Tiene ud razón, los medios tienen una gran responsabilidad en este asunto, pero con mayor razón la tienen las dependencias de gobierno.

ErosGod1 dijo...

Coincido con el anónimo. Algunos dirán que se debe respetar a las instituciones del estado; sin embargo con todo lo que hasta la fecha a arrojado ésto que la prensa publicita como "la guerra" contra el crimen organizado. Es evidente que desde el mismo estado se debilitan las instituciones, al otorgar patente de corzo a la PGR y policías en este enfrentamiento selectivo contra grupos de narcotraficantes. Dentro de una década ¿Nos presentarán a estos funcionarios como los verdaderos criminales organizados?

O, quizá soltarán a los que ahora presentan como los principales criminales, argumentando irregularidades procesales.

Lo peor de todos estos sucesos, que entre la prensa y el gobierno, nos presentan un show, que en algunos despierta reacciones semejantes a las que en el público despierta la función del mago. Siempre estaremos buscando donde está el truco, donde nos engañan.