Jorge Medina Viedas
29 marzo 2009
jmedina@milenio.com
Sergio Estrada Cajigal se llama aquel gobernador panista de Morelos que volaba y cantaba alegremente ebrio en el helicóptero del amor, propiedad del gobierno, acompañado de su novia, una chica que se decía era hija de un narcotraficante.
El gobierno de Estrada Cajigal fue investigado por la PGR por supuestas relaciones con el narcotráfico, y según describen los medios, el presunto suegro, era un capo que vivió en esa entidad durante el gobierno del panista y la droga que traficaba era trasladada en vehículos de la policía local, cuyo jefe entonces está en la cárcel.
De la misma estirpe machista, el gobernador Emilio González, de Jalisco, dona dinero público a su antojo religioso y personal, llena de dicterios a sus enemigos y los panistas le festejan; pero en la lucha contra el narcotráfico es una negación. En los narcodelitos, Jalisco ocupa el segundo lugar del país, según la organización México Unido contra la Delincuencia. Y si hablamos de impunidad, ocupa el primero con 84 por ciento, por encima de la media nacional que es de 79 por ciento de delitos no denunciados. O sea, en Jalisco no se tiene confianza en las autoridades encargadas de la procuración de justicia.
Y algo más debe haber oculto en la sociedad jalisciense, pues en los cafés y en los mentideros políticos se habla de vínculos del gobernador González Márquez con un capo local de apellido extranjero, y este bulo viene asociado al hecho de que un hermano del mandatario, fallecido en un accidente hace varios lustros, fue juzgado por delitos graves junto con dicho personaje, de lo cual hay constancia judicial.
Pero el gobernador ha dicho que eso fue cosa de su hermano. En eso tiene razón. A nadie se le puede acusar por actos ajenos, aunque sean los de un consanguíneo; y si alguien acusara al gobernador de tener relaciones con quien fue cómplice —eso sí— de su hermano, y estuviera beneficiándose ilegalmente de dichas relaciones, tendría que aportar las pruebas conducentes, como dirían los abogados.
Hay otros casos semejantes. De Ernesto Ruffo, ex gobernador panista en Baja California, se filtró que sus hermanos trabajaban esa línea de cooperación con los grupos criminales. Cierto sí es que durante el gobierno de Ruffo y los subsecuentes gobiernos panistas el cártel de los Arellano Félix creció a niveles enormes. Y la ola de asesinatos no ha parado desde que el panismo tomó allí el poder.
Y en ese tenor, la nómina de afiliados panistas al narco y de paso a la corrupción podría extenderse. Al respecto, ¿qué me dicen del alcalde panista de Zapopan, Juan Sánchez Aldana, que con su hermano de comisionista han convertido al rico suburbio de Guadalajara en negocio propio? Y qué comentar de los voladores funcionarios de Querétaro. Le comento a mi modo la tropelía: en enero de 2006 la Secretaría de Gobernación del gobierno panista de Vicente Fox donó al gobierno panista de Querétaro un avión jet modelo Falcon (sin los problemas técnicos que se han dado a conocer del Learjet, modelo en el que se mató quien se haría cargo de la secretaría donadora, Juan Camilo Mouriño), el cual ha registrado166 vuelos del 18 de enero de 2006 a agosto de 2008, sin incidentes aeronáuticos que lamentar (Reforma, 24/03/09).
Los dichosos viajeros del Falcon han tenido suerte… por su fortuna. Gran número de esos 166 vuelos han conducido a ciudades típicas de shopping de Estados Unidos (Houston, but of course) y a lugares turísticos, a personas cuyos nombres no han sido totalmente revelados, pero que sin duda tienen cercanía política o parentesco con el gobernador panista de la entidad, Francisco Garrido. ¿Qué le parece?
De modo que cuando se observa a Germán Martínez, presidente del PAN, poner en práctica la vieja estrategia de denostar al PRI para recuperar votantes, con la línea de comunicación de acusarlo de tener relaciones con el narcotráfico, ya se sabe que lo que menos le importa es que en esta contienda bandolera que pretende se imponga en las elecciones de julio, haya panistas acusados de narcos o que la corrupción panista sea rampante en ya no pocos lugares.
Ni al caso viene que Manuel Espino, el ex presidente de su partido, le demande pruebas para validar sus dichos. No las tiene ni le importan. Lo que quiere Germán Martínez es quitarle votos al PRI a fuerza de declaraciones provocadoras. Ciertamente como dice Espino, a costa, inclusive, del deterioro de la política, de los partidos y, digo yo, a costillas de sí mismo, que es el precio que están dispuestos a pagar fanáticos delirantes como él.
domingo, 5 de abril de 2009
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