Muchas veces hablamos con lejanía de los problemas sociales en México," los racistas", "los clasistas", "los discriminadores". Sin embargo cuantas veces hacemos un ejercicio real y profundo, para identificar que parte de lo que somos tan eficientes para señalar en los demás, somos nosotros.
Hace unos días trabajando, me enfrente ante un grupo de vigilantes de una colonia habitacional, que sacaron a los albañiles que estaban trabajando en una obra, su justificación era que la presencia de los trabajadores molestaba a los vecinos cuando una vez terminado su jornada laboral, caminaban por las calles.
Una sicóloga hace poco me decía refiriéndose a el maltrato a la mujer en la familia, que mientras no seamos capaces de reconocer, la violencia en nuestras actitudes cotidianas y aprendamos a controlarlas, resolver otras metas seguiría siendo lejano.
Es decir, cuantos comentarios al día, contribuyen a una cultura violenta. Violencia en contra de los grupos más diversos de índole racial, genérico, económico, social, etc....A cuantos de esos grupos pertenecemos nosotros?, cuantos de nosotros o de nuestros seres queridos podrían ser discriminados o violentados por otras personas que se permiten comentarios o actitudes violentas en contra del diferente, del distinto?.
Dejemos de leer sobre la discriminación, la violencia o el abuso, como algo distante que no nos pertenece o afecta, por que no es así. Nos compete y en tanto suceda en nuestro contexto, es nuestro problema.
Úrsula.
CUESTIÓN DE COLOR
por José Saramago
(publicado en El cuaderno de Saramago, http://cuaderno.josesaramago.org, el 26 de marzo de 2009)
Dialogo de un anuncio de automóviles en televisión. Al lado del padre, que conduce, la hija, de unos seis o siete años, pregunta: “Papá, ¿sabías que Irene, mi compañera de clase, es negra?”. Responde el padre: “Sí, claro…” Y la hija: “Pues yo no…” Si estas tres palabras no son propiamente un puñetazo en la boca del estomago, son sin duda otra cosa: un mazazo en la mente. Se diría que el breve diálogo no es más que el fruto del talento creador de un publicitario con genio, pero, aquí al lado, mi sobrina Julia, que no tiene más que cinco años, preguntada sobre si en Tías, lugar donde vivimos, había negras, respondió que no sabía. Y Julia es china…
Se dice que la verdad sale espontáneamente de la boca de los niños, sin embargo, ante los ejemplos dados, no parece que ese sea el caso, puesto que Irene es realmente negra y negras no faltan tampoco en Tías. La cuestión es que, al contrario de lo que generalmente se cree, por mucho que se intente convencernos de lo contrario, las verdades únicas no existen: las verdades son múltiples, sólo la mentira es global. Las dos niñas no veían negras, veían personas, personas como ellas mismas se ven a sí mismas, luego, la verdad que les salió de la boca fue simplemente otra.
Ya el señor Sarkozy no piensa así. Ahora ha tenido la idea de mandar que se realice un censo étnico destinado a “radiografiar” (la expresión es suya) la sociedad francesa, es decir, saber quiénes son y donde están los emigrantes, supuestamente para retirarlos de la invisibilidad y comprobar si las políticas contra la discriminación son eficaces. Según una opinión muy difundida, el camino hacia el infierno está calcetado de buenas intenciones. Por ahí creo que irá Francia si la iniciativa prospera. No es nada difícil imaginar (los ejemplos abundan en el pasado) que el censo pueda llegar a convertirse en un instrumento perverso, origen de nuevas y más sofisticadas discriminaciones. Estoy pensando seriamente pedirles a los padres de Julia que la lleven a París para aconsejar al señor Sarkozy…
LA AUSENTE
por Rosario Ibarra
(publicado en El Universal, el 26 de marzo de 2009)
En mi mesa de trabajo se van apilando día a día cartas y solicitudes que deslían dolor, angustia, desesperación... Llegan de todo el país con su carga de tristeza, porque las dicta alguna injusticia sufrida por quienes las escriben... Asesinatos, desapariciones, tortura, encarcelamientos, persecución, violaciones, amenazas, que siembran miedo y zozobra en sus hogares.
Cuanto dicen me llega hasta lo más profundo del alma porque lo he vivido y lo he visto en muchos hogares durante más de seis lustros; porque he vivido más de 30 años con el dolor y la rabia trenzados en medio del pecho y con los ojos cansados de ver la repetición sin fin de desmanes y de tropelías, de atropellos y de burla. Como nuevos jinetes del Apocalipsis, cabalgan por este pobre suelo que llamamos patria la corrupción, la impunidad y la simulación, y a su paso van arrancando al pueblo pobre un coro de alaridos de dolor y de impotencia.
A los gobiernos de cuando menos hace ya más de cuatro décadas a nuestros días no ha parecido preocuparles ni el sufrimiento ni la justa ira del pueblo. El actual, distante y ensoberbecido, en una decisión anticonstitucional sacó a los soldados de sus cuarteles y a la larga, con el campo devastado, con el éxodo de pobres hacia el norte, con el incontenible desempleo, con el crecimiento de la miseria y el hambre, hay quienes piensan, y así lo dicen, que acabarán enfrentándose pueblo miserable y pueblo uniformado (espero que se equivoquen)...
Volviendo a las cartas, hay que agregar que a todas se les da respuesta y se envía al remitente copia del reclamo que a su nombre se hizo ante las autoridades responsables de investigar y castigar los ilícitos cometidos en su contra... pero... pero... terminamos por caer en la desesperación más terrible que se pueda imaginar, porque ni siquiera se vislumbra la intención de dar una respuesta favorable.
También en mi modesto escritorio hay otro grupo de cartas: las que llegan de fuera del país, de lugares lejanos en donde algunos de sus habitantes, interesados en la defensa de los derechos humanos, me hacen saber su preocupación por los hechos violentos que saben que se dan en México Al azar tomo una que resulta relativamente reciente, pues llegó el 2 de febrero, en la que me transmiten su preocupación por los casos de San Salvador Atenco que se van volviendo añejos, como los del 16 de julio de 2007, la tortura sufrida por Emeterio Cruz, Raymundo Torres, Jorge Luis Martínez y Eliel González en Oaxaca. Y en Oaxaca también, los asesinatos de José Jiménez Colmenares y Brad Will.
En el mismo estado, las muertes, que se cuentan ya por centenas, de los triquis desde hace más de 10 años, sin que persona alguna haya sido juzgada y castigada por ellas. Los asesinatos de Felícitas Martínez y Teresa Bautista, triquis también, asesinadas por ser las locutoras de la emisora indígena comunitaria La voz que rompe el silencio. El doble crimen continúa impune.
Todo lo anterior llegó por carta o se conoció por los medios de comunicación, pero lo más terrible, lo más doloroso, lo escuché en relatos directos de los familiares y amigos de las víctimas. Un joven que vio morir a su primo y una joven a su hermano, “¡en una fiesta infantil! en la que todavía ni quebraban la piñata”. En ese lugar —dijo el joven— “un encapuchado le disparó a mi primo”. En un lugar distante, “un militar mató a mi primo —dijo otro—, pero qué casualidad, que a los dos meses encontraron los dos cuerpos juntos en una narcofosa”, y se preguntaron los primos de los primos asesinados: “¿El encapuchado era militar también... o qué eran los dos asesinos?”.
Aparte, la joven llorosa decía cómo a su hermano lo mataron en la fatídica fiesta infantil y lloraba también por el crimen espantoso “de una amiguita de 14 años”, cuyo cuerpo se encontró en una calle céntrica de Ciudad Juárez, apuñalada y “estrangulada con un alambre de púas”.
Pido disculpas a los lectores por este espeluznante relato; he sufrido al escribirlo como sufrí al escucharlo, pero es necesario que se conozca y que reunamos nuestros esfuerzos para frenar el galope de la corrupción, la impunidad y la simulación, y para exigir la presencia de la justicia, de la cual desde hace mucho en este país sólo sabemos que es la ausente.
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