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La frontera del caos
Amena conversación con Íngrid Betancourt en la embajada de Francia, que al poco se tornó apocalíptica. A la pregunta “¿qué pasa con las muertas de Juárez?” fuimos develando los turbios orígenes, las complicidades, la patología sanguinaria y la impotencia del poder político en ese microcosmos de la tragedia mexicana.
Fenómeno transfronterizo por antonomasia, fue exhibido como la quintaesencia de la corrupción, la explotación humana y la degradación moral estimulados por la apertura económica. Retengo la explicación de Jean Meyer sobre el carácter histórico de la violencia entre nosotros y la de Carlos Montemayor en torno a la asociación criminal de los agentes de autoridad.
Nuestra amiga —recién rescatada del infierno— tuvo la revelación insólita del desmantelamiento del Estado en un país que hoy expresa su carácter por la omnipresencia de la muerte. No ocultó su azoro frente a la pérdida, casi ontológica, que significaría el hundimiento de un país por tantos querido y admirado.
Hubimos de indagar si se trata sólo de la ilegitimidad de los gobernantes y de una pendiente económica sin freno o éstas derivan de la debilidad de las instituciones y su captura por los intereses privados. Concluimos que la crisis disuelve al Estado-nación en sus tres componentes: gobierno sin ejercicio de soberanía, población en éxodo creciente y territorio a merced de la fuerza bruta.
Simultáneamente, Calderón —tras un periplo fotogénico en guayabera— externaba su propio descubrimiento: el desastre se debe a que sus predecesores “ignoraron o prendieron administrar el crimen”. Diagnóstico tardío que reconoce la pervivencia de los vicios más perversos del antiguo régimen, a los que debe su investidura y que nada ha hecho por enmendar.
A partir de esta confesión sin alternativa, se ha endurecido drásticamente el tono de la denuncia. Voces sosegadas se han vuelto incendiarias. González Garza desenmascara una crisis múltiple y advierte que en 2009 “esta bomba revienta”. González de Alba nos remite a la caída del imperio maya, cuando “la gente acabó arrastrando a los sacerdotes —caros e ineficaces— porque dejaron de cumplir la función esencial de protegerlos”.
Hay coincidencia en que las matanzas a todos horrorizan pero a pocos afectan, los asaltos y secuestros hieren a muchos, pero el tsunami económico a nadie va a dejar incólume. Valdría recordar la conjunción de agravios que precipitaron las rebeldías de hace 100 y 200 años. Entonces teníamos Estado: ahora es simplemente la frontera del caos.
Los datos son inapelables. Según la Cepal, México crecerá a 0.5% en 2009 y, de acuerdo con la OCDE, sólo a 0.36 %: el más raquítico de la región. Los inversionistas extranjeros sacaron del país 22 mil 190 millones de dólares, a los que habría que adicionar 18 mil 277 millones utilizados por el Banco de México para contener la devaluación del peso, que ha perdido ya un cuarto de su valor.
La balanza comercial alcanzó un déficit de 8 mil 380 millones de dólares, el más bajo nivel en más de una década. Vegetamos en la venta de petróleo crudo —a la baja—, las remesas de migrantes —también a la baja—, la venta de mano de obra barata en las maquiladoras —después asesinada— y el lavado de dinero —en alza— que confirma el predominio del crimen sobre el Estado.
Los ingresos derivados de esos conceptos se invierten en compras de alimentos en el extranjero. Las consecuencias sobre la población resultan devastadoras. El imparable adelgazamiento de la economía formal hace que la expectativa de contrataciones para 2009 sea casi 20% inferior al año precedente. El incremento de 4.6% en los salarios mínimos es cuatro veces inferior al aumento del costo de vida en esa franja de consumidores.
Durante el último tercio del año se estima una pérdida de 200 mil empleos y un descenso sustantivo en el disfrute de los servicios públicos. Las encuestas señalan un aumento notorio en la esperanza de la migración y una certidumbre creciente en la incompetencia de todos los poderes públicos.
No asoma un proyecto verosímil de cambio y los analistas coinciden en la ausencia de iniciativas consistentes que pudiesen detener la caída en plazo previsible. La falsificación mediática está llegando a su fin, tanto como la tolerancia de sectores mayoritarios de la población. Diagnosticar la gravedad del caso y proponer una salida constitucional mediante la remoción del gobierno me hizo objeto de orquestado vituperio. Invito a los críticos de hoy para que ofrezcan una solución racional a la crisis de la nación.
viernes, 26 de diciembre de 2008
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