Un represor histórico, leyenda del priísmo y de la inepta, patética y cerril tecnocracia panista, nos describió como "pueblo de culeros". Los que quieren iluminar a México, marchan y piden que se vayan los chivos expiatorios, no su pastor. No aceptan que cada día son más los mexicanos que no ven otra salida a la actual situación, que refundar al Estado de cabo a rabo.
por Fausto Fernández Ponte
I
A casi 200 años del Grito de Indepdencia dado por Miguel Hidalgo y a casi un siglo del estallido cronológicamente formal de la Revolución Mexicana --movimientos sociales de liberación de los mexicanos-- estamos muy lejos de lograr ese caro anhelo.
De hecho, estamos más lejos que nunca de ese objetivo histórico. México es una colonia virtual de dos potencias imperiales, Estados Unidos y España, que saquean los patrimonios de los mexicanos y se apropian las plusvalías de nuestros afanes.
Y no sólo eso. La forma de organización económica, política y social prevaleciente en México es, cualitativamente, peor que hace una centuria y 200 años. Vivimos oprimidos en un contexto de represión, ignorancia y terror.
Visto epicenamente, vivimos los mexicanos en un contexto de simulación que antójase idiosincrásico --confluencia de vectores y atavismos históricos-- y, por ende, conveniente a los intereses de nuestra cultura social. Renegamos. Y nos quejamos.
Pero renegar y quejarse no traspone el umbral de la acción orientada, salirle al paso a los monstruos de fauces babeantes y halitósicas --hediondas-- de la opresión y el sometimiento ignonioso, enfrentarlos con determinación y vencerlos. No.
Aguantamos y preferimos pensar que eso es resistir, a la espera pasiva e ilusoria --la vera miga del sincretismo cultural identitario nuestro-- de que algo sobrenatural (¿Diosito? ¿La virgencita?) o un hombre providencial nos rescaten.
¿Cobardía? Samuel Ramos y Octavio Paz --más preciso aquél que éste-- y otros filósofos y pensadores de igual lucidez, desnudaron el alma colectiva de los mexicanos. Un represor histórico, ido poco há, nos describió como "pueblo de culeros".
II
¿Culeros? El vocablo, si bien tiene obvio pedigrí semántico --perezoso y culón-- y prosapia reconocida (mancha excrementicia) por la regiduría del uso del castellano, posee para los mexicanos un significado coloquial asaz elocuente: miedoso.
Ese represor de marras --hoy icono legendario para el priísmo de nostálgica morriña, de vena intolerante y vaga referencia para los "nerds" de la inepta, patética y cerril tecnocracia panista-- hablaba por experiencia propia del miedo colectivo.
Pero el represor de la vernácula del otrora celebrado sistema político mexicano, distinguía que una cosa es lo que él llamaba "culerismo" social y otra cosa es el conjunto de individuos con valor civil y personal y compromiso para liberar a los "culeros".
Apelamos, señálese aquí, al sentido común del caro leyente. Los vocablos utilizados por este escribidor son intrínsecos al lenguaje popular --la lingua franca-- y no representan expresión irrespetuosa a la sensibilidad y la inteligencia de nadie.
El vocablo "culero" es como el de "la chingada" o pendejo, carajo o cabrón, enseres de expresión con elocuencia propia y atributos nítidos para fines de comunicación: emitir y recibir mensajes comprensibles a todos, lo mismo al hipócrita que al espabilado.
III
Pero si le ofende al leyente el uso filigranero y no grotesco de esos vocablos, suspenda la lectura del pergeño. Es su derecho y, a la vez, su privilegio, y opción civilizada e inteligente, el reprimir o censurar. Pero no maten al mensajero.
Y esto nos lleva al ámbito de la concatenación virtual de la lógica, que nos dice que nos incomoda que nos digan nuestras verdades, y oirlas, negándonos a escucharlas, pero nos gustan los ajenos verismos ajenos de pueril y/o chismosa laya.
Censuramos las verdades propias y reprimimos a quienes las trasmiten o portan. Matamos al mensajero de malas noticias, aunque éstas sean viejas, como es el caso hoy. Cuando no podemos matar al mensajero --es opción extrema-- imitamos al avestruz.
Y, así, con la cabeza escondida en la arena y el resto del cuerpezote a la vista, pretendemos no darnos por enterados de nuestra realidad lacerante, conturbadora. Hacemos marchas para "iluminar" a México y pedimos que los políticos renuncien.
Sí, que renuncien por ineptos los secretarios del Presidente de Facto --más inepto que todos sus subordinados juntos-- porque nuestro ya proverbial culerismo --miedo-- nos impide exigirle, no pedirle cortésmente, sino exigirle a Felipe Calderón que se vaya.
Que se vaya tranquilamente, sin malsonancias --como la de "¡Que se vayan mucho a la chingada esos que quieren que me vaya!"--, so riesgo de que los iluminadores de México que marchan en silencio y vestidos de blanco renieguen del culerismo.
Pero ello adviértese riesgo improbable. Los iluminadores protestan, pero no proponen --excepto que se vayan los chivos expiatorios, más no el pastor de éstos-- crear una forma alternativa de organización del poder en México. Socializar éste.
Refundar al Estado mexicano. A ello se oponen, predecible y naturalmente, la mal llamada "clase política" --hampa tricolor, blanquiazul y amarillenta ya, y de otros tonos adheribles y mutables y solubles-- y, desde luego, la mafia del poder.
El culerismo parece estar dando, como la Cumbancha, su postrera carcajada agustínlaraesca, como la adiposa vikinga de rubias trenzas y cuernos en ciertas óperas. Son cada día más los mexicanos que no ven otra salida que la de refundar al Estado.
ffponte@gmail.com
por Fausto Fernández Ponte
I
A casi 200 años del Grito de Indepdencia dado por Miguel Hidalgo y a casi un siglo del estallido cronológicamente formal de la Revolución Mexicana --movimientos sociales de liberación de los mexicanos-- estamos muy lejos de lograr ese caro anhelo.
De hecho, estamos más lejos que nunca de ese objetivo histórico. México es una colonia virtual de dos potencias imperiales, Estados Unidos y España, que saquean los patrimonios de los mexicanos y se apropian las plusvalías de nuestros afanes.
Y no sólo eso. La forma de organización económica, política y social prevaleciente en México es, cualitativamente, peor que hace una centuria y 200 años. Vivimos oprimidos en un contexto de represión, ignorancia y terror.
Visto epicenamente, vivimos los mexicanos en un contexto de simulación que antójase idiosincrásico --confluencia de vectores y atavismos históricos-- y, por ende, conveniente a los intereses de nuestra cultura social. Renegamos. Y nos quejamos.
Pero renegar y quejarse no traspone el umbral de la acción orientada, salirle al paso a los monstruos de fauces babeantes y halitósicas --hediondas-- de la opresión y el sometimiento ignonioso, enfrentarlos con determinación y vencerlos. No.
Aguantamos y preferimos pensar que eso es resistir, a la espera pasiva e ilusoria --la vera miga del sincretismo cultural identitario nuestro-- de que algo sobrenatural (¿Diosito? ¿La virgencita?) o un hombre providencial nos rescaten.
¿Cobardía? Samuel Ramos y Octavio Paz --más preciso aquél que éste-- y otros filósofos y pensadores de igual lucidez, desnudaron el alma colectiva de los mexicanos. Un represor histórico, ido poco há, nos describió como "pueblo de culeros".
II
¿Culeros? El vocablo, si bien tiene obvio pedigrí semántico --perezoso y culón-- y prosapia reconocida (mancha excrementicia) por la regiduría del uso del castellano, posee para los mexicanos un significado coloquial asaz elocuente: miedoso.
Ese represor de marras --hoy icono legendario para el priísmo de nostálgica morriña, de vena intolerante y vaga referencia para los "nerds" de la inepta, patética y cerril tecnocracia panista-- hablaba por experiencia propia del miedo colectivo.
Pero el represor de la vernácula del otrora celebrado sistema político mexicano, distinguía que una cosa es lo que él llamaba "culerismo" social y otra cosa es el conjunto de individuos con valor civil y personal y compromiso para liberar a los "culeros".
Apelamos, señálese aquí, al sentido común del caro leyente. Los vocablos utilizados por este escribidor son intrínsecos al lenguaje popular --la lingua franca-- y no representan expresión irrespetuosa a la sensibilidad y la inteligencia de nadie.
El vocablo "culero" es como el de "la chingada" o pendejo, carajo o cabrón, enseres de expresión con elocuencia propia y atributos nítidos para fines de comunicación: emitir y recibir mensajes comprensibles a todos, lo mismo al hipócrita que al espabilado.
III
Pero si le ofende al leyente el uso filigranero y no grotesco de esos vocablos, suspenda la lectura del pergeño. Es su derecho y, a la vez, su privilegio, y opción civilizada e inteligente, el reprimir o censurar. Pero no maten al mensajero.
Y esto nos lleva al ámbito de la concatenación virtual de la lógica, que nos dice que nos incomoda que nos digan nuestras verdades, y oirlas, negándonos a escucharlas, pero nos gustan los ajenos verismos ajenos de pueril y/o chismosa laya.
Censuramos las verdades propias y reprimimos a quienes las trasmiten o portan. Matamos al mensajero de malas noticias, aunque éstas sean viejas, como es el caso hoy. Cuando no podemos matar al mensajero --es opción extrema-- imitamos al avestruz.
Y, así, con la cabeza escondida en la arena y el resto del cuerpezote a la vista, pretendemos no darnos por enterados de nuestra realidad lacerante, conturbadora. Hacemos marchas para "iluminar" a México y pedimos que los políticos renuncien.
Sí, que renuncien por ineptos los secretarios del Presidente de Facto --más inepto que todos sus subordinados juntos-- porque nuestro ya proverbial culerismo --miedo-- nos impide exigirle, no pedirle cortésmente, sino exigirle a Felipe Calderón que se vaya.
Que se vaya tranquilamente, sin malsonancias --como la de "¡Que se vayan mucho a la chingada esos que quieren que me vaya!"--, so riesgo de que los iluminadores de México que marchan en silencio y vestidos de blanco renieguen del culerismo.
Pero ello adviértese riesgo improbable. Los iluminadores protestan, pero no proponen --excepto que se vayan los chivos expiatorios, más no el pastor de éstos-- crear una forma alternativa de organización del poder en México. Socializar éste.
Refundar al Estado mexicano. A ello se oponen, predecible y naturalmente, la mal llamada "clase política" --hampa tricolor, blanquiazul y amarillenta ya, y de otros tonos adheribles y mutables y solubles-- y, desde luego, la mafia del poder.
El culerismo parece estar dando, como la Cumbancha, su postrera carcajada agustínlaraesca, como la adiposa vikinga de rubias trenzas y cuernos en ciertas óperas. Son cada día más los mexicanos que no ven otra salida que la de refundar al Estado.
ffponte@gmail.com
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