Rolando Cordera Campos
Extraño septiembre
Supongo que no faltará quien insista: se acabó el “día del Presidente”; el Congreso se impuso y asestó duro golpe al presidencialismo; la República en la antesala del parlamentarismo… y demás puerilidades que desde hace tiempo han acompañado hasta ocultarla a la más grave falla de nuestro edificio democrático: la incomunicación progresiva entre los órganos del poder del Estado y, consecuentemente, la erosión imparable de la capacidad de gobierno, de conducción, de una sociedad asediada que no encuentra centro que la sostenga ni remedio casero que la alivie de tanta carencia y angustia. La o las marchas permiten evadir la soledad por un momento pero luego viene, sin clemencia, la cruda.
Vivimos de noticias cuya publicación nos avergüenza. Los decapitados toman las cabezas de los diarios y la televisión se tiñe de rojo cada noche, antes de que sus opinadores itinerantes hagan su cotidiano juicio sumario y Andrés Manuel López Obrador sea de nuevo sentenciado. El crimen organizado desata el frenesí contra el Estado bien cultivado por la gran empresa y, por su parte, la vicepresidencial económica emigra a las multinacionales españolas mientras su valido se declara despojado de la magia que hizo célebre a la Secretaría de Hacienda como multiplicadora de panes y peces…con cargo al INEGI o a las reservas petroleras.
Los partidos y el gobierno no han podido, o querido, dar los pasos mínimos necesarios para normalizar la democracia alcanzada u “otorgada”, que insistiría hoy Rafael Segovia, y no falta quien sostenga de nuevo que de lo que se trata es de (re) construirla sobre unos cimientos ruinosos cuyo desplome final se anuncia con entusiasmo. Del “renuncien si no pueden” sólo hay un paso al “que se vayan todos” que ensombreció a la república quebrada que Menem legó a los argentinos. Pero por ahí no hay horizonte cierto, menos aún en tiempo de vacas famélicas como los que nos ofrece el inefable secretario de Hacienda.
Por su cuenta, los jugadores de alta escuela se vuelven especuladores corrientes y apuestan sin recato a una caída virtual, de telenovela, que les permitiría un rescate jugoso e indoloro, mientras los que no apuestan más que a ganar siguen su curso de levantones, secuestros, ejecuciones, sacando jugo extra de un entorno dominado por el miedo y el abandono. Las alertas del extranjero ya no conmueven a nadie.
La marcha que quiere iluminar a México se nutre del desamparo y sin duda encauza una indignación mayúscula. Quienes concentran la voz de la sociedad parecen dispuestos a prestarle a deudos y quejosos una cuota mínima de sus decibeles, mientras los gobernantes se empeñan en descifrar las corrientes profundas del reclamo antes de que irrumpan e inunden lo que queda seco. Pero las encuestas del diario sirven ya de poco, salvo a quienes con ellas lucran. Y los exégetas del poder ya no saben a quién pasarle la factura.
Los saldos de este septiembre punto menos que negro están a la vista: un Congreso que se niega a ser el foro de la comunicación directa entre los poderes; un Ejecutivo extrañamente solícito que se va con su música a otra parte y nos asesta cada noche su versión de los hechos, inventa su público y define su rating; un sistema de comunicación social ensoberbecido que se siente gran visir, inapelable e intocable, dueño del aislamiento colectivo.
Extraño septiembre…hasta para hacernos extrañar aquellos otros en que la grosería del poder era transparente, como inequívoca era su necedad incurable.
http://www.jornada.unam.mx/2008/08/31/index.php?section=politica&article=022a2pol
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