lunes, 25 de agosto de 2008

La tierra no es mercancía


Economía Moral
Julio Boltvinik

La tierra no es una mercancía / I
“La tierra no pertenece al hombre”: jefe piel roja, 1855


La crisis alimentaria mundial es un buen momento para volver a plantear algunas preguntas fundamentales. Empecemos por la propiedad de la tierra de la que obtenemos nuestros alimentos y su conversión en mercancía. Hay tres posturas posibles para pensar en su propiedad: defender la propiedad privada; rechazarla pero reafirmar la colectiva o común; y rechazar todo tipo de propiedad sobre la tierra. Hoy ilustro la tercera postura citando lo que ha sido calificado, con justa razón, como “la declaración más hermosa y profunda que jamás se haya hecho sobre el medio ambiente”. Se trata del discurso, dirigido al hombre blanco, que el jefe Noah Sealth de la tribu Swonish (piel roja) del noroeste de los Estados Unidos dirigió, en 1854, al Presidente de EU, Franklin Pierce, en respuesta a la oferta de compra de la tierra de su tribu. El subtítulo de esta entrega lo he tomado del título que se ha dado al discurso<!--[if !supportFootnotes]--><!--[endif]-->. El jefe Sealth empieza diciendo:
“El Gran Jefe en Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras…vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras”.
Inmediatamente después entra de lleno en materia poniendo en duda la aplicación del concepto básico del capitalismo, la mercancía, a la naturaleza, a la tierra:
“¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlo? Deberán saber que cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido, son sagrados... La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas…Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia”.
Por todo ello, continúa el Jefe Sealth, “cuando el Gran Jefe en Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, es mucho lo que pide. También el Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros” Y aquí insinúa (sin abundar al respecto) la situación de dependencia a la que quedarán sometidos: “Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos” El Jefe Sealth vuelve de inmediato a la relación estrecha que guardan con la naturaleza: “Más ello no será fácil, dice, porque estas tierras son sagradas para nosotros…Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos”. Y le hace al hombre blanco una recomendación que hasta ahora no ha seguido:
“Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los suyos, y por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata un hermano”.
Quizás conciente de que está pidiendo un imposible, añade retratando fielmente la ignorancia del depredador de la naturaleza:
“Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro…la tierra no es su hermana, sino su enemiga…Trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores”.
Profético remata diciendo: “Su apetito devora la tierra dejando atrás sólo un desierto”. Después compara los modos de vida de ambas culturas:
“No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena la vista del piel roja…No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio dónde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos…El ruido de la ciudad parece insultar nuestros oídos. Y ¿qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas al borde de un estanque?”
Me salto muchas frases igual de profundas y hermosas por restricciones de espacio para llegar a donde vuelve a considerar la oferta presidencial: “Consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales de esta tierra como sus hermanos”. Me vuelvo a saltar otros pasajes para terminar con algunas frases de la parte final, en la cual el Jefe Sealth pone en ridículo el antropocentrismo del hombre blanco y anuncia nuestro destino común:
“Enseñen a sus hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen al suelo se escupen a sí mismos. Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco… queda exento del destino común… también los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche morirán ahogados en sus propios desperdicios... ustedes caminarán hacia su destrucción, rodeados de gloria… Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes… ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia”.
Hasta aquí la sabiduría de Sealth que tanto necesitamos ahora que estamos llegando a nuestra autodestrucción.

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