La sociedad mexicana, al igual que muchas en el mundo, está a merced de los medios de comunicación que en el mejor de los casos distorsionan la verdad.
Otros, mienten con tal cinismo e impunidad que ofenden nuestra inteligencia y cultura, pero todos encuentran sentido a su existencia con la obtención de una vulgar dádiva que reciben reporteros y columnistas para expresarse por mandato, bien o mal de un candidato, un gobierno, o dependencia gubernamental faltando a la verdad esperada.
Éste es un modelo de prostitución establecida que nos obliga a llamarles “textoservidores”.
De esa manera, ha surgido una “movilidad social” inesperada en el periodismo mexicano, personas con escasos méritos y talento como los López Dórigas, Betetas, Michas, Alemanes, Rivas Palacios, Hiriarts, Lorets de Molas y otros tristes apellidos, elevaron su estatus económico obteniendo además un poder político inmerecido.
Sus “dueños formales” -propietarios de los medios- festinaron sus actuaciones por los propios premios recibidos que consistieron en una abundante, indiscriminada e inagotable “publicidad oficial” discrecional que parecía eterna.
“Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar”. El pasado mes de abril, el gobierno del presidente López Obrador reiteró una reducción del 50% en el presupuesto para gastos de publicidad oficial haciendo énfasis en la necesidad de que las asignaciones fueran equitativas y en congruencia con sus niveles de cobertura y penetración.
El acuerdo federal precisa; “Las dependencias y entidades federales no podrán hacer uso de propaganda para presionar, castigar, premiar, privilegiar o coaccionar a comunicadores, o bien a medios de comunicación”.
A partir del histórico triunfo del 1º. de Julio en 2018, muchos pensamos habría terminado la pesadilla y aflorarían medios de comunicación serios, objetivos, imparciales, con transparencia y sentido social.
La democratización en las entregas de la publicidad oficial insinuaban eso, terminarían los estímulos a los “textoservidores” para que se decantaran por la única noticia transmisible, la verdadera, y así por fin, iniciara en México un orgulloso periodismo responsable y puro. Era la posibilidad de volver a empezar, de informar con veracidad a un pueblo que lo demandaba, de dignificar a una profesión que se encontraba en el fango, de reinventar una necesidad de los relatos creíbles, pero no, no sucedió así hasta ahora…
Durante el proceso electoral, un grupo de poderosos empresarios apátridas, dieron muestra de su temeridad y violencia al emplear ilegalmente a “intelectuales ociosos” para fabricar publicidad negativa contra el candidato que amenazaba terminar con sus privilegios. Sus mentiras en textos y discursos de odio fueron difundidas, sin éxito, por los de siempre.
Estos empresarios, cómplices de la corrupción infinita que hundió a nuestro país, toman la estafeta de los gobiernos saqueadores expulsados por el pueblo, reemplazándoles como patrones y mecenas de los funestos “textoservidores” con la perversa “misión” de regresar al pasado.
El contundente respaldo popular a nuestro presidente minimiza cualquier intento por dañar a México y sus instituciones. Sin embargo, ahora más que nunca es apropiado atrincherarnos en las “benditas redes sociales”, canchas proclives a la veracidad y la certeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario