El mismo político que había proferido amenazas a los indígenas del estado amazónico de Roraima y a la selva amazónica, diciendo que daría armas a los terratenientes para acabar las reservas indígenas, era ovacionado el pasado 20 de junio en Sao Paulo por miles de evangélicos en la “Marcha para Jesús”.
Estamos hablando de Jair Messias Bolsonaro, un político machista, homófobo, racista, violento y sin ningún amor por la selva amazónica. Su éxito electoral, así como el de Donald Trump en Estados Unidos, no habría sido posible sin el apoyo decidido de evangélicos, pentecostales y carismáticos en las urnas.
En la “Marcha para Jesús” el esposo de la obispa Sonia oró: “Bendecimos a nuestro Presidente. Dios lo va a bendecir más aún. Los cambios ya comenzaron y el Señor lo va a traer a la marcha otros ocho años. ¡Ocho años! Este país está siendo liberado de la corrupción, de la impunidad y de la inmoralidad”, aseguró Hernandes, mientras apretaba los ojos y levantaba una mano al cielo.
Los cambios habían comenzado, pero para mal. El mandatario celebrado por los evangélicos ya había mostrado su talante destructor desde antes de ser electo presidente. Cuando era senador advirtió que “En el 2019 vamos a destrozar la Reserva Raposa Serra do Sol. Vamos a darle armas a todos los terratenientes”. Bolsonaro en su campaña presidencial propuso revisar los límites de la reserva, como parte de su esfuerzo por derogar la prohibición de la agricultura comercial y la minería en tierras indígenas. Tras ser electo, su primera decisión como presidente fue trasladar las decisiones sobre tierras indígenas al Ministerio de Agricultura, que está controlado por representantes del sector agrícola, ansiosos por expandir la frontera agrícola.
En la “Marcha para Jesús” el esposo de la obispa Sonia oró: “Bendecimos a nuestro Presidente. Dios lo va a bendecir más aún. Los cambios ya comenzaron y el Señor lo va a traer a la marcha otros ocho años. ¡Ocho años! Este país está siendo liberado de la corrupción, de la impunidad y de la inmoralidad”, aseguró Hernandes, mientras apretaba los ojos y levantaba una mano al cielo.
Los cambios habían comenzado, pero para mal. El mandatario celebrado por los evangélicos ya había mostrado su talante destructor desde antes de ser electo presidente. Cuando era senador advirtió que “En el 2019 vamos a destrozar la Reserva Raposa Serra do Sol. Vamos a darle armas a todos los terratenientes”. Bolsonaro en su campaña presidencial propuso revisar los límites de la reserva, como parte de su esfuerzo por derogar la prohibición de la agricultura comercial y la minería en tierras indígenas. Tras ser electo, su primera decisión como presidente fue trasladar las decisiones sobre tierras indígenas al Ministerio de Agricultura, que está controlado por representantes del sector agrícola, ansiosos por expandir la frontera agrícola.
Su inacción durante más de 16 días frente a los grandes incendios que arrasaron a la selva amazónica en agosto de 2019 sin duda le ha hecho ganar un lugar en las páginas de los infames de la historia. Mientras el presidente veía estas conflagraciones como la oportunidad de desterrar a los indeseables indios, y darles más tierras a los ganaderos y agricultores de soya, el planeta perdía porciones importantes de los bosques que le dan el 20% del oxígeno y contienen el 20% del agua dulce del planeta, que son un gran reservorio de carbono en forma de biomasa y el hogar de una vasta biodiversidad. Destruir el Amazonas es cambiar el patrón de lluvias de Sudamérica, llevar a miles de especies a la extinción, destruir un sumidero de dióxido de carbono y reemplazarlo por reses que emiten metano. En últimas, es acelerar el cambio climático.
Cualquier ciudadano medianamente educado podría haberse dado cuenta de los antecedentes ecocidas de Jair Bolsonaro antes de ser elegido, con tan buscar un poco en Internet. ¿Entonces por qué entonces lo votaron tantos brasileños? Hubo varias causas. Pero, parte de la respuesta está en el inmenso poder que ejercen los pastores evangélicos y pentecostales sobre millones de ciudadanos con educación deficiente que creen ciegamente lo que ellos les dicen.
Cualquier ciudadano medianamente educado podría haberse dado cuenta de los antecedentes ecocidas de Jair Bolsonaro antes de ser elegido, con tan buscar un poco en Internet. ¿Entonces por qué entonces lo votaron tantos brasileños? Hubo varias causas. Pero, parte de la respuesta está en el inmenso poder que ejercen los pastores evangélicos y pentecostales sobre millones de ciudadanos con educación deficiente que creen ciegamente lo que ellos les dicen.
Tras su bautismo en 2016 Jair Bolsonaro pasó a ser visto como un “hermano en la fe”, un hombre que cree en la Biblia, por millones de brasileños de a pie. Para los pastores tener a alguien que tomara las banderas contra los derechos LGBT, el aborto y mantuviera las exenciones tributarias de las iglesias, ya lo convertía en un hombre moral, porque como se ha visto, hablar de “valores y principios” en la derecha evangélica significa coartar los derechos sexuales y reproductivos. Nada más importa.
“Por primera vez en la Presidencia de Brasil se escuchó el nombre de Dios encima de todos. Por primera vez en la Presidencia de Brasil la familia fue honrada” dijo la obispa Sonia. Por “la familia honrada” tradúzcase tener a un gobernante que dice que a los chicos gay les falta ser molidos a palo por sus padres para que se enderecen y que él preferiría tener un hijo muerto a uno gay. ¡Esa es la honra a la familia tradicional que alaban los evangélicos en Brasil!
Uno de los pastores que influyó en la victoria electoral de Bolsonaro fue Edir Macedo, el multimillonario a punta de diezmos líder y cabeza de la Iglesia Universal “Pare de Sufrir”. Se calcula que su visto bueno al ultraderechista empujó a 10 millones de evangélicos para que le dieran el voto.
En Estados Unidos la situación es similar. A millones de evangélicos no les importa que Trump haya retirado a su país del Acuerdo de Paris contra el cambio climático. De hecho, muchos evangélicos allá consideran casi una herejía creer que el calentamiento global tiene origen en las actividades humanas, y lo niegan casi que a la par con la teoría de la evolución y el Big Bang.
En el Hemisferio Norte los evangélicos, al haber subido a Trump, también son en parte culpables de retrasar las acciones urgentes que debe dar el gigante del norte, antes que el calentamiento global sea irremediablemente irreversible.
El pastor evangélico de Seattle, Mark Driscoll afirmó en un sermón en mayo del 2013 que "Los cristianos no necesitamos cuidar el medio ambiente porque Jesús regresará por nosotros". Por su parte, en septiembre de 2016 el pastor Dawlin Ureña, un furibundo republicano ahora trumpista, se despachaba contra los ambientalistas con estas palabras: “El que lee los estudios serios sobre este fraude, no puede más que concluir que el supuesto cambio climático es una de las más sagaces tretas inventadas por los socialistas para redistribuir las riquezas”
Al parecer las creencias sobre el fin del mundo, las señales de una segunda venida y todo ese universo fantástico de creencias proféticas nubla la razón de los pentecostales y no les permiten darse cuenta de la realidad y la urgencia de la protección ambiental.
En Colombia el panorama no es muy diferente. Los pastores evangélicos cerraron filas en su mayoría con el Centro Democrático, un partido que no tenía como prioridad con el cuidado del ambiente. Desde hace una década, aproximadamente, los pastores apoyan con oraciones y sobre todo votos, a los candidatos que les prometa frenar los derechos de gays, el aborto y la eutanasia, y les mantenga sus privilegios, así tengan que pactar con corruptos, contaminadores y deforestadores.
Nunca antes la ignorancia, la anticiencia, el fanatismo religioso y el conservadurismo habían estado tan unidos. No desde los tiempos de la Inquisición. Los historiadores del futuro podrán mirar este momento de la historia y horrorizarse de lo que la ignorancia ocasionó en la sociedad y la naturaleza, y sin duda habrá un juicio fuerte contra los líderes de la derecha evangélica. Bueno, si es que llegamos a un futuro.
En Estados Unidos la situación es similar. A millones de evangélicos no les importa que Trump haya retirado a su país del Acuerdo de Paris contra el cambio climático. De hecho, muchos evangélicos allá consideran casi una herejía creer que el calentamiento global tiene origen en las actividades humanas, y lo niegan casi que a la par con la teoría de la evolución y el Big Bang.
En el Hemisferio Norte los evangélicos, al haber subido a Trump, también son en parte culpables de retrasar las acciones urgentes que debe dar el gigante del norte, antes que el calentamiento global sea irremediablemente irreversible.
El pastor evangélico de Seattle, Mark Driscoll afirmó en un sermón en mayo del 2013 que "Los cristianos no necesitamos cuidar el medio ambiente porque Jesús regresará por nosotros". Por su parte, en septiembre de 2016 el pastor Dawlin Ureña, un furibundo republicano ahora trumpista, se despachaba contra los ambientalistas con estas palabras: “El que lee los estudios serios sobre este fraude, no puede más que concluir que el supuesto cambio climático es una de las más sagaces tretas inventadas por los socialistas para redistribuir las riquezas”
Al parecer las creencias sobre el fin del mundo, las señales de una segunda venida y todo ese universo fantástico de creencias proféticas nubla la razón de los pentecostales y no les permiten darse cuenta de la realidad y la urgencia de la protección ambiental.
En Colombia el panorama no es muy diferente. Los pastores evangélicos cerraron filas en su mayoría con el Centro Democrático, un partido que no tenía como prioridad con el cuidado del ambiente. Desde hace una década, aproximadamente, los pastores apoyan con oraciones y sobre todo votos, a los candidatos que les prometa frenar los derechos de gays, el aborto y la eutanasia, y les mantenga sus privilegios, así tengan que pactar con corruptos, contaminadores y deforestadores.
Nunca antes la ignorancia, la anticiencia, el fanatismo religioso y el conservadurismo habían estado tan unidos. No desde los tiempos de la Inquisición. Los historiadores del futuro podrán mirar este momento de la historia y horrorizarse de lo que la ignorancia ocasionó en la sociedad y la naturaleza, y sin duda habrá un juicio fuerte contra los líderes de la derecha evangélica. Bueno, si es que llegamos a un futuro.
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