“Dicen que me arrastrarán por sobre rocas
Cuando la revolución de venga abajo…
Será que la necedad parió conmigo,
La necedad de asumir al enemigo,
La necedad de vivir sin tener precio.”
Silvio Rodríguez
Ni en los momentos de mayor confrontación en la última campaña electoral se sintió en la prensa y en las redes sociales el odio, el miedo, el encono y la rabia que se siente en estos días en contra de Andrés Manuel López Obrador, de sus compañeros y de quienes simpatizamos con él y lo apoyamos.
Nunca como ahora los ataques habían sido tan virulentos, tan masivos. Quienes los encabezan son los mismos que hicieron todo para impedir que obtuviera la victoria en las urnas. Estaban seguros de que lo lograrían; fracasaron. Hoy, a sólo 9 días de que se ciña la banda presidencial, se niegan a aceptar que fallaron y se empeñan en descarrilarlo.
Nos tachan a quienes votamos por López Obrador de ignorantes, dicen que nos engañó a todas y todos, que somos ciegos y se declaran dispuestos a desenmascararlo, a develar ante el país el verdadero rostro del presidente electo.
Lo cierto es que, así como no lo vieron venir en la campaña, hoy, y a pesar de la derrota aplastante que sufrieron, tampoco son capaces de darse cuenta de que López Obrador no lleva máscara, que su rostro y su pensamiento siempre han estado a la vista. Son la soberbia, los prejuicios, el asumir como verdades absolutas los principios de la guerra sucia, lo que les impide verlo.
Simplificaron groseramente las propuestas de AMLO, se burlaron de sus promesas de campaña, no lo escucharon hablar de perdón a los corruptos y de dar sus razones para hacerlo. Las mismas, por cierto, que hoy esgrime. No dieron tampoco importancia a su cercanía con las víctimas. Se burlaron de su intención de suspender las obras del NAICM en Texcoco, seguros de que no llegaría a la Presidencia o, de llegar, que no sería capaz de enfrentar al poder económico.
Tampoco escucharon a los pobladores de las regiones asoladas por la violencia -cuyo territorio jamas pisan- hablando de la necesidad de mantener al ejército en las calles para preservar la seguridad, y menos todavía entendieron la voluntad de López Obrador de lograr una transición pacífica a toda costa. Como lo desprecian, no lo descifran; como no lo descifran, los vence.
Así como con acciones radicales –la suspensión del NAIM en Texcoco, el corte a la publicidad oficial y a las pensiones de los expresidentes, la desaparición del Estado Mayor Presidencial- se deslindó de los poderes fácticos, ahora, establecida la soberanía de la institución presidencial, marcado el tono de su mandato, le vuelve a tender puentes a medios, empresarios, políticos del régimen y militares.
Hace todo esto el Presidente electo consciente del costo político de sus acciones, no teme pagarlo, sabe que cuenta con capital político para hacerlo y de que el régimen al que pretende cambiar sigue vivo, que permanece en casi todas las esferas de la vida pública y tiene mucho poder.
Y lo hace también con la claridad de que, por el solo hecho de dar vida –imperfecta si se quiere- a la democracia participativa, sometiendo a consulta las decisiones mas polémicas, puede desandar el camino, desmontar esos puentes, enfrentar las situaciones mas difíciles, como sucedió en el caso de Texcoco, si el pueblo se lo ordena.
López Obrador administra, con un pragmatismo brutal, los combates que tiene ante sí. Puede que los posponga, pero nunca deja de librarlos.
Eso no lo entienden esos que hoy pronostican a grandes voces su fracaso y lo responsabilizan de lo que habrá de ser un inevitable naufragio nacional. Para muchos columnistas, líderes de opinión y usuarios de las redes sociales parecen ya haberse cumplido todas o casi todas las promesas catastrofistas de la campaña panista bajo el lema “un peligro para México”. Cometen el error de dar por sentada la derrota de López Obrador. Ignoran su proverbial necedad.
Desde la otra orilla, un nutrido grupo de voces liberales e incluso de partidarios del tabasqueño se alza clamando traición y acusándolo de incumplir sus promesas de campaña y de haber pactado con el régimen pronosticando –con la lógica de que todos los políticos son iguales- que su gobierno dará al país más de eso mismo que nos recetaron, en los últimos 12 años, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Muchos de los conservadores que profetizan el desastre y prefiguran escenarios apocalípticos suelen hablar desde una supuesta e inexistente normalidad democrática. Hay columnistas y comentaristas de radio y TV que rasgan sus vestiduras acusando a López Obrador, que escriben y opinan como si México fuera Suiza. Olvidan, convenientemente, que nuestro país ha sido gobernado -y lo seguirá siendo hasta el 1 de diciembre-, a punta de plata o plomo, por un hatajo de corruptos; que aquí al que al que abre la boca se la cierran o lo compran, y al que alza la cabeza se la vuelan.
Quienes bajaron la testa ante el régimen autoritario acusan hoy a López Obrador de atentar contra la democracia como si en este país la democracia hubiera existido en realidad. “Si no hubiera democracia –me dicen algunos- no hubiera ganado tu mesías”, sin reconocer que el régimen, para poder presentarse ante el mundo, necesitaba simular la democracia y que hizo de los procesos electorales –a los que hasta este 1 de julio había manipulado a su antojo- sólo una coartada y una válvula de escape para contener un posible estallido social.
Del otro lado del espectro político también muchos de los críticos, sobre todo los más radicales, parten de la creencia de que el 1 de julio las y los mexicanos en lugar de acudir a las urnas asaltamos el Palacio de Invierno y destruimos al régimen. No reconocen que este se resiste a morir y que sus coletazos pueden ser devastadores.
Cometen así, amplificado, el mismo error de los conservadores. Creen, por un lado, que López Obrador lo puede todo y que debe ir a fondo en sus propuestas como, si en efecto, el régimen se hubiera venido abajo; y por otro lado, asumen la existencia de la misma normalidad democrática suponiendo que los poderes fácticos respetarán las reglas del juego y cederán graciosamente el poder.
Vive México momentos extremadamente volátiles y peligrosos. La crítica a la acción gubernamental es más necesaria que nunca. Estoy convencido de que con López Obrador los ciudadanos tenemos el derecho –nos lo hemos ganado- y la posibilidad de expresar nuestro descontento libremente y sin riesgos. Tenemos, además, y este es un hecho inédito en la historia, la posibilidad real de definir el rumbo del país. De mandar al Presidente, y de hacerlo -si es preciso- enmendar la plana.
TW: @epigmenioibarra
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