Rodrigo A. Medellín Erdmann*
H
ay un debate intenso sobre el NAIM. Cancelarlo, se dice, provocaría desconfianza e incertidumbre entre los inversionistas nacionales y extranjeros; se perdería competitividad internacional; bajaría la calificación crediticia; se reducirían el turismo y el comercio; se perderían miles de millones de pesos ya invertidos y comprometidos; se dejarían de crear cientos de miles de empleos. Continuarlo traería enormes ventajas:
El NAIM es un proyecto con el que ganamos todos los mexicanos, pues tendrá un efecto multiplicador en nuestra economía y atraerá más turismo, empleo, oportunidades de negocio, inversión y comercio.El actual gobierno, organismos del sector privado –CICM, CMN, CCE, Coparmex, CMIC, CEESP– compañías aéreas y turísticas, ingenieros y técnicos, contadores y financieros, algunos medios de comunicación, apoyan su continuación, porque cancelarlo
es un peligro para México. En 2006 y 2012 se decía:
López Obrador es un peligro para México. Hoy por hoy la presión que estas instancias ejercen sobre el presidente electo y el próximo secretario de Comunicaciones y Transportes es imponente. ¿Qué pensar?
Las razones técnicas: la alternativa al NAIM es mejorar el aeropuerto actual y adecuar el de Santa Lucía. Desde un punto de vista técnico ambas aopciones tienen ventajas y desventajas. Ninguna es tan contundentemente mejor que la otra que no quede ningún género de duda. Por ello, el debate ha involucrado otros aspectos de tipo económico, político y social, y éstos son los que se están empleando para presionar la decisión.
El planteamiento inicial: el NAIM se concibió, se diseñó y se está construyendo en el contexto del modelo económico neoliberal, impuesto hace varias décadas, donde la gran posibilidad de desarrollo del país era la vinculación de su economía con el exterior, con una producción orientada a la exportación, incorporándose al proceso de globalización, con total apertura al comercio internacional, con amplia participación de la inversión extranjera. En ese contexto se requería un aeropuerto grande, que facilitara y fomentara las relaciones externas del país. Ahora bien, empezada la construcción, sin suficientes estudios, el presupuesto inicial aumentó desproporcionadamente y aparecieron las clásicas ganancias corruptas. El NAIM representa la oportunidad de enormes inversiones inmobiliarias en el terreno del actual aeropuerto y en el lago de Texcoco –una megalópolis adosada a la actual Ciudad de México; ya compraron tierra barata–. Para sus promotores son tales los beneficios esperados que en vísperas de las elecciones de julio se precipitaron artificialmente las inversiones –incluyendo fondos de afores–, se hicieron compromisos financieros enormes de última hora, y siguen construyendo a mata caballo. La intención es evidente: que al próximo gobierno le resulte imposible cancelarlo.
El contexto actual: las elecciones de 2018 fueron un rechazo masivo a 30 años de neoliberalismo del PRIAN, y un mandato para cambiar a fondo las condiciones económicas, políticas y sociales del país. También las opciones aeroportuarias hay que repensarlas en este nuevo contexto.
Una verdadera opción: en esta coyuntura será necesario rediseñar todo el sistema de comunicaciones y transportes del país, enfatizando la conectividad interior y el mercado interno. Una pieza clave es la reconstrucción del sistema ferroviario que Salinas desmanteló, pero con trenes modernos de alta velocidad, que vinculen las diversas regiones del país (cfr. A. Gershenson https://www.jornada.com.mx/2018/07/ 29/opinion/015a1pol), con un efecto detonador de desarrollo en todos sus tramos, y como una forma de regenerar las comunidades rurales en la ruta. Entre otras funciones, la red ferroviaria establecería una comunicación rápida y eficiente con el actual aeropuerto, el de Toluca y el de Santa Lucía, con mayor especialización en los diversos tipos de vuelos, nacionales o internacionales –como sucede en muchas de las grandes ciudades–, y con mucho menos tráfico aéreo por las alternativas de mejores comunicaciones en la nación.
Conclusión: en éste el contexto, continuar con el NAIM no parece la mejor opción. Si se concluye, no empezará a operar sino hasta 2024. Para entonces el siguiente gobierno podría volver al esquema neoliberal –los factores de poder lo pretenderían–. Si se cancela, habrá que asumir el costo de una mala decisión de entrada –como tantas en el sexenio de Peña Nieto–. La obra incompleta quedaría como un monumento perenne al callejón sin salida del neoliberalismo que Salinas impuso al país hace décadas con tan trágicos resultados, se podrá regenerar la ecología del lago de Texcoco y se habrá salvado la Ciudad de México.
La consulta se objeta desde dos extremos: o por ser el asunto puramente técnico, que pocos entienden, o porque el gobierno electo debe cumplir una promesa de campaña sin consulta. En el fondo del debate está implícita una disyuntiva para el país: o se logra una
cuarta transformación, o se puede restaurar el neoliberalismo. Por lo mismo, no es ilógico que, ya convocada la consulta, toda la población participe, para contribuir a la mejor decisión, sobre todo las comunidades aledañas. Quienes votaron por López Obrador, lógicamente elegirían cancelar el NAIM, pues su continuidad, con una posible restauración del neoliberalismo, realmente resulta un peligro para la mayoría de los mexicanos.
*Doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, especialista en macro-sociología y sociología rural.
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