Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera son los más grandes perdedores de la elección presidencial de 2018. Está visto que José Antonio Meade suele caer parado; lo demuestran el abrazo largo y los elogios que recibió en la casa de Andrés Manuel López Obrador el viernes pasado; lo confirman las cinco secretarías que tuvo en gobiernos de PAN y PRI. Ricardo Anaya, por su parte, es víctima de él mismo y de su equipo; arrastraron al PAN hacia la desgracia y nada más, y a nadie más. Y Jaime Rodríguez Calderón… equis: era “El Bronco” y ahora es menos que eso. Equis, pues, nada. En su sueño de grandeza roto no arrastra a nadie.
Pero Mancera y Peña entregan el poder a Morena y sus respectivos partidos están en la antesala de la desaparición. El PRD va solo: no hay que tocarlo y se esfuma. Al PRI hay que darle la estocada final y de eso, por razones de Estado, se encargará Andrés Manuel López Obrador.
El Jefe de Gobierno con licencia es el hombre detrás del desmantelamiento del PRD. Puede decir que ni miembro del partido es. Puede escoger el argumento de Alejandra Barrales, su amiga: “Lo que no dicen –le reclamó a Claudia Sheinbaum en el último debate– es que lo que ustedes tienen en contra del gobierno del doctor Mancera es coraje y venganza porque no aceptó tapar las corruptelas de la Línea 12; y lo que más les hizo enojar es que Mancera no estuvo dispuesto a mantenerlos […]”.
Lo cierto es que Mancera se equivocó tanto como pocas veces puede equivocarse un político en su vida. Le dio la espalda a la fuerza emergente: el lopezobradorismo. Mal cálculo. Se hermanó a Peña y a Miguel Ángel Osorio Chong para gobernar con comodidad. Mal cálculo. Empujó una mal calculada alianza con Ricardo Anaya y entregó al PAN sus posiciones en el único bastión: la capital mexicana. Mal cálculo. Se peleó con Marcelo Ebrard, con Claudia Sheinbaum y con el mismo AMLO. Terrible cálculo.
Mancera paga su mal cálculo cada vez más aislado. Un puñado de leales le acompañan a una travesía que no está clara y está sembrada de rumores. Unos dicen que su equipo prepara un periódico; otros, la toma definitiva de lo que queda del PRD para cobijarse con un membrete descolocado.
Peña, por su parte, camina hacia el retiro de oro. Como decía Jorge Zepeda Patterson en su columna de ayer: su objetivo era tomar el poder, no conservarlo. Misión cumplida desde hace seis años.
Ahora, como Mancera, Peña está desaparecido. El problema es que sigue siendo Presidente. No es una desaparición física, como lo es la del Jefe de Gobierno con licencia. Es de facto. Desaparecido de facto. Ni la prensa a la que benefició con miles de millones de pesos le da seguimiento a lo que hace, a lo que dice. Y cuando lo promocionan apenas se escucha, apenas mueve algo. A no ser que se tropiece, como suele hacerlo; a menos que le salga un gazapo porque entonces el ruido es mayúsculo: las redes hicieron de sus errores, durante años, una fiesta; y de la burla, un deporte nacional.
El Presidente peor calificado de la historia está desaparecido y apenas hace olas. Tiene anclado un yate para el 2 de diciembre, confiado en que no habrá torpedo que lo alcance. Siente que ha cerrado bien su capítulo personal. Y tiene confianza en que el amarre con López Obrador no se desate.
Mancera, por su parte, sabe que su historia no está terminada. Será
Senador sin fuero por el PAN. No tiene yate, sino tabla de surfear. Espera que las olas le den para surfear.
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¿Alcanzará la “reconciliación” de AMLO a Mancera y a Peña? No lo sé. Dudo. Creo que sí habrá un trato diferenciado con ambos. Los ve distinto. En particular, al Jefe de Gobierno con licencia lo tiene por traidor.
Hay dos Andrés Manuel. Hay que acostumbrarse a ello. Uno murió el pasado el 1 de julio. Otro lleva apenas un mes y es difícil de leer. Los que votaron contra él alimentaron su zozobra con dudas inyectadas por las campañas de odio. Los que votaron por él hicieron una apuesta.
¿Quién es AMLO en este momento? Yo creo que es un hombre profundamente pragmático. En los hechos, es un cheque del banco de la Cuarta Transformación… que no se puede cobrar. El banco, además, todavía no existe. Y quien lo firma es real, pero es un acto de fe. Es una gran apuesta pero, al final, cada sexenio lo es.
Yo creo esto: Andrés Manuel va a hacer todo lo que sea necesario para que lo dejen navegar libremente los primeros dos años. Quiere que nadie se le atraviese en los planes del arranque. Pero entiende que vendrá un desgaste de bono democrático en el inicio y sabe que necesitará recuperarlo antes de que inicie su tercer año, también. Se concentrará en echar a andar sus grandes proyectos durante dos años, y cuando llegue al tercero, dará golpe de timón. Será más político que administrador, porque necesitará hacer campaña por el referéndum que prometió y por las peligrosas elecciones intermedias, cuando puede perder la mayoría de la Cámara de Diputados.
El ánimo de la reconciliación, ¿dará vía libre a Mancera y a Peña? Yo creo que sí… por ahora. Los dejará tomar aire este tiempo. Pero en el tercer año, si necesita acomodarlos en fila junto con Carlos Romero Deschamps y otros indeseables, AMLO lo hará. Para antes de la llegada del tercer año, lo hará.
Peña Nieto y Mancera no tuvieron habilidades en la elección presidencial de 2018. Perdieron todo. Nada me dice que escarbarán una trinchera lo suficientemente profunda para defenderse antes de que se agote el segundo año de AMLO, que es cuando entrarán en zona de riesgo.
Peña y Mancera deben disfrutar la derrota, por lo pronto. Estos tiempos, los de la derrota, son los realmente buenos: parecen terribles, pueden empeorar. En el futuro, si López Obrador lo necesita, el yate y la tabla de surf de Peña y Mancera podrían pasar por un huracán categoría 5. Yo creo que ese es el cálculo de AMLO. Habrá que esperar.
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