viernes, 25 de mayo de 2018

La sonrisa de Ricardo Anaya

Como millones de personas vi el debate presidencial con la esperanza de respuestas. No las encontramos. Aunque el formato mejoró, el contexto de la competencia hizo que los ataques prevalecieran. La interpelación subida de tono puede funcionar para aclarar puntos controvertidos o develar, por la respuestas, la personalidad de un aspirante.
Cuando los ataques caen al nivel de cuestionar la edad, el acento, o las características físicas de un aspirante, la contienda electoral se hunde y polariza a la sociedad. La violencia se instala y crece hasta propagarse creando escenarios propicios para la violencia física. La canallada de José Antonio Meade que habló de la defensora de derechos humanos, Nestora Salgado, como secuestradora, forma parte de la violencia de Estado hacia la disidencia que ha caracterizado a los gobiernos de Calderón y Peña Nieto. En ese nivel de desesperación está el priismo.
Más empoderado por ser mejor polemista, Ricardo Anaya hizo de la confrontación su estrategia central. Llevándola a niveles de aproximación física que nos recordó a Trump en los debates Norteamericanos. AMLO respondió con chascarrillos que no elevaron el nivel del debate, pero al menos no lo tensaron más.
Nos quedaron a deber. Con esa idea y con una sensación de malestar me fui a la cama en las primeras horas del lunes. En mi sensación de malestar había algo que no estaba relacionado con lo evidente. No podía comprender que era pero algo que vi y que no me gustó se quedó rondando en mis reflexiones.
Dormí poco. Desperté a las 5 horas del lunes recordando que esa misma sensación de malestar la había vivido en noviembre de 2014, cuando Peña Nieto en un apresurado discurso, llamaba a la unidad y descalificaba la protesta en plena crisis por la desaparición forzada de nuestros 43 normalistas de Ayotzinapa. En aquella ocasión descubrí que mi malestar estaba relacionado con unos gestos de rabia justo cuando hablaba de paz y que solo pueden percibirse en cámara lenta. Escribí en el Rostro de Peña Nieto sobre esos hallazgos.
Eran ya las 5:30 horas y tal y como lo hice hace cuatro años, regresé al video del debate en búsqueda de las claves de mi malestar. Justo después que Andrés Manuel muestra la portada de la revista Proceso del fin de semana pasado que alude a la riqueza de Ricardo Anaya, el panista mostró dos portadas que hablan de José Meade y de AMLO. Me detuve ahí. Su sonrisa me perturbó.
Siendo un político que se desenvuelve bien ante las cámaras, me he dado cuenta que la sonrisa exagerada y a veces notoriamente fingida, habla de lo que no es evidente. Pensando en esa sonrisa, la primera vez no aprecié la disparidad entre las portadas que mostraba, pero al ver el video más despacio advertí que a la primera le faltaba el cintillo, propio de todos los ejemplares de la Revista Proceso. Fui a buscar la edición original y advertí que el cintillo recortado decía “El Frente de Anaya también recluta fichas negras”.
¿Cómo es posible que un candidato presidencial presente a su favor una portada de Proceso alterada frente a millones de personas? ¿En serio Anaya pensó que no nos daríamos cuenta?
Entre el tiempo que me llevó verificar la información dos o tres veces y publicar en Twitter el hallazgo, me atrasé en mis tareas matutinas. Aunque me pareció grave, nunca pensé el revuelo que mi observación causaría.
“Para el medio día mi tuit había sido replicado miles de veces y varios medios tenían notas al respecto. Santiago Igartúa periodista de Proceso había ya entrevistado a Anaya en el aeropuerto sobre el tema a lo que contestó, “que no sabía de qué le hablaba..” “… que no polemizaba con medios…”
Para esa hora Álvaro Delgado confirmaba la manipulación y recordaba que el cintillo que Anaya mutiló, aludía a un reportaje suyo titulado “Políticos de turbio historial se van con Anaya” dónde documenta el espacio político que ocupan personajes como Héctor Serrano, Alejandro Chanona, Dante Delgado, Cuauhtémoc Velasco y Dante Delgado en el primer círculo de decisión de la campaña, y la pepena de pristas para el Frente como Luis Octavio Murat y Manual García Corpus, el primero sobrino de José Murat y el segundo Secretario de Gobierno de Ulises Ruiz, ambos ex gobernadores oaxaqueños prístinos ejemplos del autoritarismo y corrupción en México.
Como cereza del pastel, el reportaje de Delgado habla de Chanito Toledo carta perredista para la alcaldía de Cancún, a pesar de haber sido el principal operador financiero de Roberto Borge. Como las portadas de Proceso lo muestra, los tres principales candidatos tienen en sus filas a impresentables, pero al intentar defenderse, Anaya mutiló esa referencia. Lo peor es que nos pensó incapaces de advertirlo.
Más tarde el revuelo alimentaba el posdebate. Sobre la sonrisa de Ricardo Anaya que disparó mi alerta, Tere Carreón, una querida amiga, me recordó una cita de Foster Wallace para quien fingir una sonrisa cálida se debe a alguien que quiere conseguir algo de ti. Es deshonesto sonreír así porque es un simulacro de buena voluntad, que hace que nuestras defensas bajen. Al parecer, no las mías.
No se puede mentir tanto y en tan pocos meses y pensar en ser electo Presidente. No con el cinismo de quien le reclamaba a AMLO que sus asesores no le preparaban bien las láminas.
Este miércoles Álvaro Delgado siguió a Anaya hasta un acto de campaña en Colima para inquirirlo sobre la manipulación. El candidato declaró finalmente:
“No, esa no era mi intención en absoluto. Lo que quería mostrar es que también había portadas de ellos. Yo pedí las fotografías y fue así como me las pusieron. (Fue) mi equipo y sin afán de engañar a nadie”.
Si no buscaban engañar a nadie, ¿qué otra intención existe al eliminar una referencia negativa? Simplemente no existe. Su respuesta no es aceptable.
Supongamos, como es muy probable, que Ricardo Anaya no haya elaborado la lámina. Esto derriba de entrada un dicho sobre él, que es meticuloso y disciplinado. Cualquier político se prepara y revisa sus materiales. Pensemos en que se le pasó. Ok. La única respuesta posible era responsabilizarse de haber presentado una lámina manipulada sin su aprobación y haber despedido a los colaboradores responsables.
Puede el hecho ser menor y pasar como una anécdota más de la marrullería política a la mexicana, pero creo que es revelador de su carácter y del liderazgo que imprime en su equipo. Si la trampa y la manipulación no se castiga, en política significa que se permiten, que se alientan.
En el improbable caso que llegue a la Presidencia, esta anécdota se sumará al caudal de acusaciones de plagio, de opacidad, de trampa y de gusto por el dinero rápido que caracterizan su carrera política y eso vaya que me parece revelador.
Desde el lunes he escuchado la afirmación “es normal que los políticos mientan” pero siendo en esencia cierta ¿No es parte del problema? ¿Acaso debemos acostumbrarnos? ¿No es parte de lo que queremos cambiar? Que sigan mintiendo si lo deciden, pero asegurémonos que tenga consecuencias.
Mi único mérito aquel día, haber madrugado. Era cosa de horas para que alguien más lo notara. Cuando mientes ante millones, no hay escapatoria, caerás. Más temprano que tarde.

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