En 1977 se lanzó la Operación Cóndor en Sinaloa, Durango y Chihuahua. El objetivo era acabar con el narcotráfico. Después de eso Sinaloa se convirtió en la génesis del narco mexicano. Esa historia puede resumirse en el siguiente listado:
Miguel Ángel Félix Gallardo. Rafael Caro Quintero. Inés Calderón Quintero. Ernesto Fonseca Carrillo. Benjamín Arellano Félix. Ramón Arellano Félix. Juan José Esparragoza Moreno. Amado Carrillo Fuentes. Vicente Carrillo Fuentes. Rodolfo Carrillo Fuentes. Héctor Palma Salazar. Arturo Beltrán Leyva. Héctor Beltrán Leyva. Alfredo Beltrán Leyva. Ismael Zambada García. Vicente Zambada Niebla. Víctor Emilio Cázares. Joaquín Guzmán Loera. Aureliano Guzmán Loera. Ivan Archivaldo Guzmán Salazar. Alfredo Guzmán Salazar. Dámaso López Núñez. Iván Gastélum Cruz. Y ahora Julio Óscar Ortiz Vega.
Familias enteras. Abuelos. Padres. Hijos. Nietos. Sobrinos. Primos. Los Félix. Los Quintero. Los Guzmán. Los Zambada. Los Esparragoza. Los Arellano. Los Beltrán Leyva. Los Guzmán. Dos generaciones perdidas.
Los sinaloenses nos hemos llenado la boca del lenguaje y la genealogía del narco para entender. Para presumir. Para “ser parte”. Hablamos de ellos como si los conociéramos y los viéramos a diario.
Y de alguna manera lo es. Todos en Sinaloa podemos sentir y ver la presencia del narco. En la violencia obviamente, pero también en los negocios, en el coto residencial, en el restaurante, en el antro y en las calles. Carros de lujo, tráfico de influencias, armas y dinero se imponen siempre por encima de la legalidad y el estado de derecho. En Sinaloa la convivencia más elemental la delimita el narco.
Lo hablamos en cafés y carnes asadas. Alias. Capos. Lugartenientes. Financieros. Lavadores. Abogados. Sicarios. Halcones. Compradores. Pagadores. Sembradores. Jornaleros. Rayadores. Mulas. Bajadores.
Citamos conceptos sofisticados. Células. Estructuras. Mandos. Dinámicas. Relaciones. Mientras tanto, nuestros gobernantes vomitan eufemismos: “Objetivos estratégicos”. “Rivalidad delincuencial”. “Bajas colaterales”.
40 años después, el absurdo de la guerra contra las drogas sigue ahí. En Sinaloa acumulamos, no se, 20 o 30 mil muertos. Son números de guerra. Y se sufren: ¡en las calles de Culiacán hay más de dos mil cenotafios! Es la manera que tenemos de conservar la memoria de esos jóvenes muertos en el intento de tener una vida mejor. Ilegal, acaso, pero legítima.
Durante cuatro décadas han desfilado siete gobernadores prometiendo la misma tontería: acabar con las drogas para pacificar Sinaloa. Ese no es el camino.
Gracias al paradigma moralino del prohibicionismo, el narco dejó de ser solo el negocio impresentable de aquellos “gomeros” para convertirse en crimen organizado. Y de repente, el narco se nos volvió cultura, modo de vida, ejemplo a seguir y hasta aspiración pop. Esos niveles de deterioro son explicables por tres razones: vacío de estado, narcopolítica y permisividad social.
En Sinaloa el narco se usa para hacer política y la política como un instrumento del narco. Conviene recordarlo cuando los medios nos perdamos de nuevo en las minucias inútiles de quién es fulano capo y para quién trabaja. Hemos dejado de ver el bosque… 40 años después nuestros Gobernantes siguen sin entender. La sierra de Sinaloa sigue pobre y en el olvido. Culiacán es la metáfora de la ilegalidad. Sinaloa como sinónimo del narco latinoamericano.
¿Exagero? Por favor: vea Netflix, las series colombianas o una que otra película de Hollywood. Nuestros carteles ya sustituyen al terrorismo y a los rusos como el villano preferido.
Por eso el ataque reciente a los militares apesta. Durante 40 minutos Culiacán oyó resonar granadas y calibres 50. Mientras cinco soldados morían, el Centro de Control no vio absolutamente nada. O no quiso ver. Solo eso explica que los dejaran solos.
No debe preocuparnos si el herido era o no quien dicen las autoridades. Lo que debe ocuparnos es dejar de simular que combatimos un animal salvaje cuando en realidad lo alimentamos. Asumo que el próximo Gobernador entiende que la “estrategia” actual no funciona.
Necesitamos nuevos abordajes en el tratamiento de las drogas y en la estrategia de seguridad. Lo que hizo o no Mario López Valdez ya no importa. El Gobernador de la falsa alternancia tendrá que lidiar con su conciencia en este tema. Lo que es un hecho es que Quirino Ordaz llegará para empezar de nuevo. Si es que decide hacerlo.
Sinaloa debe entender que el narco es un problema complejo y que resolverlo va más allá del sentido común y las buenas intenciones. Sinaloa puede ser, incluso, el laboratorio nacional para innovar en soluciones económicas, sociales y de seguridad sobre esta problemática. De verdad podemos re-significar nuestro estigma narco, aprender y enseñar de él. Pero se necesita aceptar la realidad violenta sin pretextos, mostrar voluntad política y aplicar sentido de urgencia.
Vamos muy tarde, es cierto. Se ha perdido mucho, también. Pero podemos perder mucho más: con la violencia no hay fondo, la maldad humana no conoce límites si no se los impone el orden político y legal.
Aunque no lo parezca, Sinaloa puede vivir en paz. Lo importante es empezar. Que el dolor y la indignación nos sirvan para hacerlo ahora.
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.
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