Jaime Avilés (@Desfiladero132)
24 de octubre 2016.- En otros tiempos —afortunadamente idos—, cuando los revolucionarios arreglaban sus diferencias a balazos, a un Tilingo Lingo como el subcomandante Marcos haría ya mucho que lo hubieran pasado por las armas, básicamente, por traidor. Traidor a las comunidades indígenas rebeldes que acaudillaba, traidor a los movimientos sociales en general, traidor a los sentimientos de la nación, traidor al pueblo de México.
1994: el alzamiento del primero de enero revitaliza la segunda candidatura presidencial de un Cuauhtémoc Cárdenas muy venido a menos, pero Marcos se dedica a demolerla y, por causa-efecto, ayuda a ganar a Ernesto Zedillo en agosto. Como Salinas se niega a devaluar el peso antes de dejar el poder, Zedillo intercambia correspondencia secreta con Marcos(1) y entre ambos acuerdan la “segunda ofensiva militar” del año, que se verifica el 19 de diciembre. Zedillo devalúa el 20.
1995: el 9 de febrero, Zedillo lanza una ofensiva militar contra las comunidades rebeldes de las cañadas de la selva. Sorprendido, Marcos lo acusa de “traidor”. ¿Cómo que traidor? ¿No que era su “enemigo”? En este caso, el Sup tiene razón: Zedillo traicionó los acuerdos secretos de diciembre.
1996: puesto en fuga el Sup, gracias a la presión militar y la mediación del Congreso, Zedillo obliga a la comandancia general del EZLN a negociar con el gobierno desde abril de 1995. En febrero de 1996, las partes firman los Acuerdos de San Andrés —que hasta hoy son papel mojado— y Zedillo celebra este “éxito político” para ocultar que en el primer año de su administración la economía mexicana cayó 6.9 por ciento.
De 1996 a 1999, bandas paramilitares, armadas por el ejército y asesoradas por Adolfo Oribe —teórico maoísta que luego de la matanza de Acteal asciende a subsecretario de Gobernación— combaten a las comunidades rebeldes bajo la batuta de los latifundistas chiapanecos —entre ellos el escritor comunista Laco Zepeda, a quien como secretario de Gobierno se le atribuyen más de 100 asesinatos— buscando recuperar las tierras que el EZLN ocupó en 1994.
Años de trágica penuria para las comunidades indígenas, los del sexenio de Zedillo son también los de mayor gloria de Marcos: la solidaridad internacional se vuelca en su apoyo, llegan a la selva toda clase de visitantes ilustres —la viuda del presidente Francois Mitterrand, el cineasta Oliver Stone, el escritor Eduardo Galeano, el politólogo Régis Debray, el actor Edward James Olmos— y un sinfín de jóvenes europeos que se convierten en escudos humanos. Nada de lo cual impedirá, sin embargo, que Zedillo consolide la estrategia militar de su gobierno, ocupando con el ejército la región de los Altos de Chiapas y provocando, incluso, algunos episodios violentos para justificar, otra vez, nuevas devaluaciones del peso.
Abril de 1999: estalla una huelga estudiantil masiva en la UNAM impulsada por los jóvenes simpatizantes del EZLN. Marcos les da la espalda y apoya a los grupos más intransigentes y, con toda probabilidad, infiltrados por la policía. La huelga logra su objetivo en dos meses: evitar que mediante el pago de cuotas “simbólicas” la educación deje de ser gratuita.
A pesar de este triunfo, y como “mánager” de los ultras, que colocan alambre de púas en los foros donde controlan las asambleas deliberativas a las que ya casi nadie asiste, Marcos prolonga la huelga hasta febrero de 2000, pero en el camino consigue que los estudiantes choquen en las calles del DF con el gobierno del primer alcalde electo democráticamente en la historia de la ciudad: Cuauhtémoc Cárdenas.
Destripada así la tercera candidatura presidencial de Cárdenas, Marcos ayuda a que Vicente Fox —la ultraderecha cristera del Bajío— sea el primer presidente no priísta y Zedillo pase a la historia como el “padre de la alternancia”. Tras una vistosa gira por medio país en que, escoltado por la Policía Federal y una nutrida comitiva de prensa, acompaña a los comandantes del EZLN hasta el Congreso de la Unión, para que hablen en favor de los Acuerdos de San Andrés, Marcos desaparece durante los siguientes cinco años.
A la luz de un nuevo pacto secreto, ahora con Fox, el gobierno mexicano reduce notablemente su presencia militar en la que ya no se llama “zona de conflicto” sino “área de influencia” zapatista, y Marcos inicia una triple purga: primero calumnia y difama, y después expulsa de sus “territorios autónomos”, a quienes dentro y fuera del país le brindaron solidaridad y apoyo en los años aciagos de Zedillo. Al mismo tiempo veta el acceso a la “prensa capitalista” y en comunicados melodramáticos lamenta que “el desprecio del poderoso ha vuelto a condenarnos al aislamiento”.
La tercera fase de la purga afecta a las propias bases de apoyo que, dada la ferocidad del hambre, salen de la selva a buscar trabajo en las ciudades y, cuando regresan con dinerito para los suyos, descubren que ya no son dignos de pertenecer a la organización. Este afán de aserrucharse los pies hará que los paramilitares —al servicio de las empresas mineras— se apoderen de la comunidad de La Realidad, la capital mundial del zapatismo en los años del glamour intergaláctico.
2005: divorciado de los movimientos sociales, debido a su pacto con Fox, cuando la fallida maniobra del desafuero agiganta la figura política de Andrés Manuel López Obrador, Marcos regresa a la escena pública y decreta: “López Obrador es un peligro para la izquierda mexicana”. Iluminados por esta epifanía, dos especialistas en propaganda estiércol, Dick Morris, del Partido Republicano de Estados Unidos, y Antonio Solá, del Partido Popular español, contratados por la campaña electoral de Felipe Calderón, mejoran el eslogan de Marcos y alertan: “López Obrador es un peligro para México”.
2006: montado en una Harley-Davidson y rebautizado como “subcomandante Zero” (así, como la Coca-cola que bebe a ríos), Marcos sale de San Cristóbal para recorrer el país, escoltado por la Policía Federal y la “prensa capitalista”, y pronuncia en cada punto de la ruta un discurso contra López Obrador. Después de cada arenga pierde adeptos, y cierra su gira, el mismísimo día de las elecciones presidenciales, con un mitin en el Zócalo al que asisten 500 personas, pero él —que al frente del EZLN en 2001 reunió en esa plaza a más de 200 mil— promete: “Muy pronto seremos más”.
Luis Hernández Navarro, en un artículo que publicó el martes pasado en un tabloide capitalino donde funge como coordinador de opinión, escribió: “A finales de 2005 los zapatistas llamaron a organizar un gran movimiento nacional para transformar las relaciones sociales (sic). En este marco impulsaron la otra campaña, una iniciativa de política popular (…) de corte anticapitalista (sic). Aunque la otra campaña nunca llamó a abstenerse ni a boicotear las elecciones, criticó acremente a los candidatos de los tres partidos políticos, incluido Andrés Manuel López Obrador”. ¡Incluido López Obrador! ¡Incluido López Obrador!
Hernández Navarro, ex discípulo de Adolfo Oribe en los años previos al EZLN, escribe hoy como si fuera el abuelito memorioso de los niños que en 2006 tenían seis años, y con la mano en el corazón pretende invitarlos a que en 2018, cuando ejerzan su derecho ciudadano por primera vez, no se dejen confundir por López Obrador, el “populista mesiánico castro-chavista que quiere vender el país a los rusos” (Ricardo Anaya, líder del PAN, lo dijo), y, en un acto de rebeldía que los ennoblecerá, los exhorta a que voten, muchachos, voten por la “candidata indígena independiente” (y “antisistémica” y “anticapitalista”), que Marcos acompañará por todo el país, escoltado por la Policía Federal, para seguir “transformando las relaciones sociales”, profundizando el genocidio detonado por Calderón y continuado por Peña Nieto que Salinas desea prolongar —porque no tiene a nadie más— mediante la sumisión de Margarita Zavala, que está más puesta que un huevo para pasar a la historia como la primera presidenta de México…
- Véase la primera carta de Zedillo y todas las respuestas de Marcos en La Jornada, diciembre 1994. Fuentes directas me aseguraron que esa correspondencia (llevada a Guadalupe Tepeyac por colaboradores de Zedillo y periodistas con “derecho de picaporte”) debía permanecer oculta. Sin embargo, cuando Zedillo dio a conocer su primera carta, el Sup ordenó que sus respuestas fueran entregadas a la prensa en un solo paquete.
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