CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Hugo Valdemar Romero se ha convertido en los hechos en el principal vocero del Episcopado Mexicano. Bajo el cobijo de Norberto Rivera Carrera, cardenal y arzobispo de la Ciudad de México, ha convertido su voz en la del clero católico con la cobertura que le brindan los grandes medios de comunicación.
Este sacerdote sostiene que la homosexualidad se “padece” y hay que “liberarse” de ella, para lo cual recomienda a un psicólogo, Richard A. Cohen, “quien padeció la homosexualidad y pudo liberarse”, según dijo Valdemar en una declaración hecha ante sí mismo, el Sistema Informativo de la Arquidiócesis, y desde luego difundida por la prensa.
Valdemar no expone una interpretación de los Evangelios, sino una ética que promueve la intolerancia y el odio hacia los y las diferentes. Lo ha hecho con los islamistas y, de costumbre, lo hace contra los homosexuales y las lesbianas, a quienes considera contagiados y contagiosos pero, como la cura es una “reorientación a la normalidad” y una “liberación”, según palabras de Valdemar, se trata de arrancar deseos, inclinaciones o lo que sea distinto al paradigma ético que sostiene el sacerdote ¿de cuál Iglesia?
Para Valdemar, el matrimonio entre personas del mismo sexo, llamado también matrimonio igualitario, pone en riesgo el futuro de la sociedad, según dijo en reciente entrevista radiofónica. Aunque con confusos y equivocados conceptos, el sacerdote convertido en ideólogo privilegiado del clero católico decía a José Cárdenas que “atrás de todo este tipo de iniciativas hay una teoría e ideología de género (sic), donde se va implementando toda una serie de nuevos valores, falsos valores, que niega la misma antropología y la misma constitución humana de la persona (sic)”.
Valdemar sabe que seguirá habiendo parejas de homosexuales y lesbianas, las cuales no pueden evitarse con la fuerza que hoy tienen los enemigos del respeto a las diferencias, mas lo que él busca, tal como sus mentores, es que tales parejas no se vean, que se mantengan ocultas. Es por ello que el acto civil del matrimonio igualitario se analiza como contrario al matrimonio eclesial católico y los derechos legales de la pareja no heterosexual son inaceptables para ese oscurantismo decaído y vuelto a levantar. Pero, en el fondo, ninguna religión tendría que verse ofendida en absoluto con la legalización de decisiones convenidas entre dos personas cualesquiera que sean su sexo y su preferencia sexual.
Valdemar postula sin recato la ideología de género todavía dominante, la cual es excluyente, maniquea, opresiva, es algo de lo que algunos llaman “dominación masculina” (Pierre Bordieu) o, en términos más amplios, “opresión de género” (Tamar Pitch), llevada a las leyes modernas por aquel liberalismo que, como parte de su homofobia, replanteó que las relaciones entre hombres eran un delito (sodomía) en el primer Código Penal de 1835, en Veracruz, y prescribió la pena “de diez a quince años de trabajos forzados” con el propósito de castigar a unos y lograr que otros ocultaran sus preferencias sexuales. Empoderados católicos de inspiración medieval como Valdemar hacían leyes todavía en la primera mitad del siglo XIX, mas los liberales anticlericales las siguieron haciendo por el estilo a partir de la segunda mitad de ese mismo siglo, persiguiendo actos sexuales contrarios al “orden natural” (Código de 1871), “antinaturales”, escriben hoy Rivera y Valdemar en su semanario. La homofobia no es exclusiva de sacerdotes. Ahora, cuando la proclama de la modernidad es ya historia, se anatematizan las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, tal como ocurría en las oscuridades medievales.
Dentro de esta misma discusión, nos enteramos por Valdemar que la Conapred y la Copred (organismos públicos para garantizar la no discriminación) son “instituciones represoras” que “actúan para que encarcelen a los padres de familia que no aceptan la dictadura gay”. Al respecto, Valdemar dice que esto es “diabólico”. ¿A qué diablo se refiere?
Me niego a creer que todo el clero, por el que habla Valdemar, tenga esas ideas. Me quedo al respecto con un obispo, el de Roma, Francisco, quien en referencia a los homosexuales dijo: “¿Quién soy yo para juzgarles?”. Algo nuevo tendría que hacer en México el pontífice católico cuando Rivera ya no sea arzobispo en funciones, ya pronto.
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