Asociados con los glotones y con la inmundicia, los cerdos han sido usados como sinónimos para referirse a las personas sucias, pero principalmente a los seres humanos ruines, perversos, desalmados… en una palabra: despreciables.
El prejuicio contra esos mamíferos chonchos y redondeados –a los que efectivamente les gusta revolcarse en el lodo o en el barro para refrescarse, debido a su incapacidad para sudar y porque así eliminan parásitos y otros agentes infecciosos– ha pasado por alto cualidades como su probada inteligencia y el desarrollo de capacidades sociales sumamente complejas.
Pero, ¿qué culpa tienen los chanchos para ser comparados con los peores entre la especie humana?
Ninguna. Los propios humanos, a conveniencia por supuesto, les hemos puesto etiquetas que sólo debieran aplicar para nosotros. En particular para algunos que hoy, en un México dominado por la impunidad, quebrantan las leyes –casi siempre a través de mecanismos de corrupción. ¿Por qué? Porque sí, porque pueden, porque líderes de la piara o están protegidos por ellos: una manada de abusadores que, casi siempre en pandilla, destroza todo lo que hay a su paso.
En el México actual esas piaras están encabezadas, casi siempre y sexenio tras sexenio, por quienes están al frente de los poderes político y económico. Y ejemplos, por desgracia, sobran:
Ahí están, hoy, los gobernantes del PRI [Javier y César Duarte en un primerísimo lugar] y también los del PAN y del PRD; los funcionarios públicos federales protagonistas de escándalos que involucran el delito de peculado y conflicto de interés; los legisladores doble cara que privilegian los moches, las cuotas, al bien común; los líderes de partidos que simulan ser impulsores de la democracia y la legitimidad, y en el fondo son operan en pro de la desigualdad; los jueces que se venden al mejor postor y se olvidan del Estado de Derecho; los policías –en todos los niveles– que han hecho del secuestro, la extorsión y el asesinato de los más débiles una industria.
Pero también ahí están los “empresarios” sexenales. Aquellos que el día en que su amigo o amiga llega al poder, como por parte de magia –o de la corrupción, más bien– salen de “perico perro”, como dice la expresión popular. Y en ese listado de oportunistas hay nombres de personajes que hace unos cuantos años no conocían ni en su casa y que apenas si completaban la quincena.
Los marranos, sin embargo, no son sólo las cabezas de familia: por la vía genética y, en especial, de la conducta y el ejemplo, los mayores enseñan a sus puerquitos que quebrantar las leyes no es malo, al contrario: es parte de la gracia con la que la corrupción y el crimen los ha dotado, por lo que se vale practicar desde chiquitos para así, ya en la adultez, ser unos cochinos en toda la extensión de la palabra.
No es extraño, entonces, que en el México actual haya gobernadores como Duarte de Ochoa o Duarte Jáquez; políticos oscuros ligados al crimen organizado y al blanqueo de dinero; empresas tan opacas como Higa y OHL; “casas blancas” por doquier; empresarios que se las dan de honrados y benefactores, y aparecen en listas internacionales de paraísos fiscales; juniors que violan a jovencitas menores de edad…
Son Porkys, marranos, chanchos, puercos… pero, ¿qué culpa tienen los cerdos de que se les compare con la roña?
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