CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Desde hace una década, cuando la violencia se desbordó en todo el país, la Iglesia católica ha sido mera espectadora.
Desde entonces los más de 150 mil muertos, los más de 10 mil, 15 mil o 20 mil desaparecidos, los desplazados, los cementerios clandestinos que emergen en todo el suelo mexicano y un largo catálogo de otras violaciones graves a los derechos humanos han sido insuficientes para la impávida jerarquía católica mexicana.
Contrario a sus principios doctrinarios, el amor al prójimo no los ha impelido siquiera a proponer paliativos ante el desgarramiento social e institucional de México. Por información no se pueden quejar.
La Iglesia católica mexicana, que tiene una enorme grey con más del 80 por ciento de la población, cuenta con una gran red de informantes en todo el país.
Las parroquias son fuentes de información invaluables. Hasta ahí llega la gente a contar lo que sabe, lo que ha vivido y padecido en estos tiempos virulentos. La información fluye desde ahí hasta las diócesis y de ahí hasta la cúpula de la jerarquía eclesial, en la Ciudad de México.
La Iglesia católica sabe quién son y cómo opera la delincuencia. Pero ha cerrado los ojos y estirado la mano cuando se trata de contribuciones económicas del propio narco para construir parroquias.
Son contados los sacerdotes católicos y menos aún los obispos que han alzado la voz, pero sobre todo los que han tomado acciones en defensa del prójimo y los derechos humanos. Varios sacerdotes han sido asesinados en esta violencia desbordada y ni siquiera eso ha movilizado a la jerarquía eclesial.
Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, conoce por experiencia propia lo que significa vivir en un país donde la dignidad humana es despreciada por el Estado, sus agentes y sus colaboradores.
Durante la dictadura militar en Argentina, de 1976 a 1983, ayudó a personas a salir del país, aunque una acusación periodística, que oficialmente fue desmentida, lo señala de haber entregado a la Junta Militar a dos sacerdotes jesuitas.
Lejos de la burbuja ominosa en la que históricamente se ha movido la jerarquía católica mexicana, Bergoglio sabe además, también por experiencia propia, de la marginación cuando oficiaba en las llamadas villas miseria de Buenos Aires. Descendiente de migrantes italianos, sabe asimismo de los dramas personales de la inmigración.
Bergoglio no se puede dar por no enterado de la crisis moral de su Iglesia en México, y mucho menos guardar silencio: Padres pederastas y jefes católicos protectores al más alto nivel, implicados en actos de corrupción moral como en la boda religiosa del presidente Enrique Peña Nieto, persecutores de quienes se defienden o alzan la voz o negociantes con el poder político y económico como mercaderes.
Bienvenido a México, Francisco. Estos son los representantes de tu Iglesia en México. Lo que digas y hagas en tu primera visita a este país cansado ya de tanta violencia y corrupción, incluso si excomulgas a los delincuentes estatales y no estatales, tendrá eco mientras estés aquí. Después, el círculo vicioso de la degradación moral en la vida política, económica, social y católica de México seguirá creciendo de la mano de su gran aliada, la impunidad.
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