Por: Jorge Gómez Naredo (@jgnaredo)
15 de enero de 2016. Son las ocho de la mañana. Me he levantado temprano. Quiero trabajar en una novela que aunque tiene pies y cabeza, no posee acción. Como que aún está sin alma. Sin fuerza. Debo solucionar eso. Pero, ¿cómo? ¡Maldita sea!
Es policiaca: un detective privado en esta época y en este país. ¿Algo clásico no acorde con nuestra realidad? Quizás. Pero puede que funcione. Me resisto a hacer una trama de narcos así, simple, directa, brutal. Prefiero construir un personaje que vaya más allá de los levantados, de los encajuelados, de cuerpos desmembrados. Pero, ¿valdrá la pena la trama? ¿Tendré la capacidad de darle una forma y una historia que, a pesar de basarse en un detective privado clásico, soporte el enmarcarse en una realidad donde los detectives privados son cosa del pasado. Seres poco creíbles?
Quizás quedará como los dos intentos que he hecho de escribir una novela: en 50 páginas que nunca llegan a un fin, en un trabajo que es abandonado: nunca concluido. Quizá sí. O quizá no.
Antes de iniciar decido revisar mi correo electrónico. Y ahí está el mensaje en mi bandeja de entrada. Sí, ahí está, sin abrir, pidiéndome que haga clic y lo vea.
El remitente: Enrique Peña Nieto. El asunto: “2016: seguimos transformando a México”. Me resisto a hacer clic en él. ¿Será mejor eliminarlo? ¿Mandarlo directamente a la bandeja de no deseados, de basura, de cosas que me valen un comino ver?
Pero son las ocho de la mañana y aunque no tengo sueño, quizá tenga sueño.
Hago el “clic” y el mensaje se abre.
“Hola”, me dice Peña Nieto. Si lo tuviera enfrente le respondería con un puñetazo. Con un cabezazo. Con mi codo en su barbilla. Le daría dos patadas. Le diría que se vaya a la mierda. Pero es un correo. Son apenas las ocho de la mañana y no suelo ser violento las primeras horas del día.
Te saludo con gusto, esperando que hayas pasado unas felices fiestas. Empezamos 2016, con renovado entusiasmo y los mejores propósitos.
¿Felices fiestas? Sí, claro, en un país que sigue oliendo insoportablemente a sangre, a muerte. ¿Cómo podemos pasar “felices fiestas” si hay tanta pobreza y tanta injusticia y tantos con tan poco y tan pocos con tanto.
Peña Nieto me dice, o me escribe (mejor dicho) que está decidido a seguir “transformando” a México. Lo que no me dice es en qué lo quiere transformar. ¿En un páramo? ¿En un cementerio? ¿En un hospital psiquiátrico? ¿En una basura?
Hemos ido eliminando barreras y obstáculos que impedían liberar el potencial de México. Estamos abriendo caminos hacia nuevos horizontes, para que cada mexicano escriba su propia historia de éxito.
Sí, claro, se siente el éxito por todos lados. Se observa, se huele, se come. Pobreza aquí, allá, en mis bolsillos y en los bolsillos de millones de mexicanos.
Estoy a punto de darle “eliminar”. No quiero terminarlo de leer. Son apenas las ocho de la mañana.
Pero continúo leyendo.
Pese al complejo entorno internacional la economía mexicana tiene estabilidad y está creciendo. Gracias a las Reformas, nuestra nación está mejor preparada para enfrentar y aprovechar esta coyuntura.
Entro en un estado catatónico. Mis ojos se nublan. Se ponen como en blanco. Mi mente como que se detiene. Como que se queda sin fuerza y se cansa y ya no da para más.
¿La economía mexicana “tiene estabilidad”?
Aquí hay algo que no comprendo. Abro el navegador de internet de la computadora y tecleo: “dólar”. La primera entreda en el buscador de Google es la siguiente: “Dólar alcanza nuevo máximo histórico; en bancos se vende en 18.47 pesos”. Una nota de El Financiero publicada hace algunos minutos.
¿A eso le llama “estabilidad” Peña Nieto? Que se vaya al carajo ese cínico.
Ya no puedo leer más. Pero faltan dos líneas. O tres. Continúo.
En 2016 seguiremos quitando obstáculos, para que los mexicanos lleguen más lejos y alcancen sus metas. Queremos que descubran y aprovechen las posibilidades que entre todos estamos generando.
Es decir, lo que esta frase quiere decir es que, en este 2016, el gobierno de Peña Nieto estará haciendo lo que ha hecho: mandando al país a la mierda.
Basta. No puedo más. Le pongo una palomita al cuadrito de arriba del correo, y le aprieto a “eliminar”. Que se vaya Peña Nieto con sus mentiras a la basura de mi correo. Ojalá se fuera de verdad. Sé que en mi bandeja de entrada ya no hay más Peña, pero afuera, en todo el país, ese cínico sigue haciendo daño. Sigue hundiéndonos.
Es hora de comenzar a trabajar. Apenas han pasado dos minutos desde que el reloj dio las ocho de la mañana. De verdad, ¿es creíble un detective privado en estos tiempos?
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