Octavio Rodríguez Araujo
A
mi juicio, tienen razón quienes dicen que el populismo es un concepto escurridizo, difícil de aprehender en un esquema rígido y definitorio. Declararlo enemigo de la democracia es, además de una tontería; un invento de quienes quieren verlo como un peligro. Las declaraciones de Peña Nieto al respecto tienen una intención: descalificar a quienes se apoyan en la población mayoritaria para construir sus proyectos políticos, como gobernantes o como aspirantes a gobernar.
El populismo es como la física nuclear: depende de quién y para qué la usen, pero en sí misma no es peligrosa. El populismo ha sido de derecha, incluso de ultraderecha, pero también de izquierda,y rara vez de ultraizquierda. Los narodniki rusos del siglo XIX, que postulaban una suerte de socialismo agrario, fueron quizá los precursores del populismo moderno. Su tendencia era, como bien se sabe, ir hacia el pueblo, apoyarse en él para lograr transformaciones en su beneficio. Con el tiempo, sin embargo, el concepto se transformó en solamente discursivo y demagógico (en el fascismo, por ejemplo, que al mismo tiempo que iba hacia el pueblo protegía los grandes intereses económicos) y en proyectos de país privilegiando, aunque fuera en parte, los intereses mayoritarios sobre los minoritarios (quizá el cardenismo mexicano de los años 30 del siglo pasado).
Por razones históricas y con las excepciones de siempre en todo fenómeno social y político, los proyectos populistas han sido encabezados por líderes fuertes, populares y carismáticos, razón por la cual es frecuente que los partidos políticos liberales y neoliberales no coincidan con ellos ni su existencia. Empero, tanto los partidos convencionales de los últimos 30 años como muchos analistas defensores de las candidaturas
independientes, pasan por alto que éstas y los líderes carismáticos, para competir electoralmente, forman o se apoyan en estructuras partidarias aunque no se llamen partidos, es decir en formas organizativas y jerárquicas con activistas equivalente a los militantes partidarios y comités promotores del voto que también buscan recursos para realizar su trabajo y sus campañas. Los candidatos llamados independientes no existen; son una ilusión que sólo creen los que piensan (también ilusoriamente) que la sociedad civil no está contaminada por intereses de todo tipo, incluso políticos e ideológicos de los que suelen renegar. (¿Los sindicatos, incluso contestatarios, no están encabezados por dirigentes con privilegios –que no tienen sus bases–, a pesar de formar parte de la llamada sociedad civil? Los teóricos de la separación de
clase política y sociedad civilnunca imaginaron la ilusión que crearon entre sus seguidores que insisten, contra toda lógica, en tal diferencia.)
Los tecnócratas, obviamente, están en contra del populismo, pues para ellos el pueblo es sólo una referencia estadística (o
un mito genial) y no una condición de vida normalmente alejada de los beneficios y privilegios de quienes están bien colocados en la pirámide de ingresos. Su mundo, el de los tecnócratas, es el de los que usan sus conocimientos o los de sus equipos de asesores para logros personales o de grupo. Su pensamiento está permeado por las ventajas de pertenecer a la élite, pertenencia que buscan desde la elección de las universidades donde estudian y con quién se juntan y conviven. Y para ellos, como es lógico, lo contrario a las élites son los pobres, los que en Estados Unidos llaman losers(perdedores) porque
no supieronaprovechar las supuestas oportunidades que el
maravillosoAmerican way of life les brinda a todos. Saldría sobrando decir que esas élites suelen ser racistas también, y que racismo y clasismo con frecuencia son actitudes y conductas asociadas, discriminatorias.
Los que piensan que el populismo es autoritario quieren desconocer que la democracia, incluso la mejor democracia posible, termina por ser también autoritaria una vez que se ejerce el poder, cualquier tipo de poder. El poder se basa no sólo en las posiciones gubernamentales o dirigentes (políticos, sociales o empresariales), sino en grados de dominación y/o control sobre los que no lo tienen. Asimismo, en las sociedades autogestionarias, como muchas cooperativas, hay dirigentes y a menudo unidad de mando, y dichos dirigentes tienen un estatus que no comparten los dirigidos.
El populismo es una de las tantas formas de hacer política y construir consensos, no es ni bueno ni malo por sí mismo; tampoco es un peligro salvo, conviene subrayarlo, para quienes ejercen el poder sin el pueblo y en contra de éste aunque no lo reconozcan en público. Una cosa es que el gobierno de Peña Nieto quiera ver en el populismo un enemigo y otra que lo sea. Como buen gobierno autoritario, y cada vez más autoritario, tiene que inventarse enemigos para ocultar sus verdaderas intenciones que, así como que no quiere la cosa, se están materializando por la vía de colocar, en la cabeza de todas las instituciones que pueden, a gente de su grupo de jóvenes de orientación tecnocrática y neoliberal. Las instituciones públicas de educación superior y de cultura, por cierto, están también en la mira, precisamente para tratar de controlar lo que se enseña y se produce.
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