Por: Serapio Bedoya Arteaga
30 de mayo de 2015.- ¿Alguien me recuerda? En los años dorados de la rebelión zapatistafui coautor de una columna semanal llamada El Tonto del Pueblo, que La Jornada publicó de octubre de 1995 a diciembre de 2000. Era un espacio dedicado a la que para la izquierda en el mundo parecía una revolución sin precedentes, inédita por su originalidad, que desde sus inicios le resultó funcional al régimen del partido único.
El 15 de mayo de 1994, dos días después de ser apaleado por el encomendero Diego Fernández de Cevallos en el primer debate entre candidatos presidenciales habido en México desde la Edad de Piedra, Cuauhtémoc Cárdenas llegó a la Selva Lacandona (su cálculo era que si perdía el debate se repondría al ser recibido por los mayas insurrectos de Chiapas). Sin embargo, para su desventura, fue vapuleado, con mayor saña aun, por el subcomandante Marcos.
Cárdenas había ganado la Presidencia de la República en las elecciones de 1988, pero la Presidencia de la República le impidió asumir el poder. Salinas de Gortari, que gracias a ese histórico fraude inauguró su dictadura invisible (al frente de la cual sigue hasta hoy) nada temía más que el hijo de Lázaro Cárdenas volviera a concitar el fervor de las masas y por segunda vez pusiera en riesgo el dominio hegemónico del PRI. Tres meses antes de los comicios del 21 de agosto, Marcos se encargó de liquidarlo.
No mucho más tarde, a través de sus hombres de confianza (Liébano Sáenz y Esteban Moctezuma), el presidente electo Ernesto Zedillo se puso en contacto con Marcos a través del periodista Epigmenio Ibarra. Epi estaba haciendo un documental sobre el alzamiento y entraba y salía de la selva con frecuencia. La primera persona que veía sus rollos recién filmados era Salinas de Gortari, por intermediación de Carlos Payán, en Los Pinos.
Algunos sostenemos, y moriremos creyendo, que Zedillo eliminó a Luis Donaldo Colosio para quedarse con la Presidencia de la República, y de pasó convirtió en culpable a Salinas, a los ojos de todo el país. Salinas –está documentado– tenía que devaluar el peso (estaba a 3.50) antes de terminar el sexenio, pero en venganza contra Zedillo, aprovechó el bajo precio del dólar para comprar millones de divisas y saquear las reservas del Banco de México.
Zedillo –también está documentado– le pidió en todos los tonos que devaluara. Salinas se negó en redondo. Y fue entonces cuando Zedillo acudió a Marcos en pos de ayuda. Me consta –porque además están publicadas– que hubo un intercambio de cartas entre Zedillo y Marcos. Al margen de esos papeles, el presidente electo y el subcomandante cocinaron la maravillosa segunda ofensiva del EZLN, que “estalló” el 19 de diciembre de 1994.
Aquel día, en 40 “municipios autónomos”, redibujados en el mapa oficial de Chiapas por los comandantes indígenas, los rebeldes se quitaron sus ropas de campesinos, se pusieron sus uniformes de soldados insurgentes, taparon los caminos con árboles recién cortados y el EZLN, vía comunicados de su vocero y estratega militar, proclamó que sus tropas “habían atravesado las líneas enemigas, sin disparar un solo tiro” para ampliar exponencialmente el área de influencia de la revolución más asombrosa de nuestro tiempo. A la mañana siguiente, Zedillo devaluó el peso.
Marcos se arrepentiría de haberse prestado a este juego y acabaría por calificar a Zedillo de “traidor”. Nadie lo entendió en su momento. ¿Por qué si era su enemigo además era traidor? Detrás del montaje de la “segunda ofensiva del EZLN” había otras cosas en juego. Los zapatistas exigían que renunciaran los gobernadores electos de Chiapas y Tabasco, Robledo y Madrazo, y un sinfín de cosas más. Enviado por Los Pinos, Epigmenio Ibarra se presentó el 8 de febrero de 1995 con un mensaje que –no sabía– era una trampa.
Liébano Sáenz rogaba al Sup que se acercara a Guadalupe Tepeyac para reunirse con el flamante secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma. Y pese a que estaba en las cañadas del otro lado de la selva, viajó toda la noche y llegó puntual a la cita. Esteban Moctezuma, en cambio, no llegó. Ni siquiera estaba al tanto de lo que sucedía.
Lo que Zedillo quería saber era dónde estaba el subcomandante. Y el 10 de febrero, al alba, la maquinaria de guerra del ejército mexicano tomó a sangre y fuego Guadalupe Tepeyac (el general Arrieta, que iba con la cabeza de fuera en un tanque, murió de un balazo en la frente) mientras Marcos se remontaba a las montañas para ponerse a salvo.
Macabras lecciones
Zedillo aprendió a utilizar la violencia para justificar sus fracasos en las finanzas y los cambios en la composición de su gabinete. La matanza de campesinos en el paraje Aguas Blancas del estado de Guerrero, la matanza de supuestos guerrilleros en El Charco, municipio de Ayutla de los Libres, también en Guerrero; la matanza de zapatistas en El Bosque, Chiapas, y la más espantosa de todas, la de 47 hombres, mujeres, ancianos y niños, en Acteal, fueron llevadas a cabo con segundas intenciones.
Con la de Aguas Blancas se quitó de encima al gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Alcocer, y al secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, al que sustituyó por Emilio Chuayffet. Con las de El Charco y El Bosque justificó una brusca devaluación del peso. La de Acteal le sirvió de pretexto para militarizar los Altos de Chiapas y sustituir a Chuayffet por el tonto de Francisco Labastida Ochoa, a quien a su vez nombraría candidato del PRI a la Presidencia de la República para entregarle la Presidencia de la República al no menos tonto de Vicente Fox.
¿Qué tienen que ver estos recuerdos con nuestros días? Muchísimo. Atarantados como estamos en las idas y vueltas de la campaña electoral más desangelada y sucia que se recuerde en el corto plazo, no reparamos en que las finanzas públicas son un desastre y algunos predicen que se avecina un tornado, como el que devastó a Ciudad Acuña, Coahuila, pero en materia económica.
Otros vaticinan que los movimientos populares de Guerrero y Oaxaca serán ahogados en un baño de sangre después de las votaciones del 7 de junio. Andrés Manuel López Obrador llamó al GDF a evitar un fraude electoral en las delegaciones capitalinas a favor del PRD y anticipó que, si Mancera no detiene la compra de votos, Morena desconocerá los resultados.
Una parte de los indignados hará lo imposible para que no haya elecciones. Otra parte saldrá a votar por Morena, o por los candidatos locales que le parezcan más atractivos. El PRI no vacilará en llevar a cabo un megafraude. El INE es a todas luces incapaz de conducir un proceso que va a desembocar en la antesala de lo más parecido a la guerra civil. La violencia de los inconformes será reprimida por la furia criminal de Peña Nieto. Y si las lecciones de Zedillo se ponen en práctica, las nuevas matanzas justificarán la debacle económica.
Agradezco a los compañeros de Polemón la oportunidad de regresar al periodismo, ahora con una columna propia. Aunque no vivo en la ciudad de México, sino en esta islita conocida como Alacranes, frente a la costa de Yucatán, procuro mantenerme informado por Internet y por los periódicos que traen los barcos provenientes, a veces, de Cabo Teche, y a veces de Cabo Catoche. Espero colaborar con regularidad. Saludos.
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