Enrique Peña Nieto tiene los peores niveles de aprobación presidencial en dos décadas. Hay más mexicanos desaprobándolo que respaldándolo, según coinciden las encuestas deReforma, El Universal y Mitofsky. Esta crisis no se solucionará con programas temporales ni elecciones intermedias, sino con procesos profundos de transformación a largo plazo.
Por Jorge Tirzo / El Toque
(04 de enero, 2015).- El caso Ayotzinapa sin duda fue un catalizador para este descontento, aunque no es la única causa. Más bien se trata de un problema estructural que ha acarreado el país por años y que el gobierno de Peña Nieto simplemente ha preferido ignorar.
La encuesta de Reforma asegura que el 58% de los encuestados desaprueba al priista y sólo un 38% lo aprueba. Estos niveles son los más bajos desde 1995, cuando Ernesto Zedillo afrontaba una de las peores crisis económicas y el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
La encuesta de El Universal muestra resultados similares. El 50% lo reprueba y el 41% lo aprueba. Más de la mitad de los encuestados (54%) cree que Peña Nieto está en el “peor momento” de su mandato.
¿Por qué el descontento?
En sólo un trimestre, tres crisis pusieron en jaque su imagen pública: la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el conflicto de intereses en la compra de una mansión de parte de su esposa y los cambios económicos desfavorables para la moneda mexicana.
La respuesta social se ha manifestado en distintas dimensiones. Manifestaciones civiles en las principales calles de la capital (y otros estados), huelgas en universidades, la prevalencia del hashtag #YaMeCansé (y sus subsecuentes #YaMeCansé2, #YaMeCansé3…); así como las críticas de la prensa internacional, nacional, intelectuales y académicos.
Antes de la crisis del 2014
La imagen pública del presidente ya tenía sus puntos criticables. Desde su candidatura, el movimiento #YoSoy132 puso en evidencia que en los sectores más educados y jóvenes del país había una resistencia al régimen priista y, en específico, a Enrique Peña Nieto. Aún así, las elecciones de 2012 dejaron claro que había una amplia cantidad de mexicanos respaldándolo (ya sea de forma legítima o mediante alguna estrategia clientelista). Las protestas se focalizaron en el Distrito Federal, mientras que en los estados —mayormente gobernados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI)— la votación había favorecido a Peña de forma amplia.
Desde el día en que tomó posesión del cargo, en diciembre de 2012, ha habido manifestaciones constantes que han pedido su renuncia, aunque han sido focalizadas y algunas veces acompañadas de grupos radicales (siempre con la duda de si estos grupos eran legítimos o pagados para desprestigiar). Esto había mantenido la postura crítica al margen, pues en los medios masivos predominaba la imagen del presidente reformista de los grandes logros. Los grupos de oposición eran constantemente retratados como violentos y minoritarios, aunque no todos fueran así.
El (mal) manejo de la crisis
El caso Ayotzinapa resultó un punto de inflexión para la relación de Peña Nieto con la mayoría de la población. Ya no se trata de una oposición en el centro del país, sino de algo cada vez más generalizado. La encuesta de Reforma divide al país en cuatro regiones: en todas hay más descontento que aprobación. Sólo en el sur del país hay más personas apoyando a Peña Nieto (47%) que desaprobándolo (46%) y el margen es muy estrecho.
Esto puede explicarse considerando que el manejo de la crisis ha sido bastante malo. Aunque ha hablado del caso Ayotzinapa, Peña Nieto se ha comportado como si fuera un simple escándalo pasajero que se resolverá con el tiempo. Su estrategia ha sido dejar pasar el tiempo y asumir una postura defensiva ante las críticas. En el caso de la mansión de su esposa, la estrategia ha sido similar: lavarse las manos con un video en el que ella asegura que todo fue legal.
Ante las demandas y manifestaciones sociales, el mexiquense ha declarado que son obra de agentes que quieren “desestabilizar” su proyecto. El hashtag #YaSupérenlo surgió cuando Peña llamó a cambiar de página en el estado de Guerrero y a superar el caso Ayotzinapa, como si su única preocupación fuera salir de la crisis de imagen pública y no resolver los problemas de fondo.
Recientemente, el historiador Enrique Krauze publicó un artículo en el New York Timesen el que pide al presidente que pida perdón públicamente. Al respecto, Ciro Gómez Leyva consigna una peculiar respuesta: “No tendría problema en disculparme”, suelta Peña Nieto. “Sería incluso lo menos difícil, ¿pero de qué en concreto me tendría que disculpar? Todo lo de la casa es legal. ¿Acaso por no haber visto en aquel entonces que podría entenderse como un conflicto de interés que, en verdad, no veo que lo haya? Pero, sí, a lo mejor pudimos haber pensado entonces que algunos lo iban a poder ver así”, dijo.
La postura del priista es que no hay nada de qué disculparse. Como él no disparó las armas, no es culpable. Como la casa no está a su nombre, no es culpable. Como todo es culpa de “desestabilizadores”, entonces no hay nada que arreglar en el país.
Las protestas
Desde octubre de 2014, las protestas de la sociedad civil se han multiplicado y diversificado. Los jóvenes de 18 a 29 años, así como los sectores más escolarizados, son los grupos donde la desaprobación es mayor, según la encuesta de Reforma. Esto coincide con el perfil del movimiento #YoSoy132, por lo que es posible asegurar que buena parte de ese núcleo crítico ha permanecido.
Sin embargo, protestas como la del 20 de noviembre y el 1 de diciembre son muestras de que muchos otros sectores de la población han salido a manifestarse. La llamada #AcciónGlobalPorAyotzinapa ha alcanzado otras ciudades tanto del país como de otras latitudes.
Lo normal en una ciudad como el Distrito Federal es que protesten “los mismos de siempre”: sindicatos, confederaciones, etcétera. Las protestas de 2014 no siguen ese perfil. Aunque estos mismos sindicatos y otros actores tradicionales se han sumado, el grueso de la protesta se ha conformado por ciudadanos que no están habituados a este modo de manifestación. Por eso no sorprende que las cotas de desaprobación al gobierno de Peña Nieto se hayan esparcido a varios niveles y regiones geográficas.
Lo que viene
En 2015 habrá elecciones intermedias en México para seleccionar al congreso, algunos gobernadores y autoridades locales. Dado el mal manejo de la crisis, el PRI ha caído 10 puntos en las encuestas de intención de voto. Por su parte, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) fue el que postuló al hoy exalcalde de Iguala, presunto implicado en la desaparición de los 43 normalistas, así como al exgobernador de Guerrero, donde acontecieron los hechos. Esto ha ocasionado que tal fuerza política también pierda 3 puntos en las encuestas de Reforma.
A menos de medio año de esas elecciones, resultará imposible revertir del todo dicha tendencia. Más de un partido político intentará capitalizar la crisis para ganar votos o hacer que sus rivales los pierdan. Sin embargo, este proceso histórico no se resolverá con soluciones coyunturales para ganar una elección. Saldrán bien librados de esta historia los actores políticos que logren ser empáticos con el descontento social y transformarlo en acciones que modifiquen el sistema político mexicano a largo plazo.
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