La historia se encargó de colocar cada cosa en su lugar, escribió Carmen Aristegui este viernes en Reforma. Mientras Echeverría vive en el ostracismo los días que le quedan, Julio Scherer -despojado de Excelsior por el entonces presidente- muere en calidad de leyenda.
Julio Scherer
Carmen Aristegui F.
Reforma/09 Ene. 2015.
El día en que Francia y el mundo se sacudían con la noticia del atentado contra la revista Charlie Hebdo -en el que, al grito de “Dios es grande”, se asesinaba a ráfaga vil a un grupo de caricaturistas críticos e irreverentes- es el mismo día en que, a horas de la madrugada, dejaba esta vida el periodista Julio Scherer. Qué mala pasada. ¿Qué hubiera dicho Don Julio de tan funesta coincidencia?Reforma/09 Ene. 2015.
A primeras horas de la mañana, Proceso difundió la noticia a través de un texto que empezó a escribirse horas antes del deceso:
“Esta madrugada, alrededor de las 4:30 horas falleció el periodista Julio Scherer García… Llevaba poco más de dos años enfermo… En abril, cumpliría 89 años. El 17 de octubre pasado hizo lo que sería su última visita a la redacción que tanto amó…”, escribía, en ese texto, Alejandro Caballero, el atribulado periodista que recibió la difícil encomienda, de su director Rafael Rodríguez Castañeda, para escribir el reportaje especial con el que la revista Proceso anunciaría, horas después, la muerte de su fundador.
La noticia sacudió de inmediato. Moría el periodista y escritor más reconocido de México de las últimas décadas; el protagonista de las grandes batallas por la prensa crítica e independiente en tiempos del autoritarismo pleno; el periodista que sorteó, junto con otros colegas, el peor de los embates posibles en el México del presidencialismo a ultranza: el golpe a Excélsior, operado desde la Presidencia de Luis Echeverría. El golpe de julio de 1976 significó un parteaguas no solo para medios y periodistas, sino para la vida de la nación. La historia se encargó, como se sabe, de colocar cada cosa en su lugar. Echeverría vive, en el ostracismo, los días que le quedan en su casa de San Jerónimo. A raíz de su muerte, la figura de Scherer se ve envuelta en honores: portadas, editoriales, planas enteras, artículos de opinión y cientos de mensajes en las redes sociales. Con un minuto de silencio en el Congreso, homenajes en curso y larga lista de esquelas y reconocimientos, Julio Scherer, ya sin posibilidad de opinar ni de oponerse, muere en calidad de leyenda.
Su historia es la del joven que abandonó sus estudios para dedicarse a la prensa. Del muchacho que escaló desde el primer escalón -de joven mandadero- hasta el último como director general del periódico que llegó a ser reconocido como uno de los más importantes del mundo. La leyenda de Scherer se construyó, también, a partir de grandes reportajes, revelaciones, libros, portadas de alto impacto y una larga lista de entrevistas únicas: John F. Kennedy, el Che Guevara, Fidel Castro, Konrad Adenauer, Revueltas, Octavio Paz, Heberto Castillo, María Félix, Allende, Pinochet, Picasso y un largo etcétera que, lamentablemente, no pudo incluir a Mandela.
“Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”, dijo algún día. A veces tímido, a veces tormenta, Scherer se metió en cárceles, selvas, guaridas, cuarteles, oficinas de presidentes y campos de guerra.
En los últimos años, logró que consumados criminales contaran su vida y sus obras: Caro Quintero, El Mochaorejas, Sandra Ávila y las historias de niñas y niños criminales, que quedaron retratados en páginas de sus reportajes y libros.
Pierna con pierna, conversó con el subcomandante Marcos en la insólita entrevista, grabada en la Ciudad de México y transmitida por el canal 2.
Posó a la cámara con El Mayo Zambada para dejar registro del encuentro con el capo que lo invitó a desayunar porque tenía ganas de conocerlo. La foto se convirtió en portada y dio pie a la narración de Scherer sobre sus fallidos intentos para lograr una entrevista que nunca fue conseguida.
Implacable, incisivo pero, al mismo tiempo, dueño de una personalidad entrañable y cálida, Julio Scherer se convirtió en el periodista por antonomasia. Decidido a hacer lo que fuera para lograr sus propósitos, fue capaz de esperar, parado, durante horas, junto a un elevador hasta que saliera, por ahí, el comandante Fidel Castro. Logró, finalmente, la entrevista anhelada en el marco del triunfo de la revolución. Esta anécdota la contó a CNN su colega y amiga Elena Poniatowska la misma noche del día en que Julio murió y a un año exacto de la última aparición pública del ex mandatario cubano.
La vida de Scherer estuvo ligada estrechamente a la de Vicente Leñero, recientemente muerto también. No supo Julio de la muerte de Vicente. No supo Vicente que Julio se iría sólo algunas semanas después que él. Todos sabemos que se fueron juntos.
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