I.- A finales del nefasto calderonismo y en vísperas de que Televisa impusiera candidato, que resultó ser Peña y “La gaviota” –quien hoy anda enredada en la corrupción y tráfico de influencias–, en una conversación “tete a tete”, o como diría el clásico: cara a cara, con un periodista invitado por el entonces gobernador mexiquense (a través de su jefe de prensa: David López, ahora inseparable acompañante al estilo de los que no ayudan pero cómo estorban), sobre la inminente campaña electoral presidencial, el columnista cuestionado por el del cártel de Atlacomulco sobre ese asunto, le propuso a Peña que esperara a buscar esa candidatura hasta el 2018 y meterse de lleno a un aprendizaje político real (no la farsa de ser dizque gobernador del Estado de México, con el poder tras el trono de su tío Arturo Montiel, su nefasto “maestro” y secuestrador de dos niños, por lo que la Interpol anda tras él). No comprendió el consejo, como el César Borgia aquel que no quiso ser primero cardenal y desahogó sus instintos sangrientos, autócratas y despóticos, a trasluz del “príncipe” caníbal, antidemocrático, antirrepublicano, cuyas perversidades lo llevaron a la ruina; y que Nicolás Maquiavelo retrató magistralmente en su obrita que admiran los autoritarios desde entonces.
II.- En un trabajito para su licenciatura en la Universidad Panamericana (del Opus Dei), Peña presentó lo que más admiraba de Alvaro Obregón, que fue la cara autoritaria y represiva del caudillo sonorense de la Revolución que quería perpetuarse como Porfirio Díaz; y puso en práctica ese presidencialismo de mano dura que sobre todo desde el alemanismo acentuó su filo antipopular que ahora ejerce Peña, por más que quiere hacerse el demócrata. Por esto en dos años, cuando no pocos corean: “¡Fuera Peña!”, junto con los desgobernadores, la Corte, el INE y el Trife, el mexiquense ha estado gobernando con complicidades autoritarias que lo llevan al fracaso, desgarrado entre su doble función de Jefe de Gobierno y Jefe de Estado. Y es que no tiene ningún aprendizaje para vivir no sólo de la política (donde formó su fortuna), sino para la política.
III.- Peña ha vivido de la política, y arropado por el cártel de Atlacomulco logró hacerse de la presidencia para sólo ocuparse de sus once –cuando menos, suspendidas– “reformas” que ocho ministros de la Corte servil le ayudaron no sometiéndolas a consulta popular. Gobernó complaciente, gozoso y hasta antes de Ayotzinapa, risueño, creyendo que su gestión iba viento en popa. No ha sido así. Ahora busca desesperadamente un salvavidas tras el naufragio, con viejas-nuevas medidas para tratar de resolver problemas que debió atender desde hace dos años, pero siguió la divisa autoritaria de “Alicia en el país de las maravillas”: “La cuestión es saber quién manda. Esto es todo”. Peña llegó con inmadurez política. Y sigue sin aprender lo que es mandar obedeciendo a la Constitución con los dos remos de la nave estatal: la democracia representativa y la democracia directa –la de las consultas populares–. Peña está fracasando. Mejor dicho: ya fracasó y por esto se demanda su renuncia.
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