Como era previsible, lo lograron. Pasó la reforma energética de Enrique Peña Nieto en el Congreso y pasará sin duda en los congresos locales. Se consumó la traición y nosotros, los que desde distintos frentes a ella nos oponíamos, no logramos detenerla.
¿Por qué? ¿Qué queda entonces por hacer?
Yo no estoy triste, deprimido, desalentado. Estoy, debo decirlo con todas sus letras, encabronado y también decidido.
Tengo la firme convicción de que el régimen ha dado, en los últimos días, pasos que lo acercan a su destrucción.
También estoy claro de que si no actuamos con inteligencia, imaginación, audacia, firmeza y urgencia, seremos destruidos los que nos oponemos a que la corrupción, la impunidad y la traición sigan campeando en esta patria herida.
Hoy ya no hay espacio para la neutralidad.
Quien está con el régimen está contra México.
Tampoco hay espacio para la autocomplacencia, los protagonismos o el sectarismo en las fuerzas progresistas.
Si no somos capaces de analizar cómo, por qué y en qué fallamos, estamos perdidos.
El poder del régimen es enorme. Su capacidad para cooptar, corromper, desprestigiar es aplastante. La complicidad de los medios de comunicación convencionales, el apoyo irrestricto de la tv le garantizan una enorme efectividad.
Ya hubiera querido Joseph Goebbels contar siquiera con la mitad de los recursos que aquí se emplean para manipular a la opinión pública.
Consenso y coerción combinados hacen sentirse —y con mucha razón— al PRI y a Peña Nieto tan seguros. No tienen proyecto de Nación, es cierto, pero eso poco importa si cuentan con los instrumentos para mantenernos sometidos.
Con ese propósito han encadenado una serie de traiciones para encadenarnos. Las reformas, no nos engañemos, son para el PRI y Peña Nieto la forma de perpetuarse en el poder.
Por eso se avanza aceleradamente para darle a la criminalización de la protesta social rango de ley de la República; se le ponen reglas que, de hecho, la hacen inviable.
Establece por otro lado el régimen, con la reforma política, los mecanismos de compensación para sus cómplices y aliados y les promete, sin revocación de mandato, la reelección a senadores, diputados y alcaldes.
No tardará el Congreso en ofrecer lo mismo —y si no al tiempo— a gobernadores y al propio inquilino de Los Pinos.
Si ya revirtieron la expropiación petrolera, esa conquista histórica del pueblo de México. Si llevan décadas burlándose de aquello del “sufragio efectivo”, por qué no habrían de cancelar la consigna emblemática de la Revolución mexicana: la no reelección.
Con la reforma fiscal, con el reparto del botín que significa la renta petrolera, se aseguran, por otro lado, los recursos para seguir unas cuantas décadas más en Los Pinos.
¿Queremos eso para nosotros, para nuestros hijos y nietos?
¿Los queremos sometidos a los mismos que nos han sometido?
¿Somos capaces o no de liberarnos, de transformar este país?
Urge tomar conciencia de que si para transformar un país por la vía armada hacen falta un puñado de valientes, para hacerlo pacíficamente hacen falta millones de valientes.
Nos han robado sistemáticamente a todas y a todos.
Todas y todos hemos sido alguna vez y de alguna manera tocados por la impunidad y la injusticia.
A todas y todos nos afecta que dispongan, a su arbitrio, de la riqueza de la nación los que llevan décadas saqueándola y se la entreguen ahora, sobornos multimillonarios de por medio, a empresas nacionales y extranjeras.
Esta reforma de Peña Nieto nos traiciona a todas y a todos.
No logramos, sin embargo, hacer que la gente comprendiera, sintiera que esto es así. Que se viera a sí misma como víctima de este atraco y en consecuencia que se movilizara masivamente en defensa de sus derechos.
Ingenuo resulta pensar que, en las actuales circunstancias, una consulta puede revertir la reforma energética. Si Peña Nieto se decide por hacerla, la gana.
Más ingenua todavía la exigencia radical de escalar las acciones de protesta. Si la gente no sale a las marchas, no se suma a los cercos, ¿por qué habría de ir más allá?
Tenemos que empezar por el principio, crear conciencia entre decenas de miles, luego entre millones.
Nos toca lograr que los cercos a los congresos locales se transformen, efectiva y masivamente, en la primera línea de defensa de la nación.
Y nos toca hacer, pase lo que pase, que la indignación, la furia que tantas y tantos sienten, como dice Madre Coraje, dure siquiera hasta mañana y se transforme en claridad de quién es el verdadero adversario y decisión de vencerlo.
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